Los Palmeras y los Rolling Stones

Por Juanjo Conti

El 5 de abril del año 1998, luego de ser coreados hasta desgarrar las gargantas, los Rolling Stones bajaron del imponente escenario armado para ellos en el Estadio Monumental de River Plate en el que habían tocado las últimas cinco noches. Su agente, mientras hacía tintinear pequeños cubos de hielo en un vaso de whisky, los miró, serio, y les dijo: “We have a problem”. El Aeropuerto Internacional de Galeão de Río de Janeiro estaba cerrado por una fuerte tormenta y su vuelo privado, programado para solo unas horas más tarde, no despegaría sin la certeza de llegar a destino. Las opciones eran, les dijo, dos. La primera, esperar que la tormenta pase y reprogramar el vuelo. Todavía faltaban seis días para su recital en Praça da Apoteose, por lo que no tendrían que cancelar la fecha. Sin embargo, esto implicaba permanecer unos días más en la Argentina. La segunda alternativa era hacer el viaje por tierra; ya se había dispuesto un vehículo con capacidad para treinta personas y unos cuantos lujos. La decisión era de ellos. Los cuatro británicos hicieron una ronda y, luego de discutir por unos minutos, Mick Jagger, que todavía llevaba puesta una camiseta de la selección argentina de fútbol, anunció lo resuelto: después del encuentro con el presidente del país, preferían no quedarse un día más. Esa misma noche, una enorme motorhome, con una brillante lengua roja pintada en uno de los laterales, tomó en silencio la autopista Panamericana rumbo a la República Federativa del Brasil.

En ese mismo momento, un grupo de cumbia santafesina, encabezado por Marcos Camino y Rubén Deicas, cerraba una noche de cinco shows en el escenario al aire libre del Club Atlético Posadas de Misiones. Luego del saludo de rigor al exultante público y de ejecutar Llevame contigo, primer corte de difusión de su último álbum, se metieron, transpirados y acalorados, en el minibús que los esperaba para regresar a la ciudad natal.

Quiso el dios de la música que el derrotero de ambas bandas los llevara al punto exacto en el que, diez años atrás, Don Tito Sanabria pusiera la primer estación de servicio YPF de Monte Casero, Corrientes. Y quiso también que ambos conductores decidieran detener la marcha en ese mismo punto en el mismo momento.

El sol, que entraba picante tanto por la ventanilla del minibús de Los Palmeras como por los vidrios polarizados de la motorhome de “los Rolling” y sus músicos, despertó a los líderes de las formaciones y ambos, escondiendo los ojos tras lentes negros, bajaron de los vehículos y caminaron hacia la puerta que indicaba “caballeros”.

Uno de los dos fue el primero en poner la mano en el picaporte y, tras abrir y al ver que otro también se aproximaba, hizo un gesto con el brazo para indicarle que pasara primero. En el baño solo había dos mingitorios, por lo que, de pie y hombro con hombro, ambos hombres evacuaron el subproducto de haber estado bebiendo. El episodio podría haber sido insignificante y haberse borrado por completo de la memoria de ambos si no hubiese pasado lo que pasó.

Jagger, que fue el que sacudió primero, se dirigió a la puerta sin lavarse las manos y cuando quiso abrirla, se quedó con el pomo del picaporte en una de ellas. Camino, sin desesperarse, se dio vuelta al escuchar las puteadas en inglés, terminó con lo suyo, se lavó con jabón líquido y se secó con papel. Ante la imposibilidad de salir y a la espera de que les abrieran, los dos músicos se encontraron entre el español y el inglés y se sorprendieron gratamente cuando se dieron cuenta de que compartían profesión y, acaso, destino. En ese reconocimiento, Marcos Camino tarareó Satisfaction y Mick Jagger respondió con una amplia sonrisa y un pulgar arriba. Mientras esperaban que el cerrajero haga su trabajo, Camino, con un inglés limitado pero efectivo, le contó sobre una canción que estaban por grabar.

“I had a little pigeon in a beautiful pigeon loft”. Y repetía “It flew away, it flew away”, al tiempo que se ayudaba con las manos para hacer el gesto de las alas batiéndose en vuelo. Jagger asentía con la cabeza y, atrapado por la trama, con un español enrevesado, pedía detalles. Estuvieron así casi media hora, comunicándose en realidad con el idioma de la música.

Cuando por fin pudieron abrir la puerta, ambas estrellas se despidieron con un apretón de manos y el deseo un un buen viaje.

Años más tarde, basándose en la historia de la canción Voló la paloma, que un gordito de camisa brillante le contó mientras estaban encerrados en una estación de servicio en el medio de Corrientes camino a Brasil, Mick Jagger escribió Streets of love, aunque ninguna bibliografía recoja este dato.

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