Por primera vez el voto por razones morales venció al voto por razones materiales. Cómo Cambiemos opera sobre los miedos y las esperanzas de un sujeto nacido en el kirchnerismo.

El domingo 13 se demostró que los verdaderos convencidos, los que no se doblan ni se rompen, son los votantes de Cambiemos: el voto más moral y pasional de la democracia reciente argentina.

Fácticamente las cosas han empeorado desde diciembre de 2015, en la economía y las instituciones, bajo cualquier indicador, sea el consumo de carne, las violaciones a los derechos humanos, la abrumadora y bien financiada obsecuencia de los medios gubernamentales, el desguace del entramado industrial, el hostigamiento a dirigentes sindicales y sociales o la desnutrición de la política de ciencia y técnica.

Hasta el escrutinio provisorio del domingo 13 fue el más fullero en mucho tiempo. Y el más lento.

Las herramientas conceptuales flaquean, el fenómeno es excepcional, extraordinario. Nunca el voto moral, tan enclavado en razones estrictamente éticas e ideológicas, tuvo una expresión tan potente. Hay pasión ahí, y la potencia de la política se ensancha cuando se combina con las pasiones. Esa fundamentada y sólida sustancia moral no será discutida aquí, excepto en un punto: es cierto que está apalancada en bloque por los formadores concentrados de opinión pública, pero basta ya con ese horizonte de reflexión como eje de las prácticas políticas, Orlandos Barones. El viejo gorro, bandera y vincha K fue un irritante desastre para consumo de palermitanos: nunca existió como tal en las provincias. En su lugar sí existió ese ciudadano que nunca fue tratado más que como un individuo consumidor que, por serlo, supuestamente debía algo al modelo económico que le aumentaba el poder adquisitivo. El kirchnerismo creó ese individuo sobre los escombros del 2001, lo amó y lo insultó en dosis parejas, a veces simultáneas. Lo enarboló, lo cobijó y creyó que gustaba de un folklore que le resultaba más bien extraño y, con el paso del tiempo, cada vez más ajeno. Le dio un miedo, el 2001, y una esperanza: que crea en el modelo K que su bolsillo iba a mejorar. Cuando el 2001 quedó muy atrás y el modelo mostró agotamiento, el macrismo jugó la carta del “no te vamos a quitar lo que ya tenés” y el salto a una promesa sin culpas fue instantáneo.

Miedo y esperanza, las dos pasiones básicas para lograr la adhesión política individual y reventar la construcción colectiva: se rompen lazos con los otros, se anhela un futuro puramente personal.

El domingo, entre la moral, el materialismo, el desengaño y el kiosco de la Romi

Un individuo consumidor no es un sujeto solidario, a falta de mejor palabra. No posee prójimo en su consideración, por fuera de la familia y los suyos. Desconfía de la política y los políticos porque se define pura y exclusivamente como unidad adquisitiva. Y está claro que llegar a construir ese individuo, después de la hecatombe, fue una tarea titánica. Pero luego no hubo reconversión y ese individuo se fagocitó a sus creadores.

Como hizo y todavía hace el kirchnerismo, Cambiemos tomó a ese individuo, le habló exactamente a ese mismo individuo y lo reforzó como tal: en las buenas, es semejante a la elite modélica, en las malas es totalmente responsable de su destino. En todas, aquello que lo rodea por fuera de su círculo le amenaza, aquello que lo obliga con los demás le invade, aquello que viene de la política le roba. A veces, Cambiemos se pone en su lugar para hablar de la corrupción, como un par. Otras, celebra paternal, como cuando María Eugenia Vidal elogió a Toti Flores porque dejó de ser piquetero y pasó a ser un emprendedor. Así juega Cambiemos con los miedos y las esperanzas.

Hay una línea totalmente coherente entre ese individuo plegándose a los cinco paros generales por el impuesto a las Ganancias (2011 a 2015) y sus vociferaciones actuales contra el golpismo sindical –que apenas clavó un paro general en lo que va de la gestión macrista– y las “mafias” de los juicios laborales.

El porrazo

Sobre todo después de 2008, nunca el peronismo permitió ni admitió que el kirchnerismo lo salvó de su disgregación. No se entregó jamás a ese híbrido post-2001, como sí lo hizo la UCR respecto del PRO.

De esas resistencias de caciques de cotillón queda este partido totalmente astillado, sin conducción nacional, retrocediendo en chancletas en muchas provincias ante el avance de un gigante amarillo que, a través de Elisa Carrió, parece haber digerido al primer partido político moderno argentino.

(Se puede ser galerita de Alvear, pero los recoletos PRO son otra cosa. La hegemonía de Cambiemos le da carnet de poder a los hombres y mujeres de la UCR, al precio de disolver en el ácido conservador sus centenarias tradiciones. Aunque, a la larga, quizá de todo se vuelve. Como Patricia Bullrich).

