Yo quiero el Patio Catedral

Sobre el valor de unas ruinas llenas de vida versus un
proyecto para unos pocos y pagado por todos.
Yo quiero el Patio Catedral. Y si la feligresía católica de
nuestra ciudad quiere que se construya una Catedral para celebrar su culto,
pues adelante. Pero no en el terreno donde hoy se levantan las ruinas más
hermosas de la región. Es pueril, oneroso y confrontativo el gesto de querer
levantar un templo más en un espacio que fue abandonado por décadas y al que
sólo el tesón del movimiento cultural santafesino le dio vida.
Los santafesinos –los católicos, los cristianos no
católicos, los judíos, los que creen en otros dioses, los agnósticos y los
ateos– nos hemos apropiado del Patio Catedral, lo hemos vuelto un patrimonio
cultural y social, y eso supera con mucho el derecho inmobiliario de la
organización terrenal que conduce la fe de sólo un sector de la sociedad.
La
Catedral Nueva fue un proyecto de fines del siglo XIX,
abandonado hace más de 80 años. Hablar de “terminación” de la Catedral es una humorada.
Sólo quedan unas altísimas paredes de ladrillo visto, con arcos y columnas,
absolutamente inútiles a los fines de construir cualquier edificación,
religiosa o no. Para construir una Catedral hay que arrasar esas ruinas, hay
que arrasar toda una historia. Porque,como todas las ruinas, las del Patio
Catedral atestiguan y traen al presente la densidad humana del tiempo
transcurrido. En nuestro caso, dan cuenta, en primer lugar, de cómo la Iglesia abandonó el asunto
y, en segundo lugar, de una profusa actividad creativa que tocó la experiencia
de todos los hombres y mujeres de Santa Fe.
El único suspiro de vida que transmiten esos viejos
ladrillos es el que le imprimieron los incontables aplausos con los que el
público santafesino celebró esa práctica tan inquietante y turbadora para la
berreta paquetería: el arte.
Sólo en la ciudad hay 36 parroquias, sin contar otros
lugares del culto católico, como las escuelas o las ermitas perdidas en las
plazas de barrio. La cifra de templos supera muy holgadamente la cantidad de
centros culturales que existen en Santa Fe. ¿Tanto se llenan las Iglesias que
es necesaria la construcción de una más? ¿Realmente no alcanzan los bancos
existentes para recibir al pueblo católico en misa?
Es cierto, una Catedral representa otro modo de adorar a
Dios. No tiene el mismo estatus de una parroquia. Pero, ¿por qué el
empecinamiento infantil de construirla sobre las ruinas que hoy son el Patio
Catedral? Son inútiles a los efectos arquitectónicos: han de ser derribadas y
el terreno, alisado. La
Iglesia quiere destruir el Patio Catedral para hacer una obra
en el centro de la ciudad, y se ampara el derecho a la propiedad privada por
sobre el derecho de los ciudadanos al paisaje, al patrimonio público y
cultural. Busca imponer un pasado muerto –el proyecto abortado por excesivo–
sobre un presente vivo, diverso, alegre.
De las 36 parroquias, apenas 14 –siendo geográficamente
generosos– están próximas a los barrios más sufrientes de la ciudad. Si cabe
decirlo: hay una feroz desigualdad en el reparto del culto católico, que se
vería acrecentada con este proyecto. Los esclavos de la nueva Roma, el pueblo
de Cristo, los desposeídos de Francisco, ¿podrán admirar la gloria del Señor en
una Catedral en pleno centro sin que antes los detenga la Policía por averiguación
de antecedentes? ¿No son suficientes para los destacados buenos apellidos
locales los numerosos templos que ya hay en la zona de bulevares, o esa belleza
patrimonial que es la colonial parroquia de Todos los Santos, en el casco
histórico de la ciudad? Si la topadora es inevitable, ¿por qué la Catedral no se constituye
para quienes comulgan en Virgen de los Pobres, 12 de Octubre y Misiones,
Yapeyú?
Sólo la ley resguarda la propiedad eclesiástica de los
terrenos ubicados en 1° de Mayo al 2400. El uso, la tradición y el acervo
santafesino indican que ya no le pertenece al catolicismo la propiedad
cultural, social e histórica del Patio Catedral. Construir allí otro templo más
no suma cultura a la región, le resta. Y, además, descalifica violentamente
todo lo que allí realmente hicieron los creadores santafesinos por su público.
Se puede comprender esta descalificación por parte del poder
clerical. No es necesario recorrer históricamente la sucesión de censuras –más
o menos letales– que emanaron desde la Iglesia Católica
a la innovación artística, a lo largo de toda la historia de Occidente.
Tampoco, a esta altura, es necesario volver a desandar la historia de la Arquidiócesis de
Santa Fe para poder decir que nada le deben los santafesinos a la Iglesia, sino todo lo
contrario, y frente a los estrados judiciales.
Lo que no se comprende es la apertura de los gobiernos
locales a este nuevo avance del conservadurismo siendo, como son, hombres que
representan el linaje eminentemente laico del radicalismo y el socialismo.
Menos todavía, que se dé lugar a un posible apoyo presupuestario a una
organización –la
Iglesia Católica– que ya cuenta con millones de pesos
otorgados por el Estado nacional.
Se sabe: los artistas son poco afectos a la organización o a
sentar posición conjunta. Son un poco individualistas. Pero, esta vez, un
espacio único en el país está en riesgo por un capricho religioso. El Patio
Catedral es patrimonio cultural de toda la ciudad, antes que una mera propiedad
inmobiliaria de la
Arquidiócesis de Santa Fe. Defender el Patio Catedral como
espacio cultural y demandar las normativas necesarias para que la legislación
se adecue a la realidad es el objetivo.
Nosotros arrancamos con esto: #YoQuieroElPatioCatedral.
Publicada en Pausa #157, miércoles 8 de julio de 2015
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Foto: Juan Curto

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