Estallido, la palabra que no se dice

Mientras los datos muestran que la situación social está en una fragilidad extrema, el gobierno proclama como salida hacer más profundo el pozo que él mismo cavó. Lo peor está por venir.

En la ciudad de Santa Fe no hubo 2001 ni 1989. En la mayoría del país tampoco hubo 2001 ni 1989. En 1989 y 2001 más de la mitad de la ciudad, de la provincia, del país, vivían en una pobreza infernal, pero sin desbordes mayores. A lo sumo, apretadas aisladas a algunos supermercados, pero hasta con cierto orden, aun cuando fuese regado con sangre de Pocho Lepratti o de gurisitos entrerrianos. 

En ambas crisis se comieron gatos, como exhibió la prensa, pero en relativa paz republicana. La memoria de los estallidos, como la épica de las luchas sociales, dista bastante de las características duras de los fenómenos. En el 2001 no hubo saqueos en todo el país; hubo saqueos en algunas zonas del conurbano bonaerense, mientras que en algunas pocas ciudades del interior la difusión de las imágenes impulsó acciones similares, por demás justificadas, sostenidas, por la violenta miseria. En 1989 ocurrió otro tanto, si bien las primeras erupciones fueron en Rosario. Lo mismo ocurrió con los cacerolazos: su epicentro fue en Capital Federal, sus réplicas en el interior fueron incomparablemente menores. 

Pero también es innegable que 1989 y 2001 sí fueron hechos nacionales, porque su reverberación signó los destinos compartidos de todos los argentinos, al marcar el fin de dos gobiernos constitucionales.

En Santa Fe también protagonizamos ese tipo de eventos históricos. Como no pasaron en Buenos Aires, los paros policiales de 2013 en Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos no fueron considerados como fenómenos de alcance nacional. Casi que ni se recuerdan siquiera en donde sucedieron: no hay medios porteños que refresquen esos días de furia en las tolderías de campo adentro. Pese a que entrecruzaron el corazón de los linchamientos matanegros con el terror vecinal a la inseguridad y el clamor por el supremo orden del lobo propietario monotributista, no forman parte de ningún cuadro de interpretación de la arrasadora victoria de Cambiemos en esas tres provincias, que volcaron al amarillo la elección nacional.

Volvamos. En 2001 había una desocupación galopante, precios estables por más de una década, tipo de cambio fijo y salarios públicos ajustados en un 13%, en el marco de casi cuatro años de recesión, del corralito y de un torpe recorte gubernamental de todo tipo de asistencia social. En 1989 había una inflación disparatada que ningún salario podía empatar pero con un mercado de trabajo difícil de describir, por ser demasiado ajeno al presente: pleno empleo, casi sin trabajo en negro, con grandes empresas públicas estructurando todo el sistema productivo. En los dos casos hubo tres rasgos en común. Faltaban dólares, por la deuda externa, por el déficit del comercio exterior, por la imparable fuga de capitales... por lo de siempre. El poder adquisitivo estaba en la lona: porque estabas despedido y sin plan –sin importar que los precios no suban– o porque los precios eran remarcados cuatro veces al día –y no había salario en blanco que aumentara tan velozmente. El tercer rasgo: en silencioso derrumbe, las cadenas de pagos se cortaron.

Malvinas, la Bersuit, Cavallo y un sueño

Un estallido social no pasa en cualquier lugar ni está protagonizado por cualquiera. Los estallidos no son tales por ser imprevisibles. Son estallidos porque no tienen, no pueden tener ni tampoco necesitan de ningún discurso o sentido que los organice. Un estallido es la irrupción de lo real del capitalismo, de golpe. Con menos verso: te saqueo el supermercado donde trabajó hace dos años mi hermana, que hasta hace un mes me dio fiado y donde ayer fui a comprar arroz y no me alcanzó el billete. Se puede delimitar por dónde viene un estallido, pero nunca cuándo. Bueno. Acaso. Ya hay presión constante por la escasez el dólar y casi tres años de caída del poder adquisitivo. ¿A cuánto estamos de que se rompa masivamente la cadena de pagos?

Dónde hay un dólar

¿Cómo se vive la falta de dólares? En el precio del pan, por ejemplo, cuya materia prima se exporta y cuyos productores no tienen ningún impedimento, hoy, para trasladar el precio en dólares al precio en pesos. Trasládese el funcionamiento del precio del pan a cualquier otro bien o servicio que se venda al exterior o que se deba comprar del exterior.

En 2018 estamos viviendo el déficit de comercio exterior más alto de la historia argentina. Para comparar, el segundo peor año en el podio es… 2017. También estamos viendo la fuga de capitales más alta desde 2003 a la fecha. Desde 2016, el gobierno lanzó una acelerada política de endeudamiento externo –para traer dólares de algún modo– y hoy, otra vez, el pago de capital e intereses de deuda externa es el segundo rubro más importante del presupuesto nacional. La mayor (muy mayor) parte de esa deuda que el Estado tiene que pagar en este año y los que vienen la contrajo este gobierno en 2016 y 2017. Para peor, esa deuda en dólares ahora también se agiganta con los nuevos bonos en dólares que se ofrecen a los que tienen Letras del Banco Central (Lebacs), que conforman una burbuja especulativa infernal, pero que están en pesos. El endeudamiento en moneda extranjera es récord por su volumen y por su velocidad.

Hay pocos dólares ahora. Mañana, habrá todavía menos.

Por Manuel Manso.

