Plazas

Foto: Matías Pintos.

La primera que recuerdo es la del Soldado, un arenero donde con amigos ocasionales practicábamos tomas de judo y peleas de Titanes en el Ring, mientras en el asfalto se sucedían los oradores, los aplausos y las consignas, era un acto del Partido Intransigente. “Alende no se vende”, cantaban los chicos que volvían en auto acompañados al ritmo de la bocina. Nosotros no teníamos auto, dependíamos del 16 o el 17 (una especie extinguida). Cada cabina de colectivo era una mezcla de altar y bulo, lleno de banderines, y luces de colores, los billetes arrollados como conos se clavaban en rendijas metálicas, eran los vueltos exactos que ya estaban preparados. En uno de esos colectivos, a la vuelta del acto, subió una mujer con pañuelo y mi vieja, que además era docente, me explicó lo que era una Madre de Plaza de Mayo. Debo haber tenido 5 o 6.

En la plaza de la Legislatura, cuatro años después,  grupitos de gente se amontonaban contra el golpe en la angustia y la impotencia de no saber qué hacer: era el primer levantamiento carapintada. Era de noche y se cantaba, entre otras cosas, “no pasarán”, de alguna forma yo rogaba para mí que el canto fuera simbólico y jamás fuera puesto a prueba, porque además del miedo que me daba la idea de un ejército golpista avanzando, repasaba una y otra vez nuestra columna más bien flaca, y no veía que tuviéramos ninguna chance.

En la primera mitad de los 90 las plazas eran bastante tristes, más de una vez no llegábamos a veinte los que acompañábamos la ronda de las madres los 16 de septiembre y el número era menor en las marchas de cada primer jueves del mes. La Queca y la Negrita caminaban con la misma firmeza que si encabezaran una marcha de millones.

Las marchas nacionales en Plaza de Mayo contra la Ley Federal terminaban siempre con el mismo ritual: corridas, hidrantes, balas de goma y gases. Pero en Santa Fe los secundarios habíamos cagado a huevazos a los convencionales en el 94.

La plaza de los veinte años fue grande y apareció Hijos. El primer muñeco que vi fue el de Brusa, en la lancha, si no me equivoco, lo hizo Jorge. A la plaza de Rincón no pudimos llegar, cuando leíamos el discurso, a dos cuadras, nos tiraron con un perro vivo, después las corridas, los cascotes, caballos y rebencazos. No éramos muchos más que cien pero la fuerza que teníamos nos multiplicaba, nunca escuché un canto más potente que el de esa mañana. Fue como un carnaval, una pequeña revuelta.

La plaza de los inundados fue grande y furiosa. Después las plazas fueron ciudadanas, de teflón y Sociedad Rural. Entre medio los juicios, las condenas y Mariano Ferreyra. En la plaza enorme de las mujeres, estuve con la Vero por última vez, en el lugar donde nos encontrábamos siempre.

Muchas plazas recuerdo y nunca antes, creo, sentí el alivio de plaza llena como este marzo. No pasarán, susurro.

Publicada en Pausa #169, jueves 31 de marzo de 2016

Un solo comentario

  1. he leido tantas veces este post que me parece que lo se de memoria, es un pedacito de mi historia . gracias, muchas gracias por publicarlo. mi última plaza fue la del 10 de mayo y tambien me senti contenida y aliviada en la plaza llena, yo tambien susurro: No Pasaran

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