Marcelo Arce habló sobre Mozart en Viena y le dijo a Spinetta que desafinaba.

A la salida de la función, una mujer cuenta que trata de no perderse ninguna de las visitas del maestruli, porque siempre viene con algo distinto. Antes de la entrevista en el comedor de un hotel por calle San Jerónimo advierte sobre su tartamudeo, ese que no sube con él al escenario. Pero una vez que se mete en tema, habla cada vez más fluido y se va despabilando. Cuando ve en el diario el anuncio suyo, se anima todavía más: “Sacan la nota el mismo día de la función… ¡yo no soy Susana Giménez que me ven y salen corriendo a verme!”.

Al principio intenta redondear respuestas con información de rigor, como el tema de su show de esta noche o la cantidad de material que hay en  su web, www.marceloarce.com. Ya después de un rato, agarra la jarrita en la que le sirvieron el cappuccino, la hace saltar en el aire mientras, con la otra mano, diseña círculos con la cucharita de metal. Así representa colores de la voz de Cerati. “La voz de Gustavo es un tubo”, remata. Con cuidado, devuelve todo a su lugar. La jarrita y el plato roncan al encontrarse, porque entre ellas ha quedado un poco de azúcar.

Anoche, en Paraná, Marcelo habló de Freddie Mercury. Apenas se acuerda, se copa y empieza a dar una función mano a mano para Pausa, cuenta de los colegios a los que fue el cantante de Queen y cómo diseñó el escudo de la banda. Si le preguntas de alguno de los músicos que él tiene en su background, olvidate, lo tiene estudiado al detalle. De ahí nomás linkea a técnicas vocales y llega a Pavarotti, así nomás sin pasar letra. “Lo puedo dar acá nomás”, se desafía.

Sus guías son mentales, nunca le dejan olvidar qué hay en el compás 320 o cuál es la relación entre un Chopin y un Luis Miguel. “Para los técnicos y operadores sí preparo guiones, si no se me suicidan en masa, aunque nunca pueden estar desatentos porque me gusta ir cambiando sobre el momento según cómo vaya reaccionando la gente”.

Magnificum

Arce es un tipo arrojado. Cuando un docente le sugirió, medio de costado, que por qué no se armaba un curso para introducir a sus compañeros en la música clásica, fue y lo armó. Y cuando para la primera clase se le habían anotado 760 personas, no se hizo problema y cayó “como Pancho por su casa, sin micrófono y con un Wincofón”.

Apenas 11 años tenía cuando flasheó con el final de la Séptima de don Beto… de Beethoven, bah, alguna buena tarde de los 60 en su General Rodríguez natal: “Pensando en ello, hoy digo que la clave de mis espectáculos no ha variado, y es pensar en cómo me gustaría a mí que me explicaran lo que es una ópera o qué hizo Mozart, si fuera yo el que no distingue una tuba de un buzón. Yo explico y describo y relaciono esas obras con esa consigna, con muchísimo análisis previo pero sin guiones, voy al todo”.

Además de las músicas de esos próceres clásicos, imprescindibles como Yupanqui, Piazzola o Led Zeppelin figuran también entre sus recurrentes, gracias a la observación de su pareja: “Un día ella me dice que si me gusta el folklore, el tango, el rock, ¿cómo no los incluía? Hasta que una noche metí una adaptación de “Yellow Submarine”, miré para el costado a ver qué me decía del público, me levanta el dedo y supe que tenía razón”. Así nació Clásico & Moderno, su ciclo que lleva 26 temporadas y giras por todo el país.

De ahí en más, nunca pudo dejar de estar al acecho de un nuevo estudio: “Una vez, por ejemplo, trabajaba en la computadora y puse Lennon, y en un pasaje digo, ¡ah, esto es Mozart! Y como yo tengo las 979 obras de Mozart, pensé ‘piano, piano, debe ser por el final’, busqué y lo encontré. Pegué los dos juntos, lo pasé en el espectáculo y la gente no se dio cuenta, ‘¡Escuchen!’, les digo. Indagando un poco más, era tal cual, los dos dicen lo mismo en sus cartas o entrevistas, que su voz es el piano. Los dos eran celosos, de vida licenciosa… ahí los tenés”.

Arce apuesta que prácticamente no hay teatro en el país en el que no haya dado un show. También estuvo en cantidad de países girando desde 1975, además de una historia de 40 años en radio y otros tantos como columnista de La Nación. Alguna vez le dijo a Lerner –en complicidad con Badía– que no iba a ser un músico completo hasta que no aprenda a orquestar y hasta le hizo saber a Spinetta que desafinaba mucho, aunque su poesía era impecable. Y el Flaco le dijo, decepcionado: “Ay, viste…”.

Todo esto se repone en cuotas, entre lo que dice y lo que investigamos, porque al maestruli no le gusta exponer su currículum: “No, no me interesa exponer mi ‘ridiculum’. Ahora bien, cosas como que me han nombrado Embajador de la Paz por la Fundación Mil Milenios de Paz, que depende de la ONU, sí que me enorgullecen y le dan un sentido a lo que hago. Tres o cuatro veces al año organizamos movidas, a beneficio o de la forma que haga falta”.

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