El mundo observa cómo la continuidad del clan Clinton y un desaforado magnate son las opciones de un menú fast food de trágica melancolía.

Por Guillermina Seri

No es fácil ser ciudadano estadounidense. La gran Angela Davis, por ejemplo, acaba de declarar que ella no es tan narcisista como para no votar por Hillary Clinton. Argumento retorcido si los hay. ¿Qué quiere decir? Significa que el (¿único?) modo de ir a votar por la señora, si uno es inteligente, informado y decente, es a través de considerar todas las calamidades bíblicas que la elección de Mr. Trump desencadenará sobre el planeta Tierra. Pensar mucho en eso, nada más que en eso, e ir a votarla. Si uno en cambio decidiese no ir, por una cuestión de principios, será porque uno es un privilegiado a quien el resultado de la elección no afectará, lo que no pueden decir un montón de inmigrantes, afroamericanos, niños y mujeres, entre tantos otros a quienes tanto las políticas como la designación de los próximos jueces de la Corte Suprema afectarían desastrosamente. Entonces, a menos que uno sea un desalmado sociópata, o sufra de narcisismo patológico, hay que ir a votarla a Clinton –la mayoría de los progres indica. ¿Argumento eficaz? ¿Chantaje? La teoría del mal menor viaja rápido, al parecer. O quizás alguno de los asesores de Clinton estuvo de visita hace un año atrás en la Argentina. Es casi lo único que uno escucha por acá. Una vez que un ciudadano se convence de que debe votar por la señora, ya no queda nada que cuestionar. Solo se trata de hablar de lo horrible que es el otro.

https://youtu.be/AEAJrT8PeOo

Por suerte para Clinton, las encuestas la favorecen después del primer debate –que fue visto por más de 84 millones de televidentes, un record histórico. El blog de Nate Silver (fivethirtyeight.com) sirve como termómetro para seguir día a día las fluctuaciones más mínimas en la opinión publica. Entretanto, los canales y la prensa que apoyan a Clinton no dejan de discutir, en vivo y en directo, 24/7, acerca del machismo y racismo, falta de modales y estilo, turbia historia financiera y aparente carencia de lúcido intelecto del candidato Trump. Las discusiones van desde denuncias de cómo Trump detesta a las mujeres con sobrepeso, a todas las cuales despidió de sus empresas cada vez que pudo, hasta análisis sobre la falta de calificaciones y de experiencia política del candidato -que, recordemos, hace no tantos años atrás era él mismo Demócrata. La falta de experiencia de Trump parece ser un tema. Tanto es así que un montón de republicanos famosos, de esos señores académicos o expertos con mucho poder que dan consejos sobre guerras y que inspiran un cierto miedo cuando uno los ve desde el Sur global, anunciaron públicamente que se pasaban al bando de la señora. Y esto incluye a la familia Bush. O sea que sí, aparentemente G.W. Bush y su hermano Jeb son ahora simpatizantes de Clinton (como al parecer lo es nuestro propio presidente, también). Y muchos otros. Republicanos serios, conservadores con tradición que se sienten frustrados al ver a quien perciben como un bufón devenido en su candidato oficial. Pero si todos parecen estar con Clinton, ¿quiénes quedan del otro lado?

[quote_box_right]A menos que uno sea un desalmado sociópata, o sufra de narcisismo patológico, hay que ir a votarla a Clinton –la mayoría de los progres indica. ¿Argumento eficaz? ¿Chantaje? La teoría del mal menor viaja rápido, al parecer.[/quote_box_right]Es muy interesante ver lo que pasa en los medios conservadores. Un canal típicamente reaccionario como Fox News se ha vuelto más matizado y ofrece voces interesantes y momentos inteligentes. Como la de Megyn Kelly, una abogada y periodista a quien, luego de cuestionar públicamente a Trump en las primarias republicanas y de otras incursiones, a fuerza de rating le permiten ahora mostrarse como una incisiva entrevistadora. Habiendo dejado detrás el formato de rubia típica del canal, Kelly –ahora generalmente vistiendo de negro (a diferencia del rojo, verde o azul intenso al que someten a las otras)– pregunta lo que muchos progresistas deberían también preguntar si no fuese por lo que la teoría del mal menor le hace a las mentes, voces, y conciencias (ya ven, no solo en la Argentina).

