Nada volverá a ser lo que alguna vez fue

“Viste, viejo: yo tenía razón: Macri. Todo es Macri y horrible…

menos Manu, que cuando está adentro de una cancha

hace que este mundo sea un poquito más lindo.”

(Licenciado Ramiro, mayo del ‘17)

Ya con la noticia confirmando lo que nunca quise aceptar, me senté a revisar cuántas veces había hecho el simulacro de despedir a Manu en este periódico. En 2014, en pleno mundial de fútbol, mencioné a Manu jugando (y ganando) las finales de la NBA, con apenas 36 años de edad. En 2015 escribí por primera vez que Manu podía haber jugado su último partido profesional, mientras todos como idiotas estábamos mirando la pelea de Pacquiao y Maycoso, ese que nunca pierde.

El año pasado di por hecho que se retiraba, después de las finales de conferencia con Golden State, porque lo sacaron a segundos del final para que todo el estadio lo aplaudiera. Hasta Kevin Durant, megaestrella de la NBA, dejó la pelota en el piso para aplaudirlo. Lo lloré el año pasado. Ya me había despedido. Solo restaba que lo comunicara e iba a sentarme a escribir. Incluso me llamaron de una radio para que hablara de Manu porque parecía “que se retira”.

Pero sucedió lo que nadie pensaba: Manu confirmó dos años más en los Spurs. O al menos uno, y después vemos. “Lo que nadie pensaba”, porque nos olvidamos que se trataba de Manu, el que justamente hace lo que nadie piensa que va a hacer.

Este año, en cambio, no dije nada porque creí que iba a haber #UnoMás. En definitiva, nunca me preparé durante tanto tiempo para escribir un texto. 27 de agosto de 2018, me encuentro escribiendo la columna que hace tres años empecé en mi mente a escribir… y todavía no me sale la primera palabra. ¿No lo entiende? Es sencillo: yo no puedo escribir sobre lo que no quiero. Y no quiero que Manu se retire. Me hace mal. No quiero.

De lo que se trata es de emoción

No me interesa discutir quién es el mejor deportista de la historia argentina. Es una discusión tramposa e injusta. ¿Quién es mejor: Maradona o Manu? ¿Lucha Aymar o Fangio? Cualquiera sea la respuesta es un desprecio hacia el que no elegimos. Para mí Manu es el mejor porque logró emocionarme como ningún otro deportista adentro de una cancha logró hacer. Punto. Para otros será Maradona, para otros el “4” de Juventud Unida, qué sé yo. No me interesa. Y menos ahora. Mucho menos ahora.

Para que quede claro: nunca nadie me emocionó tanto, y durante tanto tiempo ininterrumpido como Manu. Verlo a Manu jugando hacía que el mundo, mi mundo, fuera mucho más lindo. No porque él hiciera todo bien. Es ridículo pensar que un individuo puede, siempre, hacer todo bien. Sino porque nunca, desde el 2002 hasta hoy, verlo jugar me aburrió. Jamás. Manu me hizo reír como nadie, pero también enojar o putear como nadie. Me entristecieron muchas de sus derrotas. Y he gritado dobles suyos como los goles más importantes que pueda hacer mi equipo. “La palomita” contra Serbia; alguna asistencia, seguramente más de un triple para descomprimir un partido, etc. Insisto: desde 2002. 16 años. Los títulos, las estadísticas, los porcentajes sirven para los libros y los documentales. Acá estamos hablando de otra cosa. Estamos hablando de pasión y emoción. Y en ese rubro, el mejor es Manu.

Además, Manu me hermanó aún más con mi hermana Ludmila. Nos juntábamos a ver los partidos de San Antonio en playoff en mi departamento. Los comentábamos cuando no nos juntábamos. Festejábamos los triunfos vía celular. Y en estos últimos 4 años, que son los que hace que mi hermana vive en España, ni les cuento. Hizo que mi hermana fuera más amiga de lo que antes de Manu lo era.

Antes y después de Manu

Manu, para mí, es un signo. Manu significa más que un excelente jugador de básquet. Manu, para otros y otras también, significa otras cosas. Yo ya dije algunas de ellas. Lo que mejor sintetizaría el significado de “Manu” es decir que hay un antes y después de él. Nada fue como era, después de la aparición de Manu. En ese sentido, Manu no solo conocía muy bien todo su territorio, las leyes que circunscribían sus acciones dentro del juego que tan bien jugaba. Manu, además, supo cómo modificar esas reglas. Y eso es lo que lo transforma en más que un jugador de básquet. Rompió récords, patentó jugadas, ganó títulos donde antes no se ganaban, etc.

