Tazas chinas

Cinco tacitas chinas cayeron al piso y se rompieron en pedazos, cuando las barrieron quedó una montaña de polvo blanco, escombros diminutos y flores azules y naranjas, fragmentos de un quimono, un oso panda y la cabeza de un dragón rojo. La pareja que tiró las tazas le echó la culpa a un empleado porque se les cruzó y lo tuvieron que esquivar. No era cierto pero a Mirko lo verduguearon y le descontaron las cinco tazas. Mirko bajó la cabeza y volvió a trabajar.

Mirko pasa la aspiradora por todo el supermercado, firme y certero. Turno noche, de 22 a 6.  Mirko disimula un pequeño auricular, el cable va por debajo de su ropa hasta la oreja izquierda. A veces parece un robot y a veces un murciélago que sin levantar la vista esquiva a los clientes que se le cruzan en los pasillos y sobre todo en las esquinas.  

Mirko decidió robarse una taza china cada semana, hasta triplicar el monto que le descontaron. El procedimiento es bastante sencillo, de espalda a la cámara, saca una taza de la góndola o a veces del depósito, cuando descarga la aspiradora la deja en la basura y marca la bolsa, pone otra arriba y después, cuando hay que cargarlas, busca primero esa.

La gente que va a comprar al súper de madrugada se mueve entre las góndolas de manera distinta a la que va de día, algunos parecen zombies, otros astronautas, abotagados y lentos, como si nadie quisiera violentar esa leve atmósfera irreal o sonámbula que tiene ese micromundo de luces y pasillos, de estantes y heladeras, aparatos, herramientas, ropa, juguetes, comida. Cuando se anuncia por autoparlante una oferta o recordatorio, todo de golpe parece un aeropuerto fantasma.

Mirko se llama Ulises Mirko pero no le gusta nada, no sabe por qué le pusieron ese nombre y sus padres ya no lo recuerdan. Él tampoco pregunta y a su padre no lo ve desde que tenía 6. Sí le gusta Mirko, seco y raspante, como filoso.

Mirko arranca su moto y siente el aire húmedo de la primavera, también siente en la espalda, el contorno de la taza que lleva en la mochila, es la número veintitrés, la última que le falta (excedió un poco el triple pero igual es justicia). En la taza hay dos dragones amarillos de frente, desplegando las garras sobre un fondo azul con unas nubes pequeñas amarillas y rojas. Mirko se pone el otro auricular y enciende el mp3, nadie sabe qué música escucha.

Hay una ventanita abierta en una de las torres de El Pozo, apoyada en el marco, una chica fuma y siente el aire dulzón que sube de los jardines, atrás de ella hay una repisa nueva, con veintidós tazas chinas en fila y un lugar vacío.

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