Lunes. Llueve y hace frío.

—A vos la lluvia no te inspira.

—¡Eso! Así va a empezar la columna: “Soy como Antonio Birabent, a mí la lluvia no me inspira”.

—¿Y sobre qué vas a escribir?

—No sé todavía, pero así va a empezar la columna.

[Queridos lectores, lo que acabo de hacer es usar un recurso metatextual para rellenar el espacio de una columna que ni idea cómo va a continuar] [El entre corchetes anterior también es uno de esos recursos] [Ya estoy rozando la estafa]

Soy como Antonio Birabent: a mí la lluvia no me inspira. Sí, soy como él pero sin su facha, su fama y su actitud grunge chic. No importa. Me consuela saber que en algún punto me le parezco a “el Tony”, como seguro le dicen sus amigos. Y hablando de El Tony: ¿recuerdan esa publicación de historietas ilustradas muy famosa en los 80? ¿No? ¿D’Artagnan tampoco? ¿Nippur de Lagash? ¿Gilgamesh? ¿No? Qué aburridos. La cosa es que voy a escribir sobre mi adicción a las series de ficción que es una consecuencia, entre otros factores, de haberme pasado la infancia consumiendo esas lecturas de fantasía… y Condorito. ¡Plop!

Empecemos con una polémica: la mejor serie que vi en mi vida es Breaking Bad. Listo, fin de la polémica. No lo pienso discutir. Es que [gesto de “comillas”] “la grieta”, vieron.

Hay muchos motivos que me llevan a pensar que ver series de manera compulsiva es uno de los grandes placebos para la angustia y soledad a los que nos conduce el uso intensivo de tecnologías individualistas que generan la sensación de compañía gracias a la virtualidad de la comunicación. ¡Ja! ¡Tomá Zygmunt Bauman, la tenés adentro! No, posta: es un vicio.

En primer lugar, ves muchas series a la vez. Cuando empezó a hacerse masivo el tráfico de series online, llegué a mirar hasta 12 simultáneamente. Para que se entienda: es como ver seis almuerzos seguidos de Mirtha Legrand… sin propagandas: quedás medio turulo. La primera fue Dr. House. Me quería comprar un bastón. Hay testigos.

Segunda evidencia de que es una adicción: trato de convencer a otros de que miren series. Les paso los links de descarga. He llegado a ofrecer mi contraseña de Netflix. Es como ese mito popular de que la primera merca te la regalan, ¿vieron?

“Miro un capítulo más y me pongo a escribir la columna.” ¡Minga! Es como los lisos: “un liso nunca es ‘un’ liso”. (Ludmila Bisa dixit) La famosa maratón, cuya línea de llegada muchas veces es “termino la temporada”, es el síntoma de la compulsión. Y una conducta compulsiva es característica de la adicción. Hacé fila con Bauman, Freud.

Y es la peor de las adicciones (de nada, Felipe Morris). Sí, porque potencia las otras adicciones. El pucho, por ejemplo (ya estamos a mano). Más capítulos, más horas despierto. Ergo, más puchos fumados. Misma lógica para el fernet, el porrón o los ositos Yummy.

Te aísla de la gente. Eso está buenísimo, así que este argumento le juega en contra.

He visto series hasta el final sin que me gusten. Las veía porque sí. Me pasa con The Walking Dead. En verdad, la veía para quejarme y poder escribir estados en Facebook o columnas para el Pausa, que es más o menos lo mismo.

Me quedo dormido en casi todos los capítulos y después no los vuelvo a ver. Avanzo y me pierdo. Con The Americans me pasa seguido eso. O Mad Men. Pero encontré la solución: ver series con alguien y que te pegue cuando te dormís… aunque vos no se lo pidas. La pedagogía del miedo, dedicada a Paulo Freire que lo mira por tevé, precisamente.

Finales: entre Messi y Game of Thrones

La manifestación del amor también se ha visto afectada por la adicción a las series. En mi infancia se decía: “¿te querés arreglar conmigo?”. Desde el 2016 en Argentina se pregunta: “¿Lo votaste a Macri?” (de eso no se vuelve, gente). Ya hace un par de años que, a nivel mundial, el “te amo” se dice: “¿Querés empezar a ver una serie conmigo?”. Y dar tu contraseña de Netflix es como darle la llave de tu casa. Que al mismo tiempo es volver al argumento dos: enviciar a otros. ¿Y mirar un capítulo solo sin que el otro se entere? La gran traición 2.0.

Por suerte no todo está perdido. Tengo un grupo en Facebook con el que nos autoayudamos a recomendarnos más series. Y a Mario, que es el mejor recomendador de series del mundo.

En conclusión: “Netflix es el opio de los pueblos”, diría el nick de Marx si viviera. Y esta columna se terminó porque me voy a ir a ver el final de la segunda temporada de Mr. Robot. Chau.

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