A dos meses de huir de sus casas, los inundados hicieron públicas sus demandas. Amenazas, abandonos y discriminaciones alteran a los increíblemente pacíficos costeros. Los problemas van desde los servicios básicos al hacinamiento, pasando por la escolaridad.

Un poco bastante borrachos, un poco demasiado pendejos, se ríen y vomitan y mean. Y les tiran botellazos a los negros. A las casillas de chapas de los negros de mierda, cuando salen de bailar o antes de entrar. Los machitos en horda jadean, una boba se ríe. Hay cierto amparo. La mayoría pasa de largo, algunos sienten lástima o pena. De un lado, la cinta gris de la autopista iluminada por la monótona repetición del alumbrado, del otro la cinta oscura y viscosa del riacho Santa Fe. Frente a frente, los intrusos de la ciudad llegan a la joda delante de los evacuados de la costa.

La emergencia hídrica lleva más de dos meses, los augurios meteorológicos dan pavor: el río seguiría alto hasta julio, superando marcas imborrables con nombre propio: 1983 y 1998. Desde fines de diciembre, la creciente del Paraná desplazó a los pobladores ribereños de sus hogares. Según el reporte oficial, al 3 de marzo en la ciudad de Santa Fe están evacuadas 168 familias –611 personas–; 387 y 1631 suman en toda la provincia. La mayoría de las familias viven en predios que el Estado atiende y rodea con rejas, prohibiendo el paso sin autorización previa incluso a la prensa. Otras están autoevacuadas y se encuentran en mejor condición, de no ser porque el mismo Estado les niega apoyo. Los ranchos de chapa son más amplios y sólidos que los módulos habitacionales oficiales, construidos por la ONG Techo. Aunque, por estar próximas al predio destinado a los boliches, sean divertimento de la joven gente bien.

A vos no

“Este es un lugar histórico donde se evacúan los vecinos de la Vuelta del Paraguayo. Nosotros fuimos a pedir módulos en su debido momento, pero no había. Esperamos dos o tres días y no había. Y decidimos armar nuestros módulos delante de nuestras viviendas. Y gracias a eso evitamos que nos robaran. Porque a la gente que tiene los módulos donde los puso el municipio les robaron en sus casas. Quizás ese es el enojo del intendente, el aspecto que damos frente a los boliches”, razona Rosa, delante de lo que sería el hall de su rancho a la vera del riacho Santa Fe, enfrente de Island Corp, el nuevo boliche de la zona de diversión de la autopista 168.

Rosa y su pareja.
Rosa y su pareja.

“Cuando teníamos todo armado, ellos vinieron con sus patotas de la GSI, con la policía y todo ese circo que hacen ellos”, continúa Rosa, “armamos acá porque ya teníamos agua dentro de la casa. Así se fueron sumando varios vecinos. Cuando la Municipalidad se percató, nos quisieron sacar, pero ya era tarde, por eso se nos negó todo tipo de servicio. No figuramos en los listados de la Municipalidad. Ni luz, ni agua, ni baños. Cada uno tuvo que hacer su baño precario y su letrina. Y ahí nos bañamos. Trajeron un baño químico por equivocación y en plena tormenta lo quisieron sacar”.

Son 20 las familias autoevacuadas que se encuentran en la misma situación: ni luz ni agua ni asistencia alguna, excepto visitas médicas semanales. Parece un castigo por no ajustarse a procedimientos del protocolo. “¡Somos seres humanos también!”, repite seguidamente Rosa, como queriendo hacer recordar algo.

En el predio oficial

Graciela Alarcón vive con su familia dentro de un módulo oficial. Son siete, “más dos perros y dos loros”. Los módulos oficiales están desperdigados: algunos están a la vera de la 168, otros al costado del Corralón Méjico, el Club Excursionistas, en el camino que lleva a Alto Verde.

Familia autoevacuada.
Familia autoevacuada.

Mientras mira hacia al riacho y a su barrio, en la otra costa, recuerda las inundaciones de 2013 y 2014, cuando estuvo en el mismo lugar en el que ahora habita su vecina Rosa: “Acá yo estaba mejor que allá. Acá es más seguro, no es tan fuerte la tormenta. Acá tenemos sombra. Es otra cosa. Allá nos tiraron como chanchos. No tenemos sombra, nos comen las moscas, tenemos que vivir con el mal olor, con los ruidos de los boliches. Todo el tiempo mal olor, moscas, alacranes. Los baños son insoportables. No podemos cuidar nuestras viviendas. A mi casa la robaron, le sacaron lo poco que le dejé. No tenemos ni media sombra. La teníamos, ahora no la tenemos. Y durante el día no se puede ir a los baños químicos, hace demasiado calor”.

–Estos módulos son peores que los de la inundación de 2013 y 2014 –interrumpe la hija de Graciela, Luciana–. Los anteriores nunca se nos volaron.

–¿Cuántos son en tu módulo?

– La Municipalidad dio un módulo por familia, sin preguntar cuántos éramos ni nada. Nosotros somos cinco personas. Nos tenemos que dividir: mi hermano se va a la casa de la novia a dormir, también mi otro hermano, y así. Los módulos son muy chiquititos. Tenemos dos camas, una cocina, una mesa y un placard. Es lo único que entra, y tenemos que sacar la mesa para comer o para meternos adentro, porque si no sacamos la mesa no tenemos lugar para movernos adentro.

–¿Qué pasó con la tormenta grande?

