Punk con juguetes

Walas y su muñeca macabra. Esta vez no hubo que lamentar declaraciones desafortunadas; fue todo rock y energía.

Massacre deslumbró en la noche de Tribus.

Treinta años de bagaje arduo por el under fueron afectados por los dichos de Walas una semana antes de la llegada de su banda, Massacre, a Santa Fe: el padrinaje del skate punk estacionó su micro viejo gris en Bulevar y Pedro Vittori y descargó un set de 22 canciones de repaso por sus nueve discos de estudio. Con la fórmula de la canción bien entrenada a partir de la poética existencialista de su frontman protagonizando escenarios montados por las guitarras de Pablo Mondello, la banda pisó las tablas de Tribus y sació a los presentes sin prescindir de clásicos, homenajes, ni de pogo.

Abrió la velada Morbostoner. Luego, la puesta enérgica de Los Cuervos imantó las miradas para donde los instrumentos cobran sentido y, según la opinión de la ronda de cerveza, alguno se animó a delegar esperanza en el devenir de la banda que homenajea a Edgar Allan Poe con su identidad que forman Matías Serrano como bajista, Álvaro Ruiz como guitarrista, la batería de Lucas Negretti y la voz de Charly Bovino. Ese efecto de atracción fue lo que de alguna forma representaba el telón que se colgó de fondo para que actúen los porteños, con un par de ojos encastrados en el centro de un espiral.

A 18 minutos del domingo 24, Charly Camota se hizo cargo de los cuerpos de la batería y fue el primero en ocupar su puesto antes de que Walas saludara con su “beso” habitual y “Mi amiga Soledad”, el ambiguo primer track de Biblia Ovni, el disco que da motivo a la gira en curso. Inmediatamente le siguió uno de los inquebrantables de su cuarto álbum, Aerial, llamado “Te leo al revés”: un disparador rockero para una clase de esa ciencia que estudia los signos como la semiótica. Para ese entonces ya estaban los ánimos más que agitados, varones sin remera, chicas con los pelos pegados a los márgenes de la cara, debajo del cantante con guantes negros de cuero.

La banda suena pareja descansando en las bases de bajo de Bochi Facio y el trabajo de Fico Piskorz no sólo en guitarras rítmicas, sino también con los sintetizadores, integrantes más bien novedosos incluidos en el sonido del nuevo disco que no obvia a Cerati, a Curtis, tampoco a Johnny Marr. El disco de 2011, Ringo, aportó buena parte de las canciones tocadas: “Luna elástica”, “Muerte al Faraón”, “La web del siglo” y “Tanto amor”, una de las amorosas que todos se prestan a cantar, sin excepción de los varones sin remera. “La octava maravilla”, una de las causantes de la actual chapa del grupo, cuenta, sin dudas, con uno de los mejores guitarristas del ámbito argentino como Pablo Mondello, también conocido como el “Tordo” (es médico psiquiatra): estudioso de los pedales y trabajador de su instrumento, Pablo Mondello es cómplice de primer orden en las etapas compositivas y de ahí, puede ser, que provengan algunas explicaciones al innegable sabor psicodélico y progresivo de las canciones de Massacre.

“Ziggy Stardust” y “Starman” se colaron también como disparador de la recta final del setlist, para sumar un homenaje a Bowie y desnudar algo que, al menos para quien suscribe, es evidente recién mirando en particular a cada quien que toca: Massacre juega al rock, no les hace falta mirarse para coordinar un corte o dos vueltas más, perfectamente puede cada uno hacer como Bochi que se mueve como Angus Young en una baldosa ignorando el contexto o como el mismo Walas, que practica bendiciones con una cabeza de muñeca clavada al tope de un crucifijo de madera. Su público contesta con pogo, le ofrece su energía a los saltos, transpirando y completando cantos a coro. Clímax propicio para el bis con “Plan B: Anhelo de satisfacción” y mandar a todos de vuelta a sortear una ciudad en la que no estarían flotando orgasmos.      

 

Fotografías: Federico Ferreyra

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