La campaña de Jair Bolsonaro es una metódica combinación de fake news y redes sociales, con mucho dinero de las empresas, connivencia institucional y apoyo estratégico yanqui.

Por André Leal (*)

En las semanas anteriores a la primera vuelta de las elecciones asistimos perplejos a la consolidación de la candidatura de la extrema derecha, representada por Jair Bolsonaro. Los candidatos del establishment, Geraldo Alckmin del PSDB el principal de ellos, no pasaban del 10% de las intenciones de voto en las encuestas y cayeron vertiginosamente a medida que se acercaba el día de las elecciones, tanto que Alckmin terminó con míseros 4,76% y su partido conquistó la menor bancada en el Congreso en décadas.

Sabíamos que las fake news circulaban como virus en las redes sociales y aplicaciones de mensajes, en el Whatsapp sobre todo. Pero eso ya había ocurrido en 2014 y desde hace años ya estamos acostumbrados a las historias de que el hijo de Lula es millonario y dueño de haciendas en el interior del país. La principal de esas “noticias” muestra la foto de la Facultad de Agronomía de la Universidad de São Paulo en Piracicaba, como la sede de una de las haciendas de “Lulinha”. Pero siempre ridiculizámos tales noticias fantasiosas pues era por demás evidente la mentira que traían y apenas algunos malucos creían en ellas y las replicaban.

En 2018, sin embargo, la diseminación de noticias falsas ganó un nuevo impulso. Después de las enormes manifestaciones #EleNão, convocadas por las mujeres y realizadas una semana antes de la primera vuelta de las elecciones, vimos que algo extraño estaba ocurriendo. Bolsonaro subió fuertemente en las encuestas y casi fue elegido en la primera vuelta, con el 46,03% de los votos válidos. Con el resultado puesto, las manifestaciones fueron atacadas incluso por sectores de la izquierda, como si hubieran impulsado al candidato antidemócrata de la extrema derecha. Lo cierto es que el mismo día de las manifestaciones –29 de septiembre– el obispo Edir Macedo, dueño de la Iglesia Universal del Reino de Dios y autor del libro Plan de Poder, declaró su apoyo a Jair Bolsonaro, movilizando así su red de pastores y fieles por todo el país en apoyo al candidato.

Rápidamente una avalancha de imágenes mostrando feministas atacando símbolos religiosos se esparció por las redes –la mayoría de ellas de manifestaciones feministas europeas– asociando las manifestaciones del #EleNão a la “muerte de la tradicional familia brasileña”. Una verdadera guerra moral se instaló y su primer objetivo principal fue la vice de Fernando Haddad, Manuela d’Ávila, afiliada al Partido Comunista de Brasil y feminista declarada, como no podía dejar de ser. Otra fake news de extremo impacto moral en relación a la campaña de Haddad fue la difusión de imágenes fantasiosas del “kit gay”, una cartilla anti-homofobia que sería distribuida en las escuelas públicas cuando el candidato del PT era Ministro de Educación en 2011 y que fue atacada por los sectores conservadores del Congreso por “adoctrina”’ a los niños para convertirse en homosexuales o por estimular la pedofilia. Hasta montajes de Haddad sosteniendo un consolador llegaron a circular en las redes sociales, así como imágenes de biberones con boquillas de pene que habrían sido distribuidas cuando el candidato era alcalde de São Paulo. Sí, ese es el tipo de “información” que es transmitida por las redes del candidato de la extrema derecha y aparentemente muchos creen en ella. Incluso el propio Bolsonaro llevó un libro al Jornal Nacional, el noticiero de O Globo, diciendo que era parte del “kit gay”. Era un libro francés traducido en Brasil que nunca formó parte del material didáctico distribuido por el Ministerio de Educación y que tampoco es nada más que un libro educativo para que preadolescentes entiendan los efectos de la pubertad.

