¿Metimos un Papa?

Por  Licenciado Ramiro
Georg Wilhem Fiedrich Hegel en su artículo La positividad de
la religión cristiana
afirma que “la religión enseña lo que la política
necesita”. En otras palabras, deberíamos decir, entonces, que cada Estado tiene
la Iglesia
que necesita.
Más aún: cada  época,
cada régimen social, político y económico construye subjetividades aptas para
ser gobernadas con ayuda, entre otras instituciones, de la Iglesia.
A nadie sorprendemos, pues, si coincidimos con Louis
Althusser cuando dice que la
Iglesia (junto a la escuela, la familia, etc.) es uno de los
aparatos ideológicos del Estado. Por ello, quienes nos autoproclamamos ateos no
podemos permitirnos ignorar el acontecimiento eminentemente político (estoy
tentado a decir ‘exclusivamente político’) ocurrido en el Estado del Vaticano
el pasado 13 de marzo.
Porque el ateo no se preocupa si Dios efectivamente existe o
no (discusión, por cierto, inútil). Al ateo lo que debería preocuparle (y le
preocupa) es la inmoralidad o no de la idea de Dios, y vaya que sí existe esta
idea, por las consecuencias y efectos que la misma tiene sobre los seres
humanos.
En otras palabras, creer que Dios no existe es ya no el
producto de un descuido, sino la más grave de las inocencias, una de las más
nefastas de las imposturas vulgares que, si nos llamamos zoon politikón, no nos
podemos permitir… o renunciemos a las políticas. Incluso, si Dios no existe...
¿por qué aún se eligen papas?
En síntesis, Dios existe efectivamente y somos testigos
cotidianamente de ello. Quien es ateo, pues, debe entonces preguntarse si Dios
debería existir y debería cuestionar los efectos de su existencia. Todo ateo
necesariamente debe ser nietzscheano: Dios debe morir para que nazca el
superhombre (o, ya que tan polémica es esta figura para la historia del siglo
XX, para que el hombre pueda nacer libre).
Pero si además de considerarnos ateos, tenemos conciencia
histórica (como, por otro lado, debemos tener) y nos re-conocemos como sujetos
latinoamericanos, no podemos ignorar la relevancia que tiene como pueblo que
por primera vez en la historia de una de las instituciones más antiguas del
mundo occidental se elija como presidente de su Estado a una persona de estos
sures (por no decir, directamente, “del culo del mundo”). Podríamos pensar
entonces que el culo queda cada vez más cerca del corazón o el cerebro del
mundo, o que el culo empezó a picar y es necesario rascarse. Siendo un poco
menos ilustrativo, si somos ateos latinoamericanos no podemos ignorar el 13M y
sí debemos reflexionar y, yo propongo, a partir de la siguiente pregunta: “Si
estos comienzos del siglo XXI encuentran a casi toda Latinoamérica andando por
primera vez en 200 años como un bloque compacto que emerge con cierto poder
para contrarrestar las fuerzas de los poderosos de siempre que cada vez son
menos poderosos, y este andar se trasluce o visualiza en numerosas políticas de
inclusión social, en legislaciones más igualitarias y que favorecen a sectores
por siempre postergados (llámese pobres, homosexuales, transexuales, indígenas,
mujeres) y/o políticas que posicionan de pie a Latinoamérica, ¿por qué todo
esto coincide con la elección de un Papa nacido en esta región?”
Creo que es aún muy pronto para ser definitivo al respecto
y, por más tentado que esté a dar una respuesta, preferiría la prudencia a la
urgencia y me reservo el derecho de no apresurarme a hacerlo público.
Sí voy a decir que creo que es una reacción a lo antes descrito
provocada por el terreno perdido por la institución (y los bloques que
históricamente el Vaticano ha representado) en la región y no una mera
casualidad o el regalo a un tipo, Bergoglio, que les cae bien a los obispos
europeos. Asumo el riesgo de estar equivocado en mi hipótesis y si así fuera lo
reconoceré inmediatamente, contrargumentación racional mediante.
Pero, por otro lado, si usted es creyente o católico
practicante y con pleno derecho a contentarse o ponerse orgulloso (derecho que
nadie puede negarle y/o criticarle) porque cree que el Papa es argentino o
porque “tenemos” un Papa, lo invito a que repase el nombre que lleva la Iglesia que lo representa
y me diga si es Católica Apostólica Gaucha… o si sigue siendo Romana. O sea, la
asamblea de la capital del Imperio que la fundó y que gracias al resto del
mundo le sigue dando vida.
También, si así lo prefiere, lo invito a que me acompañe en
la prudencia y no sea tan contundente afirmando que ahora somos algo así como
el pueblo elegido… ¿O acaso no escuchó en qué idioma fue presentado Bergoglio
(latín), y en cuál otro idioma él se dirigió al que ahora es “su” pueblo cuando
asumió como presidente de la
Iglesia católica?
Buona sera a tutti…
Publicada en Pausa #110, miércoles 27 de marzo de 2013

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