Hace unos días 10 días aproximadamente, me pidieron que escribiera algunas palabras a colación del centenario de la Reforma Universitaria Argentina, que se está cumpliendo hoy (o por estos días, de acuerdo a cuando estén leyendo esto). A mí me encanta escribir y me encanta el tema, pero se me dificultó el abordaje: ¿Por dónde encararlo? ¿Qué decir? ¿Escribo un panfleto histórico? ¿Una arenga? “Escribí como un profesor que le habla a sus estudiantes. Mencioná la Reforma y el Mayo del ’68 como grandes sucesos en los que los estudiantes fueron protagonistas. Arengalos. Están muy quietos. Nosotros a esta altura ya habíamos echado un ministro de economía”, me sugirieron cuando yo ya anticipaba que no me iba a salir nada. Traté de pensar en esos grandes hitos de la lucha estudiantil; y sin embargo, nada. Recién hoy, y a escasas horas de que la Cámara de Diputados de la Nación le diera media sanción a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, se me ocurrió una idea para hilvanar el mentado artículo.

Todavía conmovido por la decisión de nuestros legisladores, y con la idea de inmovilidad que sugería mi amigo, me puse a pensar en una compañera del periódico que militó y milita la causa feminista, y que estuvo presente en la marea verde que inundó las puertas del Congreso. Ella estuvo sentada en un aula en la que yo jugaba el rol de auxiliar docente por aquel entonces, mientras ella era estudiante. Me hizo recordar las caras que se sentaban alrededor de ella. También me hizo pensar en los otros jóvenes estudiantes que escriben en el periódico; en alumnos de la secundaria que hoy veo cómo luchan, porque los tengo de contactos en las redes, por derechos aún no conseguidos. Por “las libertades que faltan”, ya que conmemoramos los 100 años de la Reforma.

Pensar en ellos me hizo construir una volátil conciencia histórica del presente, aunque parezca un oximoron. Y me hizo ponerla en cuestión: ¿no tendremos, nosotros, una mirada distorsionada de aquellos estudiantes del ’18 y el ‘68? ¿No estaremos, por decirlo de algún modo, magnificando nuestro imaginario de aquellos incansables luchadores? Recuerdo a uno de mis primeros grandes maestros, anecdóticamente, echándonos en cara que cuando él estudiaba, el hall de su facultad se llenaba de estudiantes que pedían por la paz en Vietnam. Con eso él quería decir que nosotros, los jóvenes a los que les hablaba, estábamos completamente despolitizados y que ya no guardábamos nada en nosotros de aquel espíritu épico de los estudiantes de algún pasado que, aparentemente, era mejor. “Pero seguro sabe quién es el 10 de Boca, joven”, nos hacía conscientes de nuestra ignorancia; a nosotros, postadolescentes de 19 años y un auditorio delante para contextualizar la humillación.

Como estudiante, recuerdo haber alimentado la culpa de no ser como los estudiantes “de antes”. De aquellos que tomaron la Universidad de Córdoba; los que salieron a copar las calles de París en el ’68 o los que, un año después, volvieron a tomar las calles, pero esta vez, nuevamente, en Córdoba. ¿Está bien convencer a un joven que debe luchar porque si no será peor que los de hace 50 años? ¿Está bien obligar a un joven a militar por culpa? Yo creo que no. ¿Por qué lucharía un joven hoy?, sería mi pregunta. Y la respuesta está ni más ni menos que en estos jóvenes. En los y las que vimos en las calles adyacentes al Congreso Nacional, el 13 de junio de 2018.

Pero por otro lado, ¿todos los estudiantes tomaron la Universidad en el ‘18? ¿Todos coparon las calles de París o agitaron banderas en el Cordobazo? ¿Todes les estudiantes son feministas? No. ¿Todos los estudiantes combatieron y combatirán el orden establecido y el status quo? ¿Todos construirán la contrahagemonía que derroque al poder financiero o, no seamos temerarios, al neocapitalismo? ¿O habrá estudiantes que, por la razón que sea, seguirá defendiendo privilegios? Claro que sí. Y también gozará de los derechos conquistados gracias a la lucha de sus compañeros y compañeras.

Yo creo que mi problema para poder escribir este artículo es la imagen épica que tengo del pasado. Y la escasa conciencia histórica del presente. Y pensar así es una gran falacia que nos lleva al estancamiento; al desprecio del hoy y a creernos mejores porque nosotros, no sé, hicimos 10 asambleas. ¿Todos las hicimos? No. “Ah, pero éramos más los que nos movilizábamos por causas nobles y justas.” Sí, porque también éramos menos los que estudiábamos. Es como querer comparar la democracia directa de las aldeas griegas como Atenas, a la democracia por representación de la provincia de Santa Fe: una falacia injusta.

