Por Paulo Ricci

Recuerdo con intensidad una primavera en la que cada domingo por las mañanas nos dábamos cita en la reja que mira a la plaza San Martín para esperar que quien traía las llaves del predio nos abriera las puertas a ese extraordinario espacio cultural que desde unos pocos años atrás se había convertido en uno de los epicentros creativos y artísticos de la ciudad. Videos de las bandas de rock más emblemáticas, conciertos multitudinarios a cielo abierto, noches de “Entepolas” que parecían no terminar nunca y eran cita obligada cada año, obras de teatro, recitales inolvidables que iban desde el pop más pegadizo al heavy más pesado, todos, absolutamente todos los géneros artísticos y sus intérpretes querían pasar por ese patio cultural.

Durante casi 70 años, o sea durante toda una vida, en ese predio no solamente durmieron las ruinas de una catedral inconclusa devenida en los fondos abandonados de una iglesia, pero despertaron las creaciones y las presentaciones de varias generaciones de artistas santafesinos. Desde que el patio se reabrió para que la cultura y el arte lo habiten, la ciudad no solamente recuperó un espacio inigualable para días y noches que marcaron a toda una generación de espectadores y artistas, también comenzó una nueva historia, la del patio cultural que ahora, con sus puertas abiertas a la ciudad, permitía imaginar puestas impensadas en las salas convencionales, coreografías imposibles de plasmar en un tapete y shows únicos que tenían un firmamento de verano o primavera como gran telón de fondo.

Saber que 20 años después de esa primavera inolvidable en la que cada domingo por las mañanas un grupo de jóvenes actores y actrices nos dábamos cita en el más hermoso patio de toda la ciudad, un patio en el que todos querían jugar, como si se tratara de nuestro Estadio Azteca, de nuestro petit Colón a cielo abierto, corre el riesgo de cerrarse para siempre a las diversas expresiones artísticas que allí se ofrecieron y se podrían seguir presentando es una muy mala noticia. Sobre todo en estos años en los que la ciudad ha recuperado tantos sitios que dormían el sueño del abandono detrás de ventanas tapiadas o de muros innecesarios. Sitios que fueron reinventados para la cultura y la expresión artística. La posibilidad de perder uno de los espacios que la cultura supo rescatar del abandono de décadas sería para todos nosotros, sin lugar a dudas, dar un paso hacia atrás.

Como aquellos domingos pasados pero siempre recordados, como tantas noches de música, el Patio Catedral es el lugar que supimos recuperar para esa misa laica que es el arte y la cultura para todos. Porque ese patio que recuperamos hace ya casi 25 años dejó de ser un patio “catedral” y es, para todos nosotros, un verdadero Patio Cultural.

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