Las encrucijadas del poder se reúnen en “La cordillera”

La nueva apuesta de Santiago Mitre, director de “El estudiante” y “La patota”, narra con maestría los desafíos de un flamante presidente atravesado por la oscuridad de su pasado personal.

A Hernán Blanco una periodista española le pregunta si se considera un trabajador y él responde con una definición de Karl Marx. Hernán Blanco fue gobernador de La Pampa. Desde hace pocos meses encabeza el  ejecutivo nacional y, según la prensa, “es un presidente invisible”. La misma periodista habrá de preguntarle sobre el mal (y el bien), y con aires de sabiduría él responderá que “el mal existe y no se llega a ser presidente si uno no lo ha visto un par de veces al menos”. En ese concepto se concentra el argumento de La cordillera, la recientemente estrenada realización del destacado Santiago Mitre.

Si en El estudiante, el director supo indagar en los mecanismos del poder y la política, en esta nueva apuesta –la que, sin dudas, puede ser calificada como una gran producción por todos los recursos técnicos y estéticos puestos en juego– sigue ese camino pero con una óptica singular. Personificado por Ricardo Darín (cuyo desempeño merece un párrafo aparte), este flamante mandatario se ve aquejado por una sorpresiva denuncia de corrupción lanzada por su ex yerno.

Sin embargo, lo que prima en su entorno cercano es la cumbre de presidentes de Latinoamérica que se realizará en Chile, donde se definirá la concreción de una alianza petrolera. Allí el jefe de Estado argentino atravesará una serie de episodios que develarán su astucia como estratega político y, al mismo tiempo, quedará expuesto un pasado aparentemente oscuro que afecta directamente su vida personal. Y es en ese preciso momento cuando la narración gira y se potencia porque, sin alejarse de las artimañas propias de la práctica política, se despliegan las facetas psicológicas del protagonista gracias a un logrado clima de suspenso. Para ello, Mitre apela al vínculo que media entre Blanco y su hija Marina, interpretada por la siempre eficaz Dolores Fonzi (el director retoma el tema del poder de la mano de la relación filial, tal como lo hizo en La patota, con la misma actriz como artífice).


El estado emocional de Marina, que es convocada de urgencia a Chile, requiere de una sesión de hipnosis, la cual saca a la luz ese pasado sombrío que el presidente desea proteger. Como así también busca proteger a su hija y del mismo modo se empeña en proteger los intereses de su gestión. Porque, allí a tres mil metros de altura, no sólo se observa la magnificencia de la cordillera –telón de fondo y símbolo elocuente de la trama–, sino también se celebran reuniones secretas como la que propicia el mandatario mexicano en busca de un aliado, o la que sorpresivamente –o quizás no tanto– se entabla con un enviado de la Casa Blanca quien llega con una propuesta que desafiará la condición de estratega del presidente argentino. No hay que olvidar que los líderes latinoamericanos buscan formar una alianza en torno al petróleo y Estados Unidos, claro está, ya ha pergeñado una forma de ser partícipe. En ese marco, es notable la figura de un potente e imperativo presidente brasileño al que se mira con respeto y, a la vez, se intenta desplazar.

Blanco no está solo. En su círculo íntimo sobresalen dos voces: la de Castex (o “El gallego”), compuesto por un Gerardo Romano que a fuerza de gritos impone orden y está a la altura de su rol), y la de Luisa, quien lleva la agenda presidencial y también se encarga de resolver no pocas cuestiones personales del presidente. Encarnada por la más que talentosa, precisa y aguda Érica Rivas, esta mujer marca la senda de la racionalidad al ser la mano derecha de su jefe, ni más ni menos.

Sobre el protagonista resta subrayar el trabajo de Darín. Ya consagrado por (y en) la industria cinematográfica, se trata de un actor que con sus propios guiños (nunca falta una demostración de simpatía ofrecida por un chiste o un comentario sagaz) supo ser estafador en Nueve Reinas, empresario que atravesó la crisis de 2001 en El hijo de la novia, taxidermista en El aura, padre de una adolescente hermafrodita en XXY, empleado judicial en El secreto de sus ojos, abogado mercenario en Carancho, ferretero rutinario y detenido en el tiempo en Cuento chino, cura villero en Elefante blanco y ciudadano harto de la burocracia devenido en héroe popular en Relatos salvajes. La lista podría continuar pero es suficiente para exhibir una trayectoria que encuentra a Darín en un nivel de madurez que le alcanza y le sobra para encarnar a un presidente de la Nación. Un presidente que, al final del metraje, demuestra lo que es capaz de hacer por solventar su poder. En definitiva, La cordillera se nutre de una faceta ética que, al despojarse de la dicotomía buenos y malos, habla con lucidez de la condición humana. Y ese es su mayor mérito.

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