Pequeña historia del mimbre II

La Todo Flower dijo un pibe de séptimo en el patio y bastante después entendí mejor esa deformación ponzoñosa o inocente de la consigna hippie que era el primer apodo de mi nueva maestra de mimbrería.

No recuerdo que se vistiera como hippie pero tampoco se vestía como maestra. Tenía, sí, un bolso artesanal y una cartuchera de cuero bastante grande, de donde alguien sacó y mostró en el aire, un cassette de Pescado Rabioso para que nos riéramos de ese nombre extraño que sonaba viejo y ridículo.

El Coty casi de entrada le preguntó si pegaba o tiraba del pelo y ella dijo que no. Le preguntó si al menos gritaba y dijo que tampoco. Entonces, sorprendido y eufórico, cantó su consigna favorita “vaaaabéquilooombo”, pero el tono era de broma, y era una broma desconcertante y más bien amorosa.

No sé si él u otro le preguntó si tenía hijos, ella dijo que tenía una y el nombre de su hija trajo también cierto revoloteo. Luego alguno preguntó qué hacía cuando su hija no le hacía caso o se portaba mal y quizás otro sentenció que seguro le pegaba el padre. Lo que recuerdo fue que nos aclaró que su hija no tenía padre, que la criaba ella sola.

La Todo Flower no nos hacía formar y tomar distancia antes de entrar al aula, además por primera vez íbamos a la escuela a contra turno, con la comida atragantada. Recuerdo la felicidad de juntar los mimbres de los piletones de chapa y tejer formas que se iban haciendo canastos, floreros y cestos. Pero también que casi todo el tiempo y sin parar le hacíamos preguntas de cualquier cosa, como un reportaje permanente.

Una vez con mi vieja la vimos en una feria artesanal y yo le dije seño y ella dijo que fuera de la escuela no era la seño, que podía decirle su nombre y se me vino todo el amor de golpe, como un verso.

No sé cuánto tiempo duró en la escuela, pero fue poco. Alguna cagada hicimos, nos salteamos el tapial del vecino para robar ciruelas o rompimos un vidrio, algo feo fue. Después la vicedirectora entró azotando todo y nos sacó al patio, a formar fila al rayo del sol de verano a las dos de la tarde, hasta que alguno hablara. Entonces, la Todo Flower, que miraba la escena por la ventana, salió del aula y nos dijo que entráramos. La vicedirectora empezó a gritarnos que no le hiciéramos caso, que la autoridad era ella, que era la vicedirectora. Algunos la seguimos enseguida y luego todos, mientras la vieja gritaba más fuerte y sin parar, sola, rabiosa.

En el aula nos explicó que iba a tener que renunciar pero que no se podía tolerar todo. También usó la palabra tortura y habló de presos políticos y de su hermano –hablaba tranquila, no parecía venir del patio, ni de los gritos de la vicedirectora–. Después preguntó si alguno de nosotros había tenido familiares presos y yo no dije nada.

La Todo Flower se fue esa tarde para siempre. Cada vez que es el día del maestro pienso en ella.

 

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