La salud de la Tierra es nuestra salud

    Científicos, médicos, trabajadores rurales, docentes, comunidades indígenas, artistas y activistas de 15 países participaron del encuentro.

    Por cinco días, Rosario fue escenario del Encuentro Madre Tierra Una Sola Salud, que dejó en claro que luchar por la vida es luchar para cambiar las formas de producción y consumo.

    ¿Qué comemos? ¿Cómo se producen los alimentos, los medicamentos y las cosas que usamos? ¿Qué tipo de conocimientos hay detrás de esos modos de producción? ¿Qué entendemos por salud? ¿De qué nos enfermamos? ¿Cómo nos curamos? Esos fueron algunos de los interrogantes sobre los que debatieron durante cinco días científicos, médicos, trabajadores rurales, docentes, comunidades indígenas, comunicadores, artistas y activistas de más de 15 países de América Latina, Europa y Asia durante el Encuentro Intercontinental Madre Tierra Una Sola Salud, que se realizó entre el 12 y 16 de junio en el Sindicato de Luz y Fuerza de Rosario. Allí confluyeron el IV Congreso de Salud Socioambiental, la reunión regional “Acción frente a la resistencia a los antibióticos” y el II Encuentro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina.

    “En los últimos 60 años hubo una apropiación, mercantilización y destrucción de la naturaleza nunca vista en la historia de la humanidad”, advirtió Carlos Vicente, integrante del grupo Acción por la Diversidad y de la organización internacional Grain. Durante la segunda jornada del encuentro  –organizado, entre otros, por el Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR)– Vicente habló sobre cómo la industria agroalimentaria genera hambre, obesidad, contaminación ambiental y también mitos. Por ejemplo, se justifica el avance de la frontera agrícola con cultivos transgénicos mediante el argumento de que es la única manera de alimentar al mundo. Pero en realidad, de acuerdo a un informe elaborado por Grain, entre el 70% y 80% de la humanidad se alimenta de lo que producen pequeños y medianos campesinos que tienen sólo el 25% de la tierra.

    [quote_box_center]“En los últimos 60 años hubo una apropiación, mercantilización y destrucción de la naturaleza nunca vista en la historia”.[/quote_box_center]

    Esos mismos datos fueron retomados por otros expositores, como Silvia Ribeiro, directora en América Latina del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), quien remarcó que el agronegocio utiliza el 70% de la tierra, el 80% del agua, y el 90% de los combustibles para alimentar sólo a un tercio de la población.  Y alertó sobre la preocupante concentración del mercado de insumos y servicios agrícolas en el mundo.

    A ello se sumaron testimonios como el de Jorge Acosta, trabajador de plantaciones de bananas de Ecuador, y el de la médica paraguaya Stela Benítez Leite, que denunciaron las enfermedades provocadas por las fumigaciones.

    Carlos Vicente y también Santiago Sarandón, ingeniero agrónomo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) insistieron en que la alternativa posible y necesaria a ese modelo es la agroecología. Un modo de producción sin agrotóxicos, que respeta los ciclos de la naturaleza y recupera la biodiversidad. Se remarcó, además, la importancia de que las semillas agrícolas estén en manos de los pueblos y no de las multinacionales. “En 60 años perdimos el 75% de las semillas”, dijo Vicente. Sobre este tema fue significativo el aporte de representantes de las Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria.

    Las luchas

    La resistencia de los pueblos se expresó en voces como la de Mariela Leiva, maestra entrerriana de escuelas fumigadas, que fue amenazada por denunciar la contaminación; Deysee Cotom, de la Asociación de Servicios Comunitarios de la Salud de Guatemala, que contó la lucha de las mujeres indígenas contra la minería contaminante; y la historia relatada por el salvadoreño Moisés García, sobre la nueva ley de medicamentos en ese país. “En El Salvador nos dimos cuenta de que teníamos los medicamentos más caros del mundo”, contó García, integrante del Foro Nacional de Salud. Ese darse cuenta llevó a una parte de la sociedad a organizarse, movilizarse y lograr, en 2012, una nueva ley que facilita el acceso a los medicamentos.

    Resistencia a los antibióticos

    Las bacterias que resisten a los antibióticos fue otro tema clave. El 27 de febrero pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó la lista de las 12 familias de bacterias a las que los antibióticos ya no les hacen nada. La OMS estima que mueren unas 700 mil personas por año por esta causa y que las muertes podrían llegar a 10 millones en 2050. “Hemos fallado a escala global”, dijo Christian Trigoso, médico de la Universidad Mayor de San Andrés, Bolivia. Y apuntó al uso y abuso de estos medicamentos no sólo en humanos sino también en animales por parte de la industria agroalimentaria.

