Y los pibes remontaban barriletes

Divididos festejó sus 30 años con un show demoledor y Pausa estuvo ahí.

Yo me considero un tipo normal. Demasiado normal. Ordinario, diría. Es más, quien me conoce podría decir con justicia que soy conservador. Salvo a mi familia, no creo que mis comportamientos puedan sorprender a alguien. Ni sucio ni desprolijo.

Sin embargo, voy a un recital de Divididos y me pasan cosas muy raras. Demasiado raras para un tipo normal. Y que no me pasan con ninguna otra banda musical. En verdad, me pasan con muy pocas cosas en la vida. Lloro, salto, grito, me quiero ir a meter ahí donde hay un montón de tipes chocándose y mirándose con una sonrisa, abrazándose transpirados de alegría, mientras Mollo, Arnedo y el baterista de turno (todos y cada uno excelentes) me llevan a un trance animal del que no puedo (ni quiero) escapar.

Entonces, ¿qué tuvo de especial este show por los 30 años de la banda? La verdad es que, para este “cronista”, nada. Y todo a la vez. Porque cada vez que escucho en vivo a Divididos es especial. Todos los recitales son distintos. Y me vuelven a hacer sentir raro, una vez más. Todos los recitales de Divididos, al menos para mí, son especiales. Podría hablar de cualquiera de los otros shows a los que fui de la misma manera que podría hablar de este. ¿Qué tuvo el recital por los 30 años de la banda de especial entonces? Nada y todo a la vez. Porque todos los recitales lo son.

Pero bueno, por una cuestión editorial, haré el esfuerzo de rescatar lo que, al menos para mí, tuvo de “nuevo” el show de tres horas en el Hipódromo de Palermo.

Audio y agua

Como todos los pronósticos anunciaron, el recital se dio bajo una lluvia que fue intensificándose o menguando al ritmo de las canciones. Tal como destacó Mollo promediando el recital, el agua “se hace presente con los temas más power, y se apaga con las canciones más tranquilas”. Es que el recital comenzó tipo 21:30 con un tridente del disco nuevo, Haciendo cosas raras, que reversiona un disco viejo, 40 dibujos ahí en el piso, bajo una llovizna que poco importó cuando Mollo preguntó al público “Che, ¿qué esperás?”.

Tal vez una novedad, y en la que la lluvia luego fue motivo de diálogo entre Mollo y les 20.000 asistentes al cumpleaños de “la aplanadora”, es que en un escenario argentino se haga presente un ganador de dos premios Oscar como invitado estelar: Gustavo Santaolalla detuvo la lluvia como si fuera un cuchillo clavado en la tierra y tocó el ukelele en “Qué ves?”, hermanándose con Mollo en una zapada de más de cinco minutos en los que hasta “San Pedro se portó bien” y dejó de hacer llover para ser testigo de un momento que rara vez pueda repetirse. “Si ustedes supieran todo lo que pasamos allá por el 93”, dijo Mollo en referencia a la grabación de La era de la boludez, disco producido por Santaolalla.

Chalchalero y Rolling Stone

Si bien es discutible, coincidiendo con la fisonomía “power trío”, yo creo que hay tres hitos revolucionarios en la discografía de Divididos: el primero es Acariciando lo áspero (donde nace el power trío que perdura hasta el día de hoy), el segundo Narigón del siglo (la sanación y la luz del alma que introduce espiritualidad) y el tercero –y creo que definitivo– Amapola del 66 (el que define el sonido que los músicos buscaban). Esos tres momentos bien hegelianos estuvieron claramente identificados durante el recital. De hecho, no tocaron temas de Otroletravaladna ni de Gol de mujer, confirmando una sospecha que arrastro desde hace una década: es mejor no hablar de ciertas cosas que pasaron desde el 95 al 99.

Después de honrar la memoria del padre de Diego Arnedo interpretando un folklore de su autoría, “La flor azul”, con Mollo cantando hermoso, se dio paso a un segmento orquestal que incluyó “Un alegre en este infierno”, “Par Mil”, “Spaghetti del rock” y la épica “La ñapi de mamá”. Esta es la pesada herencia que nos dejaron estos reos mugrientos que aprendimos a querer porque tocaban en Sumo. Sí, nos hicieron oír eso que no encajaba en nuestros cuadriculados oídos: es rock, aunque a veces a no suene a rock… pero nos gusta. Y mucho.

Canciones sin bozal

Y funk… Divididos también es funk. Desde “¿Qué tal?” al “Perro funk”, hay toda un base funk que a veces, ante el power, cede. Pero está, y es notable. De hecho, es la raíz de ese power: el bajo de Arnedo.

Y también el funk es anterior a Divididos: “La rubia tarada” es un interludio obligado y el sábado 15, en Palermo, no fue la excepción. “Salir a comprar” sonó temprano también, como prólogo a lo que fue mi último pogo.

Divididos es también muchos otros. Una constante en sus discos son los covers. Excepto Otroletravaladna, el resto de sus discos tiene temas de otros músicos de diferentes géneros. “Tengo” de Sandro, “Sucio y desprolijo”, de Pappo y “Light my fire” de The Doors, dan cuenta de sus héroes y huellas. Sin embargo, lejos del rock está su bandera identitaria, y que ya es tan de nosotros como ajena: “El arriero”, a cargo del Robert Plant de Hurlingham, introduce el primero de los tres bises que nos regalaron, regalándose a ellos mismos un merecido trigésimo aniversario.

¿Y cuentan los temas de Sumo como covers? Polémico, ¿no? La noche acabó tres veces.

Primero con “Nextweek” o “Nesquik”, como ustedes quieran. Después con “Crua Chan” y conmigo a los gritos y saltos como si fuera un escocés alentando a la selección contra Inglaterra. Y por último, en algo que ya ni los músicos esperaban, bien punk con “El ojo blindado” y un pogo improvisado, al que yo no asistí, porque el último pogo de mi vida me lo había reservado para la vez que los escuchara en Buenos Aires tocando “Ala Delta”, y eso había pasado ya hacía veinte minutos… un ratito después de “Paraguay”, “Rock and Roll de Rasputín” y “El 38”.

La música es la eternidad

Para las 00:30 del domingo, ya no podía pedir más nada. Confirmé lo que sabía: el 15 de septiembre de 2018 iba a ser uno de los mejores días de mi vida. De esos que me voy a acordar siempre. Y a cinco metros del escenario. Al lado de un tipo que estaba con el hijo. Hijo que era solo un poco más grande que el Ramiro que a los 13 años escuchó en radio algo raro, muy raro, para un adolescente normal. Y que al otro día, antes del Fútbol 5 de las 9 de la mañana, fue a la disquería a pedir “el cassette de la banda que canta ese tema que dice ‘Sábado’.”

Sí, a este 15 de septiembre lo voy a recordar igual que a ese viernes que pasó hace 27 años, y que es el día que empecé a imaginarme en Buenos Aires viendo a Divididos mientras los pibes remontaban barriletes.

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