Las barras se combaten con libros

El docente de la carrera de sociología de la UNL, Ernesto Meccia, junto a Pablo Alabarces.

Desde la sociología, Pablo Alabarces analiza el fútbol, sus mitos, violencias y problemas.

El investigador del Conicet Pablo Alabarces pasó por la Universidad Nacional del Litoral y habló de los estudios sociales del deporte, fundamentalmente referidos al fútbol. De acuerdo con el especialista, el fútbol es un objeto de estudio clave para la sociología porque reúne varias condiciones: es un tema absolutamente extendido en la sociedad, forma parte de la vida cotidiana, es nacional y atraviesa todas las clases sociales y géneros.

El fútbol hace patria

La patria no es hecho dado sino que se construye simbólicamente; es producto de una comunidad por imaginarse como tal. Y para ello necesita de los productos de la imaginación como la literatura, la prensa, la música y, obviamente, el deporte. “En espacios como el fútbol, el tango o la comida se construye nacionalidad o patriotismo”, asegura el investigador.  

“El mundo de la cultura popular es fundamental porque permite narraciones más democráticas. La narrativa escolar crea nacionalidad, pero está compuesta por héroes inalcanzables, sujetos excepcionales, que crearon una nación. En cambio, en la narrativa del héroe deportivo (Maradona, Messi), ese sujeto excepcional es uno de nosotros. Eso convierte a esos relatos como una fuente interesante para pensar la construcción de lo nacional”.

Reflejo de nada

Sin embargo, esto no significa que el fútbol sea un reflejo de la sociedad: “El fútbol no refleja nada. En todo caso, es un espejo deformante. El fútbol es un foco, donde se puede ver cómo se narra la patria, se construye identidad y se define qué es ser hombre y qué es ser mujer”.

[quote_box_right]Referencias

Pablo Alabarces es investigador de Conicet y docente de la Universidad de Buenos Aires. Ha sido consultado por gobiernos de varios países latinoamericanos sobre la problemática de la violencia en el fútbol.

Brindó dos conferencias. La primera fue “De la clandestinidad a la intervención pública: avatares de los estudios sociales del deporte”. La segunda tuvo un título más futbolero: “Brasil, decime qué se siente: fútbol, música, narcicismo y Estado, o el fracaso de Mascherano”.

La actividad se realizó el 4 de abril y fue organizada por la carrera de Sociología de la UNL[/quote_box_right]

Además, esa metáfora del reflejo resulta paradójica. “Por ejemplo, fijate que actualmente la Selección Argentina está considerada como la mejor del mundo para la FIFA y en el ranking de desarrollo humano nuestro país ocupa el lugar 45. Entonces estamos ante un fútbol ‘exitoso’ en una sociedad ‘fracasada’. Por eso no hay tal reflejo. En todo caso, te habla del deseo de una sociedad que pretende ser exitosa en algunos aspectos”.

Otro ejemplo puede ser la situación actual de la AFA. Alabarces argumenta que el personalismo de Grondona, la situación cuasi-anárquica de los últimos dos años y la salida a través de una lista de consenso entre dirigentes de peso es una consecuencia de la trama política de la Argentina. “Una sociedad caótica, caudillistica, feudal y clientelar no puede tener un fútbol democrático y bien organizado. Pero no es un reflejo, es una consecuencia”.

La violencia como mandato

La sociología ha demostrado que es falsa la idea de que una persona es libre y elige libremente entre una amplia gama de posibilidades y con un criterio recto de moral universal. Los sujetos actúan siempre en función de lo que la cultura y el lenguaje les permiten.

Entonces, Alabarces plantea que los sectores que forman parte de las llamadas “barras bravas” forman parte de la cultura del “aguante”. Eso implica defender tu club, tu camiseta, tu territorio. “Y si el aguante les dice que si ofenden a tu territorio, si te deshonran o si te agreden, vos tenés que defenderte con violencia física. Eso es un mandato. Entonces la violencia no es excepcional, es obligatoria, es el código de ese contexto. Por lo tanto, las barras bravas son violentas porque deben, no porque quieren. Es decir, si tu vida está regida por ese código, la violencia se vuelve obligatoria”, afirma. La violencia es un mandato: tener aguante es ser violento; o, sino, ser violento es tener aguante.

Por lo tanto, para frenar la violencia en los estadios de fútbol es necesario un cambio cultural. El primer paso sería reconocer la existencia de este “código del aguante”. El segundo, trabajar para transformarlo. “Eso implica involucrar a todos los sujetos participantes: jugadores, dirigentes, socios y, también, a los barras. Eso es un trabajo de 10 años. Y no se puede hacer desde arriba y decir ‘muchachos se acabó el aguante’. De ninguna manera”.

Y luego, agrega: “¿Además cómo lo haces si el propio presidente de la república participa de ese código? Porque Macri fue el líder de la barra brava de Boca Juniors durante doce años”.

Desde esta perspectiva, los conocidos “derechos de admisión” no serían adecuados. “Toda política punitiva tiende al fracaso. El mejor ejemplo es la política chilena. El programa Estadio Seguro dice que la barra brava no existe. Lo cual no implica que las barras dejaron de existir, sino que dejaron de existir para el código jurídico. Es decir, su política estatal se basa en que, como la barra no existe, hay que destruirla. Entonces la Policía dice que no pueden hablar con la barra porque la ley dice que la barra no existe. Es ridículo”.

El caso de los hooligans

Al ser consultado por Pausa sobre la experiencia inglesa para expulsar a los hooligans de los estadios, el especialista afirmó: “Por un lado, decidieron cambiar la composición de clase del público. Aumentaron el precio de las entradas para financiar los cambios. Eso implicó una expulsión de clase: los obreros británicos quedaron afuera del fútbol, aunque los hooligans no hayan sido todos de la clase obrera. Por otro lado, plantearon que la solución no era poner más policías. Querían que el espectador sea cuidado, no reprimido. Y en Argentina ese cambio es impensable. Vos fijate que ni siquiera funciona sin público visitante, porque ya no les pegan más a los visitantes pero maltratan a los locales”.

 

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