    Integrantes de la organización internacional ReAct propusieron revalorizar el mundo microbiano. “El mundo de las bacterias es enorme, complejo y diverso”, dijo el pediatra Arturo Quizhpe, director de ReAct Latinoamérica. “Cumplen un rol fundamental en la vida y tienen una extraordinaria velocidad de mutación e interminables formas de resistir.”

    Fracking

    Lisandro Alerovich es antropólogo, miembro de la ONG Taller Ecologista, de Rosario, e integrante del Observatorio Petrolero Sur (OPSur) que, desde 2008, promueve la producción y consumo de energía de manera justa, democrática, saludable y sustentable. Se refirió a la necesidad de cuestionar el discurso oficial que dice que la explotación de hidrocarburos mediante el fracking es la única salida posible a la crisis energética de la Argentina.

    “El fracking es ambientalmente insustentable, genera gran conflictividad social y exacerba la lógica de las zonas de sacrificio en nombre del bien nacional”, sostuvo.

    Entre sus acciones, OPSur traduce al español y difunde el Compendio de hallazgos científicos sobre los riesgos del fracking, que elabora la organización Concerned Health Professionals of New York, de Estados Unidos, primer país que implementó esta forma de extracción petrolera.

    ¿Para qué y para quiénes?

    Andrés Carrasco, investigador principal del Conicet, demostró en 2009 que el herbicida glifosato produce malformaciones en embriones. Su trabajo se publicó en revistas especializadas a nivel internacional, pero en la Argentina, sectores vinculados al agronegocio y parte del Estado lo persiguieron y difamaron por su hallazgo. Murió en mayo de 2014. En homenaje, el 16 de junio –día de su nacimiento– se conmemora el Día de la Ciencia Digna.

    En varios paneles se lo recordó y se habló del rol de los científicos y la formación universitaria. Alicia Massarini, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del Conicet trazó la diferencia entre la concepción clásica (y hegemónica) de la ciencia, y la visión alternativa, que cuestiona las nociones de objetividad, neutralidad y universalidad y entiende que la ciencia es un producto social y cultural atravesado por valores y conflictos de intereses. “El debate ético no tiene que limitarse a las aplicaciones del conocimiento científico sino que involucra todas las etapas de su construcción. Hoy más que nunca está claro que de las decisiones que tomemos en ese ámbito dependen en buena parte la calidad de vida de nuestros pueblos, los derechos de las futuras generaciones y la continuidad de la vida misma”, sostuvo Massarini.

    Tanto ella como Guillermo Folguera, biólogo y filósofo, criticaron a la “tecnociencia” actual, cuyo propósito inmediato es la creación de nuevos productos y mercados. Folguera habló de una “ciencia empresarial” al servicio de la industria extractiva y de laboratorios que desarrollan sólo remedios rentables. Entre los desafíos, exhortó a pensar para qué y para quién se hace produce conocimiento.

    Al final, el Encuentro dejó una declaración conjunta, que así cierra: “Reafirmamos nuestro compromiso de sanar el planeta para recuperar el flujo de la vida y de seguir caminando con la palabra, la acción, la memoria y el saber de nuestros pueblos y científicos, el compromiso con la vida y el Buen vivir construyendo juntos una sociedad justa, solidaria, saludable y esperanzadora”.

    Para resguardar las evidencias

    Una copia de los resultados de los campamentos sanitarios realizados en pueblos fumigados por estudiantes de medicina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) fue entregada a la Universidad Andina Simón Bolívar, de Ecuador, para su custodia. Fue durante la cuarta jornada del Encuentro Madre Tierra Una Sola Salud. Damián Verzeñassi, director del Instituto de Salud Socioambiental de la UNR, entregó el material digitalizado a Jaime Breilh, rector ecuatoriano. “Este no es un posicionamiento contra nadie ni un afán de alimentar ningún tipo de controversia local”, dijo Breilh al recibir los documentos. “Pero sí es el franco y directo cumplimiento de una responsabilidad como rector de una universidad que mira con gran respeto el trabajo de los campamentos”.

    La controversia a la que se refiere Breilh se desató cuando los resultados de los campamentos empezaron a mostrar que en los pueblos las tasas de muerte por cáncer, las enfermedades crónicas o las malformaciones superan las medias nacionales. Y tuvo su punto máximo cuando el año pasado, autoridades de la UNR clausuraron con cadenas la oficina donde se guardan las encuestas y resultados.

    El mismo conflicto hizo que este año, por primera vez, el IV Congreso Internacional de Salud Sociambiental, que forma parte del encuentro Madre Tierra y que venía haciéndose cada dos años en la UNR, tuviera que desarrollarse en el Sindicato de Luz y Fuerza de Rosario porque no le dieron lugar en la universidad.

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