Pequeña historia del mimbre

Llegué tarde a la escuela esa mañana fría. Llegamos, en realidad, con un compañero de 4to grado, yo me había quedado a dormir en su casa, como otras veces, pero era la primera vez que iba a la escuela desde un lugar que no fuera mi casa, eso seguramente me disponía a cierto extrañamiento.

No solo eso, la clase era de mimbrería y, además, sucedía fuera del aula, en un pequeño espacio que estaba antes de los baños. Ahí, al lado de los bebederos y alrededor de un tablón, se amontonaban todos y trataban de escribir lo que un profesor dictaba. El profesor era joven, tenía pelo negro enrulado, mocasines, jeans y camisa, leía decididamente mal.

Dos recuerdos súbitos e intercalados: 1-Una vez lo vi pasar desde la ventana de la casa de mi primo que vivía en un primer piso, en el centro, bajé y corrí hasta alcanzarlo, casi al llegar a la esquina, era la tardecita, me saludó, sorprendido pero gentil; yo sentí una especie de rechazo y vergüenza de mí mismo, como si acabara de hacer algo malo o estúpido, pero no era eso, sino, creo, el advenimiento del sinsentido y sus vacíos.2- Todas las veces que pasé en colectivo por esa otra esquina del centro toda de mimbre que tenía colgada una bici de carrera, también de mimbre, imaginé ese lugar en llamas.

Nos acomodamos como pudimos en esa ronda caótica y empezamos a copiar, palabras difíciles, quizás algunas en latín, que el profesor iba soltando con torpeza y desgano o fastidio. Su voz, sin embargo, era segura y estridente. Yo me perdía a cada oración y dejaba espacios en blanco, en una hoja sin renglones empezada por la mitad y a mitad de una oración. Cuando lograba ganar unos segundos trataba de copiar al compañero de al lado, que, como yo, escribía apoyando la carpeta sobre las piernas, pero su letra era del todo incomprensible para mí y posiblemente también para él.

En poco tiempo desistí de seguir copiando el dictado, no recuerdo qué hicieron los otros, pero la mayoría creo que lo seguía como podía, o al menos escribía palabras sueltas cada tanto. Aburrido, miré a la chica que me gustaba pero ella copiaba sin levantar la cabeza o levantaba la cabeza y no me miraba. Más aburrido, intenté entender lo que estaban dictando. Era la historia del mimbre desde que era cortado hasta llegar a destino. Ahora pienso que el dictado, que duró toda la clase, era una forma de solucionar la falta de mimbre en una clase de mimbrería. Imagino un texto entre técnico y folklórico, doy por hecho que ninguna de esas hojas fragmentarias y desprolijas existe todavía; lo mismo respecto de la hoja amarillenta que el profe dictaba y posiblemente el profe mismo. No encontré nada siquiera parecido en internet, solo el artículo de Wikipedia de tres o cuatro párrafos flacos y secos. Sin embargo yo recuerdo inútilmente aquel título desde esa mañana fría.

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