Palermo llegó a Santa Fe

Por Juanjo Conti

A finales de 2013, el jefe de Recursos Humanos de una empresa de software norteamericana que tenía todos sus programadores en Buenos Aires vio mi blog y me llamó por teléfono. ¿Querés trabajar con nosotros? Le pregunté si podía hacerlo en forma remota desde Santa Fe. No tenían ningún empleado con esa modalidad, pero estaban dispuestos a realizar la experiencia. El sueldo duplicaba mi recibo como analista en Telecom y no había en la ciudad empresas que desarrollen software con tecnologías que a mí me interesaran; así que no lo pensé mucho y acepté. La condición era, sin embargo, pasar una semana al mes en la capital. Gastos de transporte y alojamiento cubiertos.

Durante esas semanas de trabajo in situ, lo que más me llamaba la atención (más que el CEO que no hablaba español, más que el promiscuo analista funcional y sus novias de diferentes nacionalidades, más que el excéntrico CTO que programaba a una velocidad intimidante) era la hora del almuerzo. Entre las 13 y las 15, grupitos de entre tres y cinco empleados abandonaban el edificio inteligente para transitar las callecitas de Palermo en busca de comida. Cazadores modernos en el bosque. Ya no sé en cuál de los diferentes Palermos que el mercado inmobiliario ha bautizado estábamos: Soho, Chico, Hollywood, Morris, Vip... Solo recuerdo los nombres de las calles Humboldt y Honduras. Las opciones para almorzar eran variadas y pintorescas; en cada cuadra había cinco o seis locales, algunos más chiquitos que otros, algunos veganos, algunos especializados en cupcakes, algunos con muchos frascos en sus vidrieras, pero todos intentaban mostrar qué cool eran. La zona estaba cortada por una ciclovía y más de una vez había que detener la marcha para que pase en su bici, con los audífonos puestos, casco, lentes negros y maletín con notebook, algún elemento autóctono de esa fauna.

En esos reductos alimenticios, nos encontrábamos empleados de diferentes empresas: casi todas con presencia internacional, casi todas desarrollado tecnología de punta. La mayoría, es verdad, de capitales extranjeros. Pero ahí estábamos, en la base de la pirámide, en el culo de mundo, pasándonos el cucharón para agregar porotos avinagrados a nuestra bandejita, jóvenes programadores entusiastas. Y la mayoría no eran porteños; convergíamos allí profesionales de distintas ciudades. Muchos habían ido a estudiar y se quedaron, pero otros directamente se habían relocalizado luego de una oferta laboral; incluso había extranjeros: latinoamericanos y en menor medida, europeos.

Cuando trabajaba en el edificio principal de Telecom en Santa Fe, la oferta gastronómica era más limitada. Alternábamos entre las empanadas de una rotisería que se llamaba Falta envido o Quiero retruco y las ensaladas de dudosa salubridad del chino Wang. A la vuelta, nos apretábamos en una pequeña cocina donde había un microondas. Algunos ingenieros, también apretaban sus aspiraciones profesionales, porque en lugar de desarrollar tecnologías, su trabajo consistía en llenar planillas de Excel todo el día.

En 2015 dejé la empresa porteña y esa relación laboral híbrida para convertirme en un trabajador remoto a tiempo completo (un freelancer dirían algunos o un remotee, según los más hipsters).

IMG_4211Trabajé un año y medio para un software boutique londinense: éramos cuatro personas (un argentino que vivía en Londres, una inglesa que vivía en España, un serbio que vivía en Francia y yo que no salía de mi casa). Cuando los inversionistas se fueron y mi unidad cerró, salté a una startup del Silicon Valley. Lo más interesante del cambio es que trabajo con un amigo que vive en la misma ciudad y nos podemos juntar a programar. En estos encuentros, volví a salir al mediodía santafesino en busca de un almuerzo decente. Para mi sorpresa, encontré el estilo de Palermo en algunos locales que afloraron recientemente: viandas saludables, comida por peso que incluye kanikama, esquinas coloridas y empleados uniformados.

Pero no solo “la onda” de los locales de comida se movió de la capital del país a la de la provincia. También las empresas con base tecnológica han dado un salto de calidad. Hay decenas de iniciativas jóvenes que brindan servicios aquí y también en otros países. Hay teletrabajadores cada vez en más rubros: programación, diseño, traducción. Generadores de contenido. Valor agregado. Una nueva generación que exporta materia gris a cambio de divisas, sin pagar el costo del desarraigo. Esperemos que la ciudad se siga desarrollando en esa dirección, un polo tecnológico fuerte. Y le perdonaremos ciertas excentricidades.

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