Entre otros, Kelly ha entrevistado a Julian Assange, a quien otros periodistas del canal en el pasado trataban abiertamente como a un enemigo público de los Estados Unidos (con las consecuencias que ello usualmente acarrea, o sea). Hasta Sean Hannity, uno de esos periodistas, felicitó a Assange por su coraje en luchar contra la corrupción y le deseó suerte en su calvario por quedar en libertad. Por momentos, uno tiene la sensación de estar en un mundo al revés. Pero resulta interesante ver cómo los conservadores en los medios hablan ahora de política. Si bien ellos también entretienen con detalles –“¿Tenía Clinton un micrófono escondido en su espalda durante el último debate? ¿Estaban arregladas las preguntas para favorecerla?”–, ahora discuten de política. Es que si uno quiere atacar a Clinton, referirse a su trayectoria política basta y sobra. No he visto que los conservadores se interesen mucho por el rol de Clinton en el golpe de Estado en Honduras en 2009 o en la caída de Khadaffi, pero sí refieren a su responsabilidad en Benghazi, a su peligroso uso de su cuenta de email personal para comunicar todas las cuestiones de Estado mientras sirvió como en la Secretaría, y a sus múltiples mentiras e incoherencias, que en la sociedad del espectáculo versión 2016 están todas toditas registradas en cámara.

Escuchando a los conservadores, uno aprende acerca de los múltiples zafarranchos del matrimonio Clinton y se llega a desear que refiriesen solo al affaire Lewinsky. Como si compitieran mano a mano con los Kirchner, aunque en un escenario extendido tanto en términos históricos como de llegada como de recursos, ahí están los Clinton, ahora en versión femenina (feminista, dicen los más audaces en esto de embellecer a su candidata).

Es bizarro escuchar cómo los progresistas minimizan las incursiones militares y las políticas que tuvieron el apoyo o fueron responsabilidad de Clinton para horrorizar al espectador o interlocutor con los defectos personales de Trump.

Y si los conservadores se permiten hablar un montón de política es entre otras cosas porque su candidato oficial podrá ser una persona horrible pero que no tiene ningún pasado político que ocultar. Este es el fuerte de Trump.

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El primer debate dejó mejor posicionada a Hillary Clinton.

Entre quienes ven con menor desagrado a Trump que a Clinton –y creo no exagerar si pinto la cosa en estos términos– se cuenta una masa de ciudadanos radicalmente abandonados por las promesas del mercado y por un estado prescindente. Generaciones de estadounidenses a quienes les fue vedado el acceso al Sueño Americano –porque, oh Dios, ¿quién está en condiciones de pagar hasta 60 mil dólares anuales para asistir a la Universidad, y quién puede acceder a buenos trabajos sin una educación universitaria decente? Veteranos de guerra olvidados, granjeros, empleados y clientes de Walmart y McDonalds, familias que viven en pueblitos, muchos de ellos bucólicos pero adonde no hay ni trabajos ni futuro, muchas de las cuales son blancas y entonces supuestamente privilegiadas. Toda sociedad racista que se precie mantiene bien separados a los de abajo. Entonces, los de abajo reaccionan y actúan por separado. Y a esta gente blanca excluida la promesa de Trump de Make America Great Again les da una voz y alguna esperanza. En medio de su páramo. ¿Se entiende, no?

Por cierto, miembros y simpatizantes del KKK (sí, aun existe) tanto como ciertos grupos neonazis parecen pensar que Trump apoyará sus agendas. Pero, ¿qué dirán los familiares quienes engrosan el mayor número de deportados de la historia durante la gestión de Obama? No es tan sencilla la ecuación. Hay muchos a quienes el sistema deja afuera. Y hay algunos con memoria, también.

“Todo el mundo sabe que la historia oficial es una mentira, pero no hay nada que uno pueda hacer,” me decía un colega estadounidense hace unos días. Esta sensación es en algún sentido nueva, me explicaba. La gente que ahora tiene más de cuarenta años logró atisbar algo diferente. Por cierto, uno sabía que el país tenía una larga tradición de imperialismo y serios problemas como el racismo. “Pero existía un sentido de posibilidad, de que las cosas podían ser de otro modo” tanto hacia afuera como hacia adentro. Las fuerzas e iniciativas progresistas no eran solo utopías. Las elecciones ciudadanas y la movilización se efectivizaban en políticas incluyentes tales como las iniciativas en materia de vivienda y educación que se habían expandido desde los 30. O en el reconocimiento de derechos civiles y políticos y de agendas transformadoras como los logrados por el movimiento de derechos civiles y el feminismo en los 60. Pero desde la época de Ronald Reagan (o de Nixon, diría Glenn Greenwald), ese sentido de posibilidad se comenzó a desmoronar.

