El último picnic

A Edgardo
Russo, in memoriam
El 29 de junio de 1966 los argentinos sufrimos la noche de
los bastones largos pero nosotros, que no habíamos dejado la secundaria
todavía, usábamos el pelo largo y, aunque no sabíamos qué hacer de nuestras
vidas, discutíamos a Borges, leíamos Pavese y nos maravillábamos con Eluard o
con Pessoa. Mientras el onganiato que había desalojado al presidente Illia  armaba un país a su medida, nosotros no
imaginábamos lo que vendría después. Entonces nos indignábamos con las noticias
de las bombas defoliantes que llovían en Vietnam, luego escuchábamos a Julio
Sosa y nos apasionábamos con los Beatles por igual. Por entonces escribíamos,
leíamos e intercambiábamos nuestros cuentos y poemas en largas tenidas
literarias. En una de esas reuniones decidimos que nos merecíamos un picnic el
día del estudiante y nos propusimos la maravillosa aventura de ver el amanecer
en la laguna Setúbal. Eso hicimos y quedamos maravillados con ese sol naciente,
con ese Soleil levant, propio de Monet. Después, tendidos en la arena, dejamos
pasar el día sin otra preocupación que hablar de literatura, fotografía, buen
cine y artes plásticas. Pero surgió una contrariedad, El Beatle, novio por
entonces de Mora Torres, tomó a mal la sugerencia escolar de recortarse el
cabello y se afeitó la cabeza a lo bonzo, luego él y ella cambiaron
radicalmente y  –carnívoros conversos de
la noche a la mañana– olvidaron cargar un abridor para sus latas de arvejas y
tomates…. Los víveres ahora eran escasos. Gracias a Baco logramos destapar
algunas botellas y así pudimos saludar al sol cuando estaba en el zenit. Acerca
de la luz hablaban los amantes de la fotografía como Edgardo Russo, Estela
Figueroa, Enrique Butti y el propio Beatle devenido en Bonzo. Mientras tanto
Ana Candioti y yo escuchábamos atentamente, y por momentos  me permitía meter algún bocado desde el lado
de la plástica. Ellos hablaban apasionadamente de los grandes como Fellini,
Bresson  o Capa, pero el estómago vacío,
más la combinación del vino y el sol, hizo estragos entre nosotros. Con la razón
ofuscada llegaron los delirios que agriaron la conversación, tanto que los
nuevos vegetarianos, Ana y yo quedamos de un lado mientras que Enrique, Estela
y Edgardo quedaron del otro. No terminamos en una fiesta dionisíaca, pero sí
nos enfrentamos los unos con los otros. Creo que la culpa fue mía desde que a
la hora del Angelus hice otra observación decimonónica cuando, mirando hacia la
laguna, cité el Ave María en la barca, de Segantini. Nos apartamos sin
disimular el disgusto mutuo y un día después recibimos una carta en la que
ellos nos trataban de pasatistas. Por ese y otros motivos más curiosos todavía
renunciaron a nuestras tertulias literarias. Decidimos no verlos más y por
terceros les hicimos saber que, si nosotros éramos pasatistas, ellos eran unos  diletantes exquisitos. La ofensa nos marcó
por largos años, pero con el tiempo uno siempre vuelve a los viejos amigos.
Mora, Enrique, Estela y Edgardo están hoy entre los más destacados poetas y
escritores argentinos. Con los cuatro estoy en deuda pero con Edgardo, quien
promovió y prologó mi segundo libro de cuentos, ya nunca podré cumplir.
Publicada en Pausa #157, miércoles 8 de julio de 2015
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Foto: Esteban Pablo Courtalón

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