—Al final ¿qué mierda dice ahí, Flaco? —pregunta el Chiqui con fingido fastidio.

—No le preguntés más que se hace la estrellita mía el pajero éste —objeta el Tuca, levantando la voz. La piragua del camping se bambolea sobre los hombros de los tres.

El Flaco tiene tatuada la palabra “azul” en una de sus pantorrillas, la letra es gótica y bastante inaccesible. El flaco tiene o inventa una historia distinta cada vez que le hacen esa pregunta. Ahora, la orilla del río y la felicidad de no llevar la piragua y que la piragua los lleve a ellos, lo eximen de contestar.

Antes de hacer malabares y ser nómade, el Flaco fue futbolista, arquero, para ser más preciso. Quienes lo vieron jugar afirman que no era malo. El punto más alto de su carrera, fue la primera del “Azul”, Unión de Villa Krause, su ciudad natal. Sin embargo el viento y el desierto le fueron imprimiendo un carácter melancólico que se acentuó notoriamente durante  su adolescencia. En fin, es larga, conocida y deprimente la lista de historias y mitos acerca de cracks descarriados y románticos, pero lo cierto es que su afición por el fútbol no era mayor que la propia por la música, la literatura y el escabio, entre otras inquietudes. En los partidos, se aburría. Después empezó a jugar con resaca y la última vez, directamente bien borracho. En el vestuario, el técnico se acercó, iracundo, con el firme propósito de insultarlo de la mejor manera posible. El Flaco Gamarra, con cinco goles a cuestas, lo esperó cabizbajo, pero a la mitad de la segunda puteada lo sentó de un cabezazo. Salió corriendo del vestuario y del estadio perseguido por unos cuantos hinchas. En su desesperada fuga se subió a un colectivo que iba a San Juan, no volvió nunca más.

—Azul es un nombre de mujer —contesta finalmente el Flaco, cuando las gotas frescas del río alivian la temperatura de los cuerpos—. Laburaba conmigo en una bodega hotel en Tupungato, cogíamos ahí, pero en la bodega, no en el hotel, por eso me echaron.

—Nadie te preguntó, gil— vuelve a objetar el Tuca, esta vez sin ninguna justicia.

La verdad es que la primera de todas las veces que el Flaco escuchó esa pregunta descubrió que tenía un tatuaje en la pantorrilla izquierda y nunca supo exactamente dónde, cuándo y cómo se lo hizo, ni mucho menos, por qué. Una letra azul, como filigrana.

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