[quote_box_right]Veteranos de guerra olvidados, granjeros, empleados y clientes de Walmart y McDonalds, familias que viven en pueblitos, muchos de ellos bucólicos pero adonde no hay ni trabajos ni futuro, muchas de las cuales son blancas y entonces supuestamente privilegiadas. Toda sociedad racista que se precie mantiene bien separados a los de abajo. Entonces, los de abajo reaccionan y actúan por separado. Y a esta gente blanca excluida la promesa de Trump de Make America Great Again les da una voz y alguna esperanza.[/quote_box_right]Se sabe que Clinton es muy pero muy ambiciosa, no muy considerada de lo que o quienes quedan en el camino, y también hawkish –partidaria de guerras e intervenciones variopintas, en lo cual probablemente haya sido inspirada por su mentor y amigo personal, Henry Kissinger. Por lo demás, la señora ha ido cambiando sus perspectivas acerca de asuntitos tales como derechos fundamentales de las mujeres, la situación de los afroamericanos y los inmigrantes de acuerdo a como van soplando los vientos. Y los vientos por acá por el Norte no soplan hacia la izquierda con mucha frecuencia.

Aunque a veces pareciera que sí. Y quizás lo rancio de la atmósfera presente para observadores como la que suscribe, se deba a que hasta hace un par de meses parecía haber una gran alternativa. Hace un año atrás, Bernie Sanders, el veterano senador independiente del independiente estado de Vermont, decidió competir por la candidatura presidencial en la interna Demócrata, y por unos cuantos meses Sanders arrolló con su promesa de Revolución. Describiendo lo que parecía poder llevar a Estados Unidos a los estándares modernos y solidarios de los países nórdicos, Sanders desplegó sus propuestas de educación y salud para todos, protección del medio ambiente, transporte público extendido, eficaz, y accesible o energías alternativas, entre otras, muchísimas cosas que prometían hacer de ésta una sociedad sofisticada e incluyente. Millones de jóvenes e independientes se movilizaron detrás de Sanders con verdadera pasión. Si bien Sanders llenaba estadios mientras Clinton mostraba unas reunioncitas televisadas en salones que parecían más bien armadas, ella ganó las internas. “¡Fraude!” gritaron muchos, esperando que Sanders cumpliera con su promesa de llevar la disputa a la Convención Demócrata. Pero, inexplicablemente para tantos, Sanders diluyó su crítica, congeló su Revolución, y expresó su apoyo por Clinton, pidiéndoles a sus seguidores que hicieran lo mismo.

Aun no estaba todo perdido, sugirió Jill Stein, la candidata del Green Party, un partido progresista, inteligente, y sensato que crecería significativamente entre los millones de estadounidenses honestos, inteligentes, solidarios, y bienpensantes si no fuese por teorías como las del mar menor. Stein le ofreció a Sanders seguir con su Revolución desde el Green Party –que es donde siempre debió haber estado, piensa una. Pero él dijo que no. Terrible bajón.

A Stein ni siquiera le permiten participar en los debates presidenciales. Porque “acá hay solo dos partidos, ¿me entendés?”. Hacer cualquier otra cosa que no sea apoyar a Clinton es un lujo pequeño burgués, un síntoma de narcisismo patológico, una actitud exquisita de privilegiado. Obvio, ¿no?

Algunos son demasiado narcisistas, al parecer. Una profesora de ciencia política de una prestigiosa universidad observa que “si llega a parecer que Hillary va a ganar por un margen más amplio de lo necesario, puedo llegar a votar por Trump solo para asegurar que el mandato ‘feminista’ de asesinar mujeres y niños en otras partes del mundo no sea tan fuerte”, y una militante pacifista relata cómo sus amigos “están enojados conmigo por no votar a Hillary. Estoy verdaderamente cansada de elegir el menor de dos males. Y en este caso, ni siquiera estoy segura de que con su larga historia de apoyo a guerras y armamentismo ella sea en verdad el mal menor”.

Me es imposible imaginar cómo Hillary Clinton podría no ganar la elección. La apoyan los demócratas, señores bonitos de Hollywood como George Clooney, la apoyan un montón de republicanos, un montón de progresistas asustados, y la apoya todo Wall Street. ¿Qué chances tiene Mr. Trump? A menos que los leaks que Julian Assange promete para este mes resulten verdaderamente escandalosos. ¿Será? Stay tuned.

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