Monstruos de la siesta

La sombra de la solapa, segunda novela de Agustín de Azcuénaga.

Cuando nos acordamos de las anécdotas con amigos podemos ensayar un orden de acuerdo a cuáles fueron las divertidas, las tristes, las confusas por versiones cruzadas. Pero si rebobinamos (¿es “flashback” un término más aggiornado a este tiempo?, seguramente) esos recuerdos hasta cuando éramos más chicos, seguro que el relato va a tener además un aire de aventura, con todo tipo de detalles y momentos algo exagerados. Aunque no hay duda de que la capacidad de asombro a esa edad goza de otra sensibilidad y hace que un gol en una cancha de barro, una expedición por una casa abandonada o una guerra de bombitas cobren la magnitud de una película de Spielberg (podríamos intentar actualizar esta referencia también, ¿nos conformamos con Vin Diesel?). Como sea, cuando en la vida nuestra única “obligación” es sobrellevar la escuela, en nuestra cabeza adornamos esos juegos como verdaderas patriadas. Pensar en los vínculos con nuestros amigos y/o hermanos o primos es algo fuerte, como pasa con los primeros enamoramientos.

“Siento que tengo más presente el timing cinematográfico que el literario, rápidamente consigo visualizar las cosas que estoy contando”, dice Agustín.
“Siento que tengo más presente el timing cinematográfico que el literario, rápidamente consigo visualizar las cosas que estoy contando”, dice Agustín.

Pero ser un pibe no es siempre fácil. Como cuando la democracia estuvo prohibida, por ejemplo. “Tercer reich” y “dictadura cívico-militar” son períodos históricos que Agustín de Azcuénaga aprovechó, respectivamente, en su primera novela (El vestigio, 2014) y en su segunda: La sombra de la solapa, que el músico, diseñador y escritor publicó hace muy poco de modo independiente. Aquellos procesos oscuros, además, le dieron un acabado policial. La primera vez, la historia demandó investigación, registro, estudio en pos de ganar verosimilitud. “Pero para La sombra… ese contexto de dictadura apareció por la inercia misma de la narración, una vez que los personajes ya caminaban por sí solos. El principio y el final siempre los tuve pensados y sabidos, pero también tuve siempre presente la idea de que la unión de esos dos puntos tenía muchísimas posibilidades que yo no tenía previstas”.

A los bifes

El libro está organizado a la manera de los best seller, con capítulos cortos –comodísimos para la vuelta en colectivo o los últimos minutos antes del sueño–, pero que bien podría decirse que está fragmentado en escenas: “siento que tengo más presente el timing cinematográfico que el literario, rápidamente consigo visualizar las cosas que estoy contando”, dice Agustín. Puede que la costumbre a las dinámicas del cine, la televisión y el streaming colaboren para que la lectura de este texto casi no encuentre obstáculos. Hay tanto que contar que no hay tiempo para frenar, el lenguaje se allana como una autopista que pide pata a lo largo de 200 páginas. La empatía se activa sin muchos firuletes, alcanza con la descripción de sensaciones que ya están en nuestro diccionario emocional.

Esa decisión tiene que ver en parte con quien Agustín reconoce como su padrino literario: “Fede Coutaz me corrigió y sugirió algunos cambios que tomé en cuenta, porque además de que lo quiero mucho lo admiro porque es un tipo de la literatura directa, que es lo que me gusta a mí”. Siguiendo por ahí, viene a la charla entre Pausa y el escritor cierta tendencia de la crítica “que no construye, incluso hasta se quejan de que por efecto del Año Saer ahora hay más gente que lo conoce, ¡enhorabuena! A lo mejor tiene que ver con la manera en la que se estudia en la academia, no lo sé. Pero, a ver, no todos los lectores son iguales y no hay un criterio último que diga cuál es la mejor literatura, hay gente que se engancha con los firuletes y hay otra que quiere leer historias y ya. La crítica se ha puesto en contra de autores como Stephen King o JK Rowling, diciendo que no hacen literatura ¡más respeto! Las cosas que logran con la fuerza de los argumentos o la estructura fantástica de sus historias son buenísimas, aunque no tengan una prosa poética de alto vuelo. Yo me preocupo –y me obsesiono– con que la historia que voy a contar sea sólida, que cierre todo lo que abre”.

Mitología santafesina

La siesta es, por lo menos en nuestra zona, prácticamente un culto que cultivamos desde que somos chiquitos y los rumores de la Solapa, la Llorona o el Viejo de la Bolsa nos obligaban a quedarnos guardaditos mientras los grandes dormían. En La sombra… se ponen en juego muchas cosas, pero ninguna es imprescindible: los mitos, la geografía (el Monte Zapatero), la pubertad, la Iglesia, la policía, la familia no hacen más que cumplir funciones. Es en el trajín de esa confluencia que nuestras vidas se ven afectadas, condicionadas y hasta determinadas.

La desaparición de un pibe del barrio, manejes entre la policía y la iglesia y un grupo de chicos que, sin buscarlo, se convierten en protagonistas de una historia de desaparecidos, muerte y exilio. Además de los breves capítulos, el libro se parte a la vez en dos etapas de la vida, con veinte años de diferencia. Es el propio ritmo de la vida de los personajes el que va haciéndoles llegar una segunda oportunidad, para probar el gusto de ese amor que no fue, para encontrar una verdad, como si esas decisiones fueran inteligentes.

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