Elefante en Europa

Partamos de un principio: sin bidet no hay primer mundo. En
Europa no hay bidet. O sea… Ahora sí, empecemos con la ruta de viaje.
Coimbra, Portugal. Allí, como en Santa Fe, existen los
lupines y los lisos, pero se piden “traeme un fino con trimacos”. Además de
este manjar, tiene una Universidad del siglo XIII, en la que sus estudiantes de
Derecho rinden en toga, aunque hagan 35º a la sombra. Otra cosa que ví es la
confirmación de un prejuicio tan viejo como la tecnología fotográfica. La
biblioteca de la universidad es la más antigua de todas las bibliotecas
universitarias del mundo. Cuenta con ejemplares de hasta 400 años de
antigüedad. Incluso, es protegida por una colonia de murciélagos que se comen a
las amenazas para el papel. Desde luego, está absolutamente prohibido tomar
fotos. ¿Y de qué lugar del planeta vino el ‘click’ de la cámara? Exacto: China.
Londres. La tentación primera es comenzar diciendo “London
calling”, pero no. Después de haber visitado el British Museum uno sale
tarareando el clásico de Los Auténticos Decadentes, “Los piratas”. La cantidad
de obras de arte, piezas de otras culturas y culturas enteras que han robado
los ingleses los han llevado a tal grado e culpa que casi todos sus museos son
gratuitos. Por otro lado, en Londres las cosas funcionan. Es increíble, pero
todo anda a la perfección. Eso sí. Nada es improvisado ni sacado de libreto. Si
algo no funciona, no saben cómo arreglarlo. Allá no hay alambre para atarlo. El
ingenio latino, en Inglaterra, es uno de los pocos tesoros que no nos pudieron
robar. Sí, aman a su reina y leen tabloides. Pero a las 5 en vez de tomar el té
toman cerveza como si fuera la última de su vida. En comparación a Londres, los
santafesinos parecemos abstemios.
¿Creían que la marihuana estaba legalizada en los Países
Bajos? Pues yo también, pero no. Solo se puede consumir en los coffee shop.
Tampoco se puede consumir alcohol en la calle. Y la prostitución, por supuesto,
también está prohibida si no es en el formato conocido y tradicional: las
vidrieras con maniquíes de carne y hueso. ¿Libertad? Yo creo que más bien es
limpieza y orden: cada cosa en su lugar; aunque, claro, la ley está para
quebrarse y nadie le da bola a nada y fuma y toma donde quiere, ante la mirada
tolerante de la policía que, si interviene, rompería el orden caótico y natural
de las cosas. Además de capitalistas, los holandeses son inteligentes.
Berlín, o como pasar del espanto a la fascinación en cinco
minutos. Llegué al barrio del hostel, Kreuzberg. Según me dijeron es el barrio
alternativo, turco y anarco: me quise volver a Amsterdam. Aguanté y salí a
recorrer: la pluricultura en su máximo esplendor: punks, electrónicos, rocker,
heavys, linyeras, turcos, armenios, negros vendiendo merca al lado de la
policía; heteros, gays, lesbianas, transexuales… en 4 días participé de dos
marchas del orgullo gay en menos de 5 cuadras a la redonda. La derrota en la
guerra se nota en cada berlinés, en cada calle y en cada graffitti. ¿Neonazis?
Dicen que hay, pero yo no vi ninguno. Solo vi tolerancia y respeto por la
diferencia. Quizás tuve suerte.
En el fútbol hay dos clases de jugadores: Messi y el resto
del mundo. Praga es Messi. Praga juega a otra cosa. Todo en Praga es una foto…
Y por eso está lleno de chinos.
Roma hizo todo lo posible para que no extrañara a la Argentina. Las
personas son gritonas, quejosas; pero también afectuosas y exageradas. Las
calles están destruidas y el sistema de transporte es pésimo. Padecí una huelga
de trabajadores del subte y la gente viaja en colectivo hacinada. Si pedís
ayuda, todo el mundo se excusa en que no sabe inglés… Pero todo tiene un pero…
y estos desgraciados tienen dos grandes peros: el Coliseo y el Vaticano.
Así como lo de Praga es enamoramiento, lo de París es amor.
Me hizo sentir cómodo y además tiene todo. Y encima me hizo descubrir cómo
evitar las turbas de ojos rasgados: alejarse caminando 50 metros de los lugares
turísticos. Los chinos no tienen curiosidad y entonces allí, donde no hay una
torre Eiffel o una Gioconda a la que fotografiar, no aparecen. Por eso no entré
al Louvre.
Último destino: Catalunya. Primero Lleida y luego Barcelona,
donde me encontré con mi hermana después de más de un año sin verla. Y una
vueltita por un pueblo casi fantasmal, San Martí de Maldá, donde aún se
mantiene en pie el monumento más importante de todos los que visité, el que más
me conmovió: la casa donde nació mi abuelo. El primero de mi familia en pisar
suelo argentino.
Fin del recorrido. Y si como si no fuera suficiente, me tocó
viajar con Miguel del Sel en el avión a Argentina. Antes de las elecciones,
quizás me inmolaba, con el resultado puesto no valía la pena. A menos que en
2019…
Publicada en Pausa #159, miércoles 12 de agosto de 2015
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