Miremos a los estudiantes hoy. Y miremos en las condiciones paupérrimas en las que estudian. Condiciones que los jóvenes de entonces no supieron garantizarles para hoy. Ustedes van a reprochar que cómo puede ser que aún no salieron al cruce de Macri y sus políticas universitarias. Que impávidos dejan que María Eugenia Vidal no haya pedido disculpas por sus dichos, o incluso renunciado. A mí también me gustaría que sucediera. Vaya que me gustaría. Pero tal vez estamos exigiéndole algo injusto al sujeto equivocado; o exigiéndole a la añoranza de un sujeto que siquiera sabemos si en verdad fue lo que creemos que fue. Créanme que en las caras de los alumnos, veo preocupación cada vez que dialogamos sobre nuestro país. Créanme que saben muy bien lo que piensan y saben expresarlo. Lo que no los conmueve, a lo sumo, será lo que históricamente ha conmovido a los que militaron alguna vez: marchar. Pero marchar no es la única (y habrá que saber si es la mejor) manera de luchar. No hay que abandonar las marchas, obvio. Hay que seguir construyendo mareas. Pero también otros espacios de lucha, microscópicos; porque por ahí es donde se cuelan el poder y la ideología: por donde nadie lo ve; para que, una vez invisible, pueda salir a violentarse físicamente. Creer que porque no marchan no desean o desean algo que “no deberían desear” es torpe, si me disculpan. Y un insulto. Les estamos queriendo imponer un tipo de participación desprestigiada para ellos. Porque desde que nacieron que escuchan hablar de “negros que cortan las rutas y lo único que quieren es el plan”.  Nosotros sabemos que no es así pero porque nos enseñaron que no lo era. Y a cuentagotas, porque nos educamos en el tabú del “no te metas”, otra de las grandes victorias del terrorismo de estado de los ’70. Créanme que saben lo que pasa, además de saber quién es el 10 de la selección, como nosotros también lo sabemos.

En contraste, anoche escuchaba las exposiciones de nuestros legisladores argumentando a favor y en contra del aborto legal, y pensaba que mis (yo sé que no son míos) alumnos tienen razón cuando me dicen que yo les exijo mucho. Si a los diputados que expusieron yo les tomara un parcial de los que les tomo a mis alumnos de primer año de una facultad popular del interior de Entre Ríos, seguramente no lo aprueben. O lo aprueben en la misma medida que mis alumnos que tienen 18 años de edad. Escuchando las exposiciones de los diputados, me di cuenta de que mis alumnos tienen razón: soy muy exigente. Y por eso ahora les voy a exigir el doble. Porque lo pueden dar. Porque lo quieren dar. Si mañana les preguntara a los y las estudiantes si quisieran ser como los y las que vieron en televisión en vivo desde el Congreso, la respuesta sería un “no” unánime. Pero a eso nosotros no lo sabemos… porque nunca se los preguntamos.

Como tampoco les deben haber preguntado a los reformistas del ’18 qué querían. Y por eso tuvieron que decirlo a los gritos y salir a romper todo para conquistar su deseo. A los parisinos, hace 50 años, cuando quisieron llevar lo inimaginable al poder. U hoy, a las estudiantas, a las que siquiera nombramos con el género correcto, que por tanto ignorarlas, despreciarlas, bastardearlas y humillarlas, hoy encaran las luchas que hace 50 años eran impensadas. O comenzaban a pensarse. Tal vez lo mejor sea no preguntarles qué quieren. Así no nos tentamos a conformarlos con lo que nosotros somos o con lo que nosotros mismos queremos. ¿Cuántas de las miles y miles de mujeres que hubo ayer alrededor del Congreso habrán sido estudiantas? No lo sé, pero sin dudas, muchísimas. O en los Encuentros de Mujeres, los 8M o los 24 de marzo. No vemos a le estudiantade porque lo buscamos donde quizás ya no está. Mudó y mutó. Y no estoy contando a les jóvenes que siguieron de manera apasionada el debate en el Congreso vía redes sociales, de les cuales, la mayoría, también son estudiantes. ¿O porque no se expresan o manifiestan como nosotros esperamos, eso no es una manera de expresarse pública y políticamente?

Desde luego que sin reforma y sin Mayo del ’68, no existiríamos con las libertades que existimos. Pero eso no nos da el derecho a decir que el estudiantado actual contempla paralizado la hecatombe, porque todavía no echaron a un ministro de economía. Están echando prejuicios; están jubilando discursos que siempre los despreciaron; están ganándose derechos; están transformando la lengua. Están tratando de conquistar los derechos que nosotres no supimos garantizarles. Y lo están haciendo con pasión. ¿Todes? No. Nunca todes estuvimos en la misma. ¿Por qué van a estarlo elles? Pero pueden ser más. Y le serán si nosotres sabemos interpelarles. Hacerles saber que la educación es de elles, por elles y para elles. Que nosotres, profesores, somos suyes; y no viceversa. Que nosotros vamos a vivir en el mundo que elles construyan. Y que deseamos que sea un mundo mucho mejor al que nosotres les dejamos para que lo destruyan, lo deconstruyan también para hacerlo mucho más justo, como elles van a saber hacerlo. Universitaries, celebremos la reforma pero pensando en la revolución.

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