Así, el peronismo puso en juego a su mayor figura, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que no sólo compitió contra Cambiemos sino contra otros dos peronistas, uno de ellos excluido en un error táctico tan anticipado y evidente como haber mandado en 2015 al combo Aníbal Fernández y Martín Sabbatella, un hiriente lengualarga y un comunista para la visión de los perucas pura cepa del conurbano. En la refriega terminó ganadora, se supone, pero lastimada: con un porcentaje de votos menor al de la primera vuelta de Daniel Scioli, en 2015, ante un chapucero candidato oficial que hizo mejor performance que el propio Mauricio Macri en la misma primera vuelta. Con Florencio Randazzo adentro, la aritmética era otra y octubre se vería distinto.

En Buenos Aires, la elección general centrifugará votos, como sucede cuando la disputa es para el Senado y hay dos candidatos que se desprenden del resto. Difícil es saber cómo se distribuirá la fuga de voluntades de los adherentes de Sergio Massa, Florencio Randazzo y la plétora de partidos que no superaron el piso electoral. Que esa haya llegado a ser la discusión para el kirchnerismo es la prueba más evidente de que aún ante una eventual victoria está muy disminuido.

Lo opuesto sucede con Cambiemos: puede cantar victoria aún frente a una eventual derrota definitiva en la provincia y un segundo puesto en Santa Fe, improbable por la cantidad de votos propios de su único candidato, Albor Cantard. ¿Otra vez el antikirchnerismo peronista le jugará la mala pasada a Agustín Rossi? Es difícil saberlo. Sí se puede hacer una precisión: así como el Frente Progresista se veía beneficiado por la división del voto peronista entre el justicialismo y el PRO, ahora, quizá desde 2015, el justicialismo parece estar cosechando beneficios de que la ruptura se haya corrido a los socialistas y los radicales PRO.

La expansión

Los santafesinos tenemos una vasta experiencia respecto de cómo el PRO crece en las provincias. Pero en cada pago las cosas son distintas. Sin ir más lejos, en Entre Ríos hay directamente un delegado del gobierno operando sin pausa: Rogelio Frigerio. A la inversa, la oposición santacruceña se colgó a la nueva ola. San Luis y Neuquén también son nuevas adquisiciones, para temblor de sus líderes regionales. La Pampa es otra, donde hay un Del Sel, el colorado Mac Allister, un buen defensor del Boca de los 90 que funge como secretario de Deportes de la Nación. En Córdoba se lastraron al vicegobernador con otro Del Sel, la Coneja Baldassi, ex árbitro de fútbol.

En todos lados –Santa Fe también– se hizo evidente que la polarización está jugando duro. Los gobernadores peronistas antikirchneristas, con la excepción del salteño Juan Manuel Urtubey, sufrieron feo el embate. Pero el más herido es Sergio Massa: sus votos se fugaron hacia Esteban Bullrich, ya en la primera vuelta.

En su crecimiento, Cambiemos logró la mejor elección primaria intermedia desde 2005 (cuando no había todavía primarias). Sin embargo, los tres ministros que bajaron a la campaña perdieron: José Cano, del Plan Belgrano, en Tucumán; Julio Martínez, de Defensa, en La Rioja; Esteban Bullrich, de Educación, en Buenos Aires. Cambiemos deberá refrendar en octubre, tiene todo para lograrlo. Su mayor riesgo, que el kirchnerismo más duro logre polarizar en su favor en Buenos Aires y Santa Fe.

Reparto y futuro

De repetirse estos resultados, en el Congreso por venir Cambiemos quedará a 25 diputados del quórum propio y a 10 bancas en el Senado. Por obra de la polarización, el kirchnerismo también ampliaría su bloque. El que pierde es el Frente Renovador, gran ganador en 2013.

Malvinas, la Bersuit, Cavallo y un sueño

El futuro legislativo para los trabajadores conjugará mayor desprotección y una vejez aún más penosa. Ninguna de las novedades que se adelantan respecto de las reformas laboral y previsional supone una mejora directa para la población. La mejora, si la hubiere, siempre es indirecta.

La flexibilización beneficia a los empresarios para que así –con más facilidades para explotarlos– mejoren las condiciones de sus empleados. La reforma previsional fortalece al sistema de recaudación y distribución levantando la edad y reforzando las asimetrías –que ya hoy produce la monstruosa “pensión universal”, la mínima por debajo de la mínima, que se comió las moratorias–, para que así los jubilados estén –no se sabe cómo– mejor. Curiosa esta política por rebote, pegarle a los más necesitados para favorecer a los más fuertes y que así los perjudicados se vean finalmente beneficiados.

Los modelos financieros de ajuste y endeudamiento nunca fueron derrotados en las urnas. Cayeron por implosión y sangre, por obra del 2001, o guerra y sangre, por obra de Malvinas. Los peores finales posibles después de prolongados y dolorosos calvarios. Largos dos años se abren después de octubre, en una estepa que luce hoy mucho, mucho más fría que ayer.

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