La verdad de la milanesa

Hace ya ocho años que escribo en este periódico. Durante todo este tiempo jamás sufrí censura por parte de los responsables editores. Lo cual los convierte en unos irresponsables, paradójicamente. Escribí siempre sobre lo que se me cantó. Sin reservas sobre nada ni nadie. Le pegué al kirchnerismo, me publicaron. Le pegué al socialismo, me publicaron. Le pegué a la iglesia, me publicaron. Les pegué a los hippies, colectividad lectora del Pausa por excelencia, me publicaron. Le pegué a Macri y me aumentaron el sueldo.

Pero cuando le dije al director sobre qué iba a escribir para este número, su respuesta fue rotunda: “Ni en pedo”, y se siguió tomando su quinta pinta de la noche. “Pero Negro, no hay columna”, le dije amenazante. “Lic., en serio. No la vamos a publicar”. Yo sé que ustedes no se están preguntando qué podría ser tan polémico como para ejercer una dictadura censora sobre un colaborador y además amigo de toda la vida. Pero yo se los voy a decir igual. El Pausa no se quiere hacer cargo de que en sus páginas alguien diga, con fundamentos irrefutables, que la milanesa está sobrevalorada.

Antes de seguir recibiendo amenazas por las redes sociales hasta de amigos, quiero aclarar algo: no digo que no me gusta, solo digo que no es para tanto. Respondan con sinceridad a lo siguiente: entre un asado y una milanesa (advertencia: lo siguiente puede herir la sensibilidad de los veganos/as), entre unas mollejitas al verdeo y una milanesa frita, entre un conejo alpino grillé acompañado de mix de hojas verdes y frutos rojos (lechuga y tomate, obvio) empapado de un almíbar sobre la base de cerveza negra y una milanesa con orégano, ¿me van a decir que eligen la milanesa?

Gente, no voy a dejar de quererlos/as si me dicen la verdad. Porque es una verdad con ustedes mismos. Nadie, en su sano juicio y con el dinero suficiente para poder pagarse el conejo con lechuga, va a elegir la milanesa. ¡Y está bien! ¡No sientan culpa, se los pido por Manu Ginóbili que espero juegue un año más!

Segundo argumento: nadie se come el nervio. Es más, estoy casi seguro que si lo mastican, lo escupen antes que les dé arcadas. Todos/as lo hacemos. Y entonces, cuando me reprocharon que lo que a mí no me gusta son las milanesas con coso que no sé cuánto, porque si vos la comprás y la hacés así y asá; o que vos no conocés la que hacen en; o, en otras palabras, que depende de la milanesa, revisen lo que dicen: si hay tantas condiciones para que una milanesa sea buena y entonces ahí sí es el manjar de los dioses romanos, griegos y vikingos, dense cuenta que no se comen cualquier milanesa. Ergo, la única milanesa que no está sobrevalorada es la de mi mamá (no importa quién lea esto) y como mi vieja no me hacía milanesas, ni eso.

Tercer argumento que se encadena con el segundo. Y con este convencí a un amigo de que tenía razón: fue como el uppercut bien puesto cuando lo noté con la guardia baja, dubitativo. Le pregunté mayéuticamente: “¿Cuándo invitaste a un/a pibe/a en una primera salida a comer una milanesa con papas fritas? ¿Vos preferís, para una primera salida, ir a comer una milanga al imperio del olor a fritanga?”. Ni él, ni el resto de mis amigos que participaban de la conversación socrática pudieron contestarme afirmativamente. Porque seguro saben que se arriesgan a tener que sacarse con los dedos un cacho de nervio y quedar como el tujes delante de la otra persona. Entonces, ni con intenciones de seducir para hacer la porquería, diría mi abuela, uno prefiere la milanesa.

Muchas de estas digresiones fueron presentadas y debatidas en otra de las costumbres criollas que, ya dije en una oportunidad en este periódico, también está sobrevalorada: una peña. Traten de hacer memoria y piensen cuántas veces la milanesa fue el menú elegido como ofrenda en el banquete que homenajea algo tan sagrado para la argentinidad como lo es la amistad: contadas con los dedos de una mano. Si el/la que organiza la peña hace milanesas, lo/la suspenden por tres fechas por garralapala.

Sé que son demasiadas verdades que pueden alterar los cimientos de lo que tenemos como lo más inobjetable e indiscutible dentro de nuestro ser… aunque tiene su origen en Milán. Ofrezco una tregua. La milanesa es rica, sí. Pero no sean fundamentalistas. Su principal valor radica en que es útil: sirve para salir del paso. Se hace rápido y satisface el apetito. Pero de ahí a que un pedazo de carne rebozada en pan que tiene la misma forma que un lunar de bordes irregulares es lo mejor que te puede pasar en la vida, creo que hay una notoria diferencia. Que no lo quieran aceptar y en vez de eso me manden mensajes por Facebook mientras termino esta columna, que dicen “fuiste un buen amigo, ahora cuidate al cruzar la calle”, solo habla bien de mis argumentos, pero jamás de la milanesa. Bon appetit.

Un solo comentario

  1. No me parece que puedas comparar la milanesa una comida, casi de lujo para las clases populares, con un conejo alpino grillé, ta,ta,ta... al que casi nadie puede acceder, por su costo, por su desconocimiento, por ser una comida exótica a la que te animás a probar si te da el bolsillo y la panza. No. Me decepcionaste lic.

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