El volumen de las noticias falsas es evidente. Incluso forma parte de tácticas militares de desinformación que los Estados Unidos utilizan en guerras asimétricas desde Vietnam, al menos, y que la familia Bolsonaro trajo desde allí después de un encuentro con el gurú de la extrema derecha y de las desinformaciones en la red, Steve Bannon, que también sirvió como asesor de Donald Trump en sus primeros meses de gobierno. Eduardo Bolsonaro, diputado electo por San Pablo con la mayor cantidad de votos para un diputado en la historia e hijo del candidato a la presidencia, se reunió con Bannon en Nueva York en agosto y publicó en su twitter que estaban “uniendo fuerzas para acabar con el marxismo cultural”.

Otro hecho que circuló poco antes de la primera vuelta fue la coacción de diversos empresarios para votar en el candidato de la extrema derecha, avisando que si él perdiera ellos saldrían del país y todos sus empleados perderían sus empleos. Diversos crímenes graves ya se configuran en esos videos. En uno, Luciano Hang, dueño de una red nacional de malls, aparecía coaccionado a sus funcionarios y clamando por votos en Bolsonaro.

Casi dos semanas después de las elecciones, el diario Folha de São Paulo reveló que diversos empresarios invirtieron al menos 12 millones de reales cada uno en la diseminación de noticias por Whats app –no es necesario ni decir que la mayoría de ellas falsas– configurando así una serie de delitos electorales que van desde la donación de empresas a las campañas, lo que está prohibido en Brasil, hasta la utilización de bancos de contactos que no son aquellos registrados por los partidos, los únicos que la ley electoral brasileña permite. El abogado de la campaña del candidato derrotado Geraldo Alckmin afirmó que reuniendo todos los contactos de diversos registros del PSDB consiguió llegar a cerca de 580 mil contactos. Sólo en el estado de Sao Paulo, una de las empresas que estaban disparando noticias por las redes ofreció a la campaña del PSDB un banco de contactos de 30 millones de personas, casi la población entera del estado. Las empresas que disparan tales mensajes cobran en promedio R$ 0,07 por mensaje, calcule cuántos mensajes pueden comprar con R$ 12 millones. Y son varias las empresas de distribución de contenido y las que pagaron por sus servicios ilegales, por lo que la capacidad de distribución es algo inestimable y con un poder de fijar y perpetuar la difusión de noticias falsas que es imposible de combatir. El otro hijo del candidato a la presidencia, el senador electo por Río de Janeiro Flávio Bolsonaro, fue uno de los que tuvo su cuenta bloqueada en la aplicación de mensajes, pues estaba en miles de grupos y tenía actuación sospechosa de acuerdo con las normas del Whatsapp. Es decir, distribuía miles de mensajes diariamente a través de robots.

La actuación masiva de la candidatura Bolsonaro en grupos de Whatsapp ya era evidente, pero hasta entonces no había rastros de crimen propiamente. Con esa noticia la farsa queda clara. Si en los Estados Unidos en 2016 las tácticas de desinformación fueron canalizadas por las redes sociales, en Brasil el laboratorio fue el Whatsapp, aplicación cuyos mensajes son encriptados y que involucra redes de afectos imposibles de ser perforadas por agentes externos, situación ideal para alguien que se apropia de ellas para sacar provecho propio. ¿Cómo decirle a tu tía que manda lindos mensajes de buen día con flores todas las mañanas que lo que ella te está mandando es mentira y forma parte de una campaña de desinformación con rasgos fascistas?

En el caso de que las instituciones estuvieran funcionando normalmente, la postulación de Bolsonaro tendría que ser cuestionada, pero el domingo 21 la presidenta del Tribunal Superior Electoral, Rosa Weber, declaró que “las instituciones están funcionando normalmente” y que la principal perjudicada por las fake news en la campaña es la propia justicia electoral, ya que Bolsonaro no pierde la oportunidad de cuestionar la transparencia del proceso electoral brasileño y sus urnas electrónicas. Sí, las instituciones están funcionando perfectamente, nada nuevo desde el golpe parlamentario a Dilma Rousseff en 2016.

(*) Desde Río de Janeiro

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