Néstor

Néstor toma sol adormecido en una esquina de la pileta. Tiene apoyado su brazo malo sobre una tabla de goma. Son las 9 AM y a esa hora, en esta época del año, el sol entra por los ventanales que dan al fondo del parque. A veces abre los ojos, silba y continúa meciéndose al ritmo de las canciones que pasan por la radio. Una radio retro del pueblo, carbón que a la final resulta diamante. Melódicos de los 70. “Vive, hay una casa, una mañana, una mujer…”.

Como es imposible lograr que acate una orden y se integre a la clase, el instructor se dedica exclusivamente a los otros que estamos en el turno.

Néstor es un hombre resignado que hace rato dejó de entrenar. Se dice que las cosas no andan muy bien por su casa. Pocas veces su mujer viene a visitarlo, y cuando lo hace él la destrata. Con gestos prepotentes, se queja de que ella no entiende lo que él silba. Pero es que en realidad sólo algunos pocos compinches logran traducir más o menos sus intenciones.

El ACV lo dejó hemipléjico e incapaz de pronunciar palabra. Los primeros meses de su estadía concurrió a las sesiones de fono, pero ya hace mucho que las esquiva, desde que incorporó los silbidos como lenguaje; un lenguaje propio que nadie comprende. Pero él aparenta estar muy cómodo en ese mundo autista, que sólo rompe de vez en cuando para soltar una carcajada burlona cuando alguno de los compañeros comete un error. Acá todos volcamos continuamente cosas, así que ocasiones no le faltan.

Su personaje es gracioso y a la vez insoportable, lo que lo transforma en blanco de un bullying continuo de parte de todos los estratos de la institución. Pero es en las sesiones de Hidroterapia donde la cosa se pone más heavy. Una, por la pecera de vidrio que la aísla del resto como un estudio de grabación, y otra porque los coordinadores no son terapeutas, sino profes comunes de gimnasia.

Le dicen que es un viejo mantenido. Que la mujer se quedó con la concesionaria. Que se la van a garchar para que les regale una 4X4, un cero kilómetro. Y como el tipo siempre encuentra excusa para diferir el alta, le adjudican deudas y todo tipo de macanas en el pueblo que seguro lo esperan a la vuelta. Néstor sonríe con los ojos cerrados fingiendo regodearse en su vaivén.

Durante el verano la mujer desapareció por varias semanas. Alguien se enteró de que había viajado a Punta del Este y entonces las burlas se incrementaron hasta niveles muy groseros.

Él responde a todo haciendo la vista gorda, y cuando ya no lo puede soportar, reacciona con violencia. Nára, narára, nanána, chapucea con acento italiano. También tiene la maña de soltar  sopapos, arrebatos que una vez le valieron un correctivo del profesor. “¿Vos sos loco?” mientras lo agarraba de los rulos y le hundía a cabeza un par de veces en el agua. Otro día le tendieron una trampa. El profe lo puso a hacer un ejercicio llevándolo disimuladamente hasta  la altura del caño de carga que viene del tanque; mientras tanto Toto, el auxiliar, salió y le abrió de golpe el agua fría.

Hace algunos meses, cansado de escuchar a Julito, la ballena, regurgitar moco por el tubo de su traqueo, pedí cambio de habitación. Me pasaron a la 9 y ¡bingo!, en la otra cama estaba Néstor. Todo el plantel de enfermería y camilleros me gastaban diciendo: “¡Es lo peor! ¡Ya tres pacientes pidieron el cambio! Néstor silba todo el día, y a la noche ronca como un oso”. Y tenían razón. Pero yo la pasé bien, me relacionaba lo justo y necesario, veíamos La viuda negra por las noches y me quedaba dormido con el diazepam.

Al mes, el que pidió el cambio fue Néstor. Se ve que estaba tan acostumbrado a reinar en soledad que no pudo soportar mi tolerancia. Terminó en el ala 2 con alguien mucho peor: Alejo, un muchacho asustadizo y quejoso, con mirada maligna que llora todo el tiempo. No sé cómo la estará manejando. Al final estuve un par de semanas solo y a mis anchas, hasta que volvió el Capitán Balbi. Pero con el Capitán tenemos largas conversaciones sobre barcos y yo le hago la segunda para mirar cualquier bodrio de entretenimientos, porque enseguida le empezamos a sacar el cuero a los participantes y la pasamos bomba. Cuando yo me pongo mal, él me dice: “Andá a fumarte un puchito y acostate. Mañana será otro día”. Y ese laconismo me baja a tierra desde el limbo infernal de mis paranoias nocturnas. Lo único que me molesta del Capitán es que hace poner el aire a 22 y amanezco congelado. Pero nos llevamos muy bien, él se dio cuenta y mandó traer un ventilador que se lo hace poner prácticamente encima. Entonces el aire volvió a los 25 y yo pude volver a descansar. Además, gracias a su cercanía amistosa, empecé a ser bien recibido en el círculo de pioneros: hombres rudos, sarcásticos, impenetrables, a quienes la mascota Sofi hace calentar y reír con su locura desfachatada.

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