El rompemotos

Anoche la luna parecía una sonrisa brillante en medio de la noche, sola. Hoy es como una angustia fuera de foco, una ausencia que no llega a ser fantasma, dijo el Flaco y se sirvió otro vaso de porrón.

Los ruidos de los bichos del camping y de los autos de la ruta competían; podría decirse que era un empate entre ladridos, ranas, grillos y algún pájaro vs motores, bocinas y frenos. Además, como ninguno hablaba, toda esa pelea equivalía al silencio.

El Tuca jugaba con un encendedor y la tapita del porrón. La chapita, dicen los porteños, pensó el Chiqui, que recordaba la canción de Divididos y Carlín y Adrián Suar volando como arqueros antes de que explotara todo. Enseguida se le vino una imagen de Suar secándose la lluvia con una toalla que le daba un taxista, arrebujándose en el asiento del auto y mirando un cartel de Telecom o alguna de esas mierdas. Sintió un malestar repentino y escupió con ruido. Después se puso a pensar en la Oreiro y estiró las patas, sonrió para adentro, prendió un cigarrillo.

El Flaco, una vez más, le pidió al Chiqui que contara algo. El Chiqui empezó a hablar:

Hoy pasó algo extraño, esta mañana el baño del quincho estaba lleno de plumas de paloma, no vi el cuerpo, los gatos se la habrán comido en otro lado. Anoche, justo anoche, te conté la historia de cuando estuve en medio de un tiroteo en la villa, ¿te acordás? Bueno, esa vez estaba con Luis, el rompemotos. Le decían así porque tenía un taller en mi barrio con bastante mala fama, además levantaba quiniela y vendía cualquier cosa que estuviera prohibida. Después de eso, el quilombo siguió para él y se puso feo, así que juntó un par de cosas y se fue a fondear a Córdoba, se fue casi con lo puesto con una moto enorme que tenía en el taller, en una ruta de las sierras una paloma se le clavó en el pecho. Se escapó de las balas que tenían su nombre y lo mató una paloma kamikaze.

El Tuca silbaba bajito una canción de los Redondos o del Indio que ninguno sabía cómo se llamaba. La poca gente del camping se aprestaba a dormir, el cantor de ópera llamaba a su hija con voz de barítono. La cerveza resonaba en el vaso, los ruidos de los bichos empezaban a ganar.

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