No quiero hacer de este texto un artículo estadístico. Todo es opinable. Pero Manu cambió las reglas de su deporte. Después de Manu se juega distinto. Como después de Magic, de Jordan, de Kobe y quizás de LeBron. O de Federer en el tennis. O de Maradona en el fútbol. Manu hizo que algo tuviera que cambiar si se les quería ganar. Impuso reglas donde habitualmente antes las imponían otros.

El mejor ejemplo de esto es la renovación de estilo y política del “Dream Team”. Hasta Manu, un equipo NBA de EE.UU. nunca había perdido un partido. Pero además, era imposible siquiera imaginar en ganarles. Por algo se le llama “Dream Team”. Manu les ganó dos veces. No una. Dos. Y una en EE.UU., pero esa fue la que menos les dolió a los reyes del juego.

En las semifinales de los JJ.OO. de Atenas 2004, Argentina le gana a EE.UU. por paliza, aunque el marcador así no lo representa. Desde ese día, los norteamericanos se dieron cuenta de que o jugaban en equipo o la cosa se les iba a poner fea. O sea, Manu les demostró que deporte mata show. Y que con saltar alto no alcanza. EE.UU. renació de la mano de una nueva generación de jugadores y entrenadores, que creció con Manu entre ellos. Durant, Curry, Harden y Westbrook, son fanas de Manu.

Manu le puso nombre a un equipo: “Generación Dorada”. Sin Manu ese equipo hubiese sido “Generación Plateada”. Todo bien con el Chapu Nocioni, Luis Scola y Fabricio Oberto. Los amo. Pero Manu es irremplazable. En la final de Indianápolis faltó Manu y perdimos (muy injustamente) contra Yugoslavia. El mismo equipo al que dos años después le ganamos en el último segundo con un doble de Manu. Perdón, con “La palomita de Manu”, porque también le puso nombre a una leyenda tan emblemática como “la mano de Dios”.

En la NBA inventó una jugada: el eurostep. Y que no se llama “Manu” de casualidad. Es un dribling que no sé qué, pero la cosa es que el que lo marca queda mirando para cualquier lado y es un golazo. Bueno, los yankees no lo conocían antes de Manu. Tampoco sabían que la pelota se podía pasar por entre las piernas del rival. Ni tampoco que a Manu “hay que dejarlo hacer lo que quiera. Eso es lo suyo. Eso es Manu. Total él siempre hace lo que quiere, y sabe lo que hace”, según su Coach desde el 2003 hasta hoy: Greg Popovich. Un ex militar para el cual la disciplina es lo más importante. O lo era… hasta que Manu apareció en su vida.

A los argentinos y a las argentinas, Manu nos hizo creer que ganar era fácil. Que íbamos a ganar siempre. Hizo lo mismo que hizo Maradona en el fútbol o Lucha Aymar con Las Leonas. Sin Manu nunca hubiésemos hinchado como fanáticos por una selección de básquet. Y efectivamente, hasta antes de Manu nunca lo habíamos hecho. Manu hizo que miles de pibitos y pibitas que no querían jugar al fútbol o al hockey tuvieran una alternativa. Después de Manu podemos hablar de las nuevas generaciones de basquetbolistas argentinos y argentinas por el mundo. Hasta antes de Manu llegar a la NBA era difícil pero no imposible. Pero permanecer sí era impensado. Después de Manu, el Chapu Nocioni, Scola, Oberto, Delfino, Hermann, Pepe Sánchez (llegó antes), son jugadores que en la NBA tienen un nombre. Y los que están por hacerse, que son los que crecieron viendo la tele y por eso pidieron “la 20” para el cumpleaños.

¿Y después de Manu qué?

En mi vida hay dos después de Manu. El 2002 y hoy. A partir de hoy, ya todo esto no va a ser. No será más. Pronto, solo una sombra quedará. Será recuerdo. Solo pasado, y no ya futuro por venir. Ya no habrá más 20 de los Spurs, ni 5 de la selección nacional. Ya no habrá más algo donde nada esperábamos. Seguramente no habrá más whatsapp transatlánticos con un “Go Spurs, go!”. Todo será como esperamos que sea. Después de Manu solo quedará lo que alguna vez fue. Y entre todo lo horrible, ya no habrá eso que hacía que el mundo sea un poco más lindo con Manu adentro de una cancha.

Todavía no sé cómo empezar a despedirte, Manu. Por ahora solo me sale decirte gracias. Volvé rápido.

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