El sabor del encuentro

Variopinta, por Federico Coutaz
Abandono San Martín y tomo Obispo Gelabert, entro a la
cafetería. Así empezaba ese relato suyo que procuro imitar literalmente.
Encuentro el lugar, hay mucha gente, consigo una mesa arrinconada y me pregunto
si será la misma en la que usted escribió ese texto que me mandó con seudónimo
hace un tiempo y que yo leí con perplejidad y placer. Pido una cerveza y pienso
que faltó a la verdad cuando dijo que tomó café, la imagino pidiendo algún tipo
de té que no sé nombrar. Repaso el lugar con la mirada y confirmo lo que en su
relato yo le decía: el mobiliario está súbitamente añejado (nunca digo
“súbitamente añejado”, ni “mobiliario” pero en este caso ciertamente es eficaz)
entonces imagino inútilmente su risa, esa que, siguiendo su historia, conseguía
despertar mi comentario, quizás sonrío, apenas.
En su relato me trataba de usted y así fue después de que yo
le contestara y usted me volviera a contestar y así. En todo este tiempo
intercambiamos gustos y pareceres, hablamos sobre los refranes, los druidas,
los panaderos anarquistas, el eclipse, Endimión, los dos poemas ingleses, los
dobles, los milagros secretos, los viajes, Brassens, el fútbol, Prévert, los
animales, los fantasmas, la colonización de la imagen y una magnolia.
En su relato, yo la reconocía en esta cafetería pero nuestro
encuentro casual era luego una ensoñación que se deshacía como el agua en el
agua y la realidad era que yo no la conocía y que usted me había visto una sola
vez. Pero esa escena imposible prefiguraba la posibilidad de que, en otra circunstancia,
yo me sentara en la silla frente a la suya y los tiempos se confundieran de tal
forma que pudiera afirmarse que tuvimos un encuentro entre una tarde de febrero
y esta noche de otoño.
La moza viene con la cerveza, trae dos vasos, me pregunta si
voy a estar solo, le digo que sí, porque sé que usted no bebe y porque no
quiero explicarle que estoy cumpliendo un encuentro trazado hace meses con una
mujer que nunca vi (ni sé su nombre).
Después de todo, no sería tan difícil entenderlo, no es
distinto de lo que pasa ahora que yo escribo, y ahora que, en otro lado,
alguien está leyendo estas palabras y advierte, quizás con desilusión, que este
relato termina así.
Publicada en Pausa #134, miércoles 28 de mayo de 2014

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