Si a la crisis internacional de 2008, que barrió a Estados Unidos y parte de Europa, se la pasó con planes de contención laboral y se la superó con buena performance en 2010 y 2011, a la anunciada suba de tasas de interés norteamericana la tomamos como una gran oportunidad para volver a pedirle prestados dólares al FMI. Resta recordar que se están rifando diariamente 100 millones o más de esos dólares prestados –a cambio de volver a ser un virreinato sin independencia política alguna– al solo efecto de intentar mantener estable, sin éxito, el precio del billete verde.

¿Y del lado del poder adquisitivo?

Dónde hay un peso

Faltan al menos dos tarifazos más, igual de fuertes para el bolsillo real que los últimos. Le pegan directo al consumidor y le pegan al vendedor, porque le suben los costos. Si se contiene la devaluación y su pasaje a precios, alcanza con los nuevos tarifazos para que la inflación siga su robusto crecimiento. Falta que se agrave la reducción real de los ingresos de los jubilados y de los perceptores de asignaciones sociales, el efecto de largo plazo de la reforma a la seguridad social. Son cerca de 17 millones de personas con más malaria que la actual. Para los asalariados con paritarias, falta que a la caída del poder adquisitivo de 2016 se le sume la de 2018 (siendo generosos y dándole un empate a 2017). Y falta el ajuste fuerte del Estado, la otra cara del préstamo del FMI para seguir recibiendo dólares, a puro despido, desguace y achicamiento. Si bien las provincias pueden ajustar de manera variable, según su adhesión a la orden nacional, el gobierno central ya está en plena reducción. El impacto en la paralización de la obra pública ya se palpa tanto en las ventas de cemento como en el empleo de la construcción.

La encerrona es una más de todas las contradicciones que Cambiemos llevó al extremo. Si se ajusta como pide el FMI, habrá dólares pero con una recesión rampante. Si no se ajusta como pide el FMI, la falta de divisas hará imposible el pago de deudas y la estabilidad del peso. Todavía lo peor no está pasando.

Desde el inicio de la era Cambiemos hasta abril de 2018 –último dato oficial– el sector privado creció en 8338 trabajadores registrados. En dos años y medio el “empleo de calidad”, que el presidente martilla como fin superior, apenas alcanzó a darle trabajo en blanco a 8338 personas. En el reverso, el 75% del trabajo en blanco creado desde diciembre de 2015 es monotributista. Ya de por sí el promedio de creación de empleo registrado es bajísimo, ahora hay que observar que es una fachada para ocultar con un facturero la subocupación o la sobreexplotación. 

Hay 1.180.000 desocupados. Hace un año eran 1.149.000. De nuevo, la pregunta: ¿quién protagoniza un estallido? El 39,3% de los desocupados están buscando laburo desde hace más de un año. En 2017, el 32,1% de los desocupados estaba en esa condición por más de un año. Hay más desocupados y por más tiempo.

Hay más de 463 mil argentinos sin trabajo con más con un año de buscar laburo sin éxito. En la quiebra una economía hogareña, quema la cabeza, pulveriza el alma cada vez que un medio gubernamental dice que el problema nacional es que la gente no quiere laburar y que se gasta demasiada garrafa para calentar a los pibes.

Y se consume menos. Menos ropa, menos comida, menos cositas. Desde que asumió Cambiemos, todos los meses dieron negativo para las ventas de los pequeños comerciantes, menos octubre, noviembre y diciembre de 2017. Si tenían resto de la bonanza previa, ya se lo fumaron. Por eso ahora se ve cómo los locales cierran. A la fecha, las ventas de los minoristas están en los mismos niveles de 2009, medidas en cantidades. No sólo hay que considerar que 2009 fue el año en que pegó en Argentina la crisis internacional, sino también que pasó casi una década de crecimiento de la población.

La chispa y el orden

Una ciudad tapizada de galpones industriales no es una ciudad administrativa con tres grandes universidades. Una ciudad con un puerto de granos no es un centro turístico internacional. Los estallidos no ocurren en cualquier lugar y no están protagonizados por cualquiera. ¿Dónde viven esas 463 mil personas que rebotan en las entrevistas de trabajo, sin cesar, desde hace un año? ¿Habrá cinco mil viviendo en la misma localidad, el mismo barrio? ¿Dónde viven los futuros despedidos del Estado, los obreros de la construcción que en 2017 zafaron por la obra pública? ¿Qué pasará cuando estén seis meses sin pegar otro laburo? ¿Qué comercios los rodean, cuántos empleados más echarán cuando vean que las ventas siguen bajando? ¿Estarán en ciudades donde cerrarán más industrias por las importaciones?

Mientras, los referentes de los movimientos sociales advierten que están conteniendo el hervor que crece desde abajo. Dicen: es urgente mayor contención social porque el próximo paso es llevar los reclamos directamente a la puerta del supermercado. Ojalá que los acontecimientos, de suceder, estén tan organizados. Por el lado de arriba, desde las autoridades de las cámaras comerciales hasta el ministro de la Producción, Dante Sica, señalan que la cantidad de cheques sin fondos y rebotados se duplicó.

La falta de dólares pudre el ambiente, la caída del poder adquisitivo es la infección y con la ruptura de la cadena de pagos salta el pus, sin aviso y de golpe. Irrumpe lo real. Las razones estructurales son perceptibles, la chispa acontece. Es sencillamente el momento donde no hay plata para pagar en ninguna dirección: pagar alimentos, pagar proveedores, pagar salarios, pagar tarifas. Y ahí no se necesita conciencia social, discurso, organización, sentido. Sólo se necesita arroz.

Sí, el tema de este artículo es el fracaso que para todo el orden político significa la mera posibilidad de que hoy se pueda hablar, razonablemente y con datos duros, de que todo se puede ir a la mierda.

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