–En la tormenta del viernes se cayeron tres casas. Se volaron los techos, la gente se quedó sin nada. La gente se refugió en las duchas, que es lo más seguro que tiene el lugar en este momento. Pero nadie se acercó a nada, a ver si las familias estaban bien o si se habían perdido cosas. Normalmente hay dos personas de seguridad de la Municipalidad, de las 8.00 de la mañana a las 17.00. No cumplen ninguna función. Vas a reclamarle algo, a pedirle algo y te dicen que la emergencia hídrica ya pasó. Hoy estamos sin agua caliente, sin luz en las duchas, desde hace más de tres semanas. El señor que limpia los baños químicos cortó el cable y bueno, ya está, se cortó el cable y nadie viene a arreglarlo.

–¿Y cómo sobrellevaron los 60 grados de térmica?

–¡Estamos quemadísimas! Mientras hay luz lo pasás adentro con un ventilador. Cuando no hay luz, te tenés que morir de calor.

Los evacuados están en la actual zona de boliches..

Ahora que comenzó el ciclo lectivo, los niños que habitan en los predios oficiales contarán con un transporte que los lleve a la escuela. La mayoría cambió de establecimiento: la escuela de la Vuelta del Paraguayo está inundada. La directora solicitó reabrirla construyendo un recinto con los mismos materiales con los que están hechos los módulos. La edificación hubiera sido muy precaria, pero el grupo escolar no se hubiera disuelto. La propuesta fue rechazada. Para los chicos que están autoevacuados no hay transporte que los traslade a ningún lado.

Sin embargo, puede ser peor.

Sacarte los nenes

Los habitantes de Playa Norte, Bajo Judiciales y Bajo Gada viven en un sordo enfrentamiento. Varios son residentes del lugar desde hace 40 años. Hay casas de material, grandes y, también, hay ranchos. Son pobres, y se inundan, generalmente, por las lluvias. Sin embargo, este año la bomba de desagote funcionó a tiempo, señaló Liliana Berraz, de Manzanas Solidarias, una ONG que desde el 2001 trabaja en este territorio. “Pero este año la laguna entró igual, dando la vuelta por el anillo que protege. Vino la Municipalidad y la única propuesta fue la relocalización. Los llevaron a la UTN y de ahí los llevaron a las cabañitas de madera a Los Quinchitos. Inmediatamente vinieron las máquinas y destruyeron todas sus casitas de material y algunas familias sufrieron la violencia de las amenazas de que le iban a quitar los chicos porque ‘estaban en peligro’. Una amenaza muy dura, denunciada en la Comisaría 8va. Nunca jamás hemos visto esto, tanta discriminación y crueldad”.

En Los Quinchitos están viviendo 12 familias relocalizadas, sin posibilidad de volver a su antiguo emplazamiento. La amenaza que reseña Berraz, una práctica común en los barrios para marcar la asimetría entre pobres y representantes del Estado, está publicada en un comunicado que firman Canoa, Tramas, Proyecto Revuelta, Manzanas Solidarias y el Centro de Salud Setúbal, donde se plantean diferentes aspectos sobre la política de atención a los evacuados y las relocalizaciones:

  • Hace años que el gobierno municipal vuelve con la idea de relocalización en los períodos de inundación. Jamás ha tenido la voluntad política para sentarse con nosotros y escuchar nuestras propuestas.
  • Las experiencias relacionadas a relocalizaciones en inundaciones anteriores han demostrado un tratamiento discriminatorio y cruel, hacinando familias en módulos precarios, que se transforman luego en la propuesta de vivienda definitiva. Basta recordar Villa Corpiño, Los Quinchitos, módulos de madera, y ahora las “Cabañitas”.
  • Sabemos que estas tierras junto al río o junto a la laguna Setúbal son apetecibles a los grandes intereses económicos asociados a proyectos turísticos e inmobiliarios.
  • Solicitamos a los concejales una audiencia a fin de cumplimentar con las promesas realizadas, de ser escuchados y tenidos en cuenta como ciudadanos con derechos a la hora de tomar decisiones que repercuten sobre nuestra vida. A su vez, es menester consensuar en mesas de trabajo democráticas las propuestas de obras y urbanización por nosotros presentadas, todas ellas, seguramente, de menores costos en su implementación que lo que conlleva afrontar las emergencias hídricas.

Las propuestas a las que refieren las organizaciones fueron presentadas en la Legislatura y el Concejo, una para el noreste y la otra para la Vuelta del Paraguayo. Ambas fueron elaboradas después de años de jornadas de trabajo conjunto entre las organizaciones y los vecinos, y recogen una visión integral de la vida concreta de los habitantes de cada barrio.

En su momento las autoridades electas recibieron los proyectos con pompa y reconocimiento.

Ellos

Los fines de semana son un padecimiento para los evacuados, la fiesta no tiene contemplaciones. El desplazamiento de los lugares bailables favoreció a los residentes del centro y transformó las noches de descanso de los costeros para siempre y desde hace años. “Monstruos de música electrónica”, es el nombre que les da el marido de Rosa. La metáfora refulge por nueva.

“Ellos tienen colectivos que los traen y los buscan”, dice Rosa Dorado mientras mira hacia Island Corp, pensando en la clientela del boliche. “Y nosotros peleamos por la luz y el agua. No pedimos otra cosa. No es que nos querramos enfrentar, los chicos están en su derecho a divertirse, pero es como una burla hacia nosotros. Pedimos lo básico”. Su marido señala el corte de rancho. Apunta a la unión entre la chapa y la tierra, como diciendo “Aquí han meado”.

Más imágenes en la cobertura realizada en conjunto con Isla.

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