El vital Lezcano

Walter Lezcano leyó en Del Otro Lado Libros junto a Santiago Venturini, entre otros autores locales.

Por Alejandra Bosch

Walter Lezcano pasó por la ciudad, presentó su libro y conversó sobre la literatura.

El escritor y periodista Walter Lezcano estuvo en Santa Fe presentando Dos poemas, parte de la primera colección de libros de Ediciones Arroyo. Pasó dos días en la costa, compartiendo el cotidiano de los integrantes de nueva editorial independiente que usa plástico para fabricar las tapas de sus libros y, entre charlas y lecturas, quedó la idea de hacer una nota. Acá van algunos conceptos potentes en unas pocas preguntas.

—¿Que significa ser un escritor “famoso” en Buenos Aires, mencionado como uno de los que “hay que leer”?

—La idea de “fama” o algo parecido relacionada con la literatura me resulta completamente extraña y ajena. Sinceramente no tengo ningún conocimiento del significado de nada que esté por afuera del laburo solitario y elegido de leer con furia, voracidad y constancia, y cada tanto intentar escribir algo que resulte legible, atractivo e insumiso. Ya sea una nota, un poemita, un cuentito, una novelita, mis deseos están puestos en ese sentido. Se me van todas las fuerzas en tratar de entender los mecanismos que ponen en funcionamiento el proceso de llenar una página en blanco. No sé bien qué hay por afuera de eso.Las vidas que se organizan alrededor de la literatura tienden a ser saludablemente autistas mientras se lleva a cabo el ejercicio de la escritura y absolutamente rutinarias, grises, cuando la sociedad nos exige comportarnos como seres civilizados y funcionales al intercambio de bienes y dinero. Como dice una canción de 107 Faunos: “nosotros somos lo menos”.    

—¿Cuándo decidiste que algo había que hacer con la escritura?

—En el comienzo de mi adolescencia, tipo 12, 13, 14 años, decidí que había que empezar a escribir. Yo estaba dando mis primeros pasos conscientes con la lectura: elecciones, robos, ordenamientos. Había tenido una ruptura amorosa inesperada y desestabilizadora. Son esa clase de experiencias que te rompen las ilusiones y uno crece un poco porque algo de tu inocencia se destruye. En fin, mi cabeza se llenó de ideas nuevas y oscuras. Necesité, por algún motivo misterioso, tratar de visualizar esas ideas. Ponerlas frente a mí, tratar de entenderlas. No tenía otro modo más que sacarlas de mi cabeza. Era algo así como intentar sacarle una foto a algo inexplicable y nebuloso, sin forma definida. Fue así como nacieron los primeros poemas. Poesías espantosas, lamentables e iniciáticas. No digo que mejoré, pero me doy cuenta de que en ese momento la escritura era un juguete completamente novedoso y renovador. Había encontrado un destino. Pero, claro, sin exagerar. Le pasa a todo el mundo todo el tiempo en algún momento de su vida. Nada raro. Por otra parte, cuando escribo una novela, las pocas veces que eso sucede, no tengo ningún plan armado. Trato de manejarme sin normas que prefiguren comportamientos eficientes, certeros. Para eso está la vida civil y productiva del laburo pago. Quiero que la literatura que me sale cada tanto se maneje con otras normas.     

—Tu último libro, Suena el afilador de cuchillos, sale en una editorial que tiene una proclama ante sistema capitalista y un mensaje ecologista y anarquista, ¿te sentís en esa sintonía cuando tus libros circulan? ¿Pensás que tus escritos le cambien la vida a alguien?

—Si se tiene la suerte de terminar un libro, que se publique, luego circule y, tal vez algo más interesante, alguien lo lea, ya escapa de las intenciones que uno pueda proclamar en cuanto al modo de recepción. Son pedidos inútiles, todos leemos como podemos, con las herramientas que encontramos en el camino. Por supuesto, la publicación de un libro en los niveles independientes en los que me manejo es cualquier cosa menos un ejercicio de llenar la billetera o conseguir la compra de una casa en una zona céntrica. No hay nada menos productivo para la economía personal que la escritura. Podés pasar años terminando un libro y finalmente darte cuenta de que es un despropósito sin sostén y merece la hoguera. Son riesgos que uno asume. Y hay que bancársela. Es la ínfima valentía a la que podemos aspirar y está perfecto que así sea. Teniendo esto más o menos claro, que un librito que uno escribió le sirva a alguien para cualquier estado emocional en el que se encuentre: no sé si hay mayor placer que ese. Que eso pueda ocurrir no se puede anticipar de ninguna manera. Lo que no deja de ser una suerte porque nos da una libertad absoluta para escribir lo que se nos canta del modo que se nos ocurra en el momento en el que eso nos sea dictado por nuestras ganas.  

—¿Qué hace que salgas de tu casa, y viajes a Santa Fe para presentar un libro que publica una editorial recién nacida en la costa?

—Viajar es uno de los pocos placeres que nos depara la vida absurda que tenemos los seres humanos algo insatisfechos. El otro es el sexo. Y siempre que surge la posibilidad de salir de casa y ver un poco el mundo contemporáneo que me rodea la aprovecho. Todos los libros que llevan nuestro nombre en la tapa merecen nuestra atención y ser defendidos. Me gusta defender mis textos cara a cara. Poner el cuerpo es un modo de escapar de la cobardía del anonimato virtual. Me cabe lo real por sobre todas las cosas. Por otra parte, es un intento de crear intimidad con la gente que confía en tu escritura. Considero, además, que en estos tiempos, mediados del 2016, no existe el centro y la periferia en términos reales de acceso a la información y determinadas lecturas. Vivo en Buenos Aires, después de haber nacido en Corrientes, pero mi vida sería igual en cualquier lado. Internet posibilitó que las distancias no sean tan determinantes ni definitorias. Y hacen que cualquier persona arme su propia movida: relevante y trascendente. Es necesario que eso ocurra: desbaratar la idea de que una determinada ubicación geográfica es dueña de algún tipo de tesoro. El futuro es de los que activan, se mueven por concretar algo con la tierra que les tocó en suerte sin mirar las posibles e improbables felicidades ajenas.   

—Te presentas en las redes como periodista, no como escritor, ¿es sólo porque así te ganás la vida o porque la comunicación en medios de llegada masiva es la que va para vos? ¿La literatura es un lugar sagrado?

—Uso las redes sociales diariamente, por razones neuróticas y banales, y me interesa verlas como pequeños sistemas de amplificación de mi trabajo con la escritura más, digámoslo así, pública: la que tiene que ver con el periodismo. Lo demás, lo que tiene que ver con algo que algunos llaman literatura, lo dejo para los libritos. No me parece que las redes sociales sean el mejor territorio para mostrar esa parte de mi escritura. A otros les funciona. A mí no, tampoco es ninguna tragedia. Son maneras de relacionarse con los demás. Uno tira anzuelos a ver qué pasa y si eso posibilita ciertos encuentros. Muchas veces no ocurre nada y la vida sigue como un motorcito lleno de olvido y desperdicio. A lo que voy: la literatura para mí no es nada de lo sagrado ni lo fantasmagórico. Es lo cotidiano, lo que a veces nos da una identidad y un sentido de vivir, pero que no deberíamos dejar jamás que caiga en la mistificación y la impostura. Dos cosas, la mistificación y la impostura, que relaciono con la seriedad, la solemnidad y la muerte. Y la literatura es, a pesar de todo y luego de tanto tiempo en esta tierra, lo vital.

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