Fuimos al Birri a la primera edición del Festival Repelente.

Si había un lugar para llenar de bandas editadas por Repelente Discos, el elegido no podía ser otro que El Birri. Así se dieron las cosas el viernes 19 y el sábado 20, días en los que una docena de formaciones hicieron ir y venir al público del hall a la sala y de la sala al hall, donde se plantearon los dos escenarios del primer Festival Repelente.

En la mitad del canto

Empanadas, fernet a 80 pesos y el Street Fighter II en fichines. No había mucha vuelta que darle ni bien une entraba, como para entrar y moverse de un lugar a otro con metas concretas. Todavía no había empezado Tomás Solo –el encargado de inaugurar el festival- y, en las calles cercanas a la cancha de Colón, había una tensión que se sentía en los desvíos de los colectivos y en la actitud expectante de los parrilleros de turno.

Antes de las 10 de la noche, el público en Santa Fe no acostumbra a ser grueso. Después de esa hora, se puede empezar a levantar la vara, no tanto ahora como en otro tiempo, pero sí. En el formato banda, las canciones de Los primeros cimientos -primer disco de Tomás Solo- pueden llegar hasta la épica, como pasó durante Los Tetluanes. Apenas termina el set, ya se escucha que Peceto, la siguiente banda, está viva y con los primeros acordes hace mover a las casi 60 o 70 personas que habían llegado para, justamente, las 10 de la noche.

The Capuchons. Imagen: Gerónimo Bayúgar.

Con los bocinazos del gol de Colón llegó más gente que, sumada a la que estaba haciendo puerta se estiró bastante, tanto como para que ya pinte el baile con la cumbia francesa de Locomotorix. Con cover de Gilda en francés y todo, entre güiro y teclados estilo Pablo Lescano ya alcanzó para que nadie se distraiga pensando si elegir a Ken o a Ryu en el videojuego. El punto más alto de la noche alegre, llegó con los shows de Famélicos, Zorro de Estrellas y, sobre todo, con Mi Nave, que llegaron desde Rosario con un pop espacial.

Voy a llenarte de

El sábado electrónico empezó un rato más tarde que el viernes alegre, con la presentación de Las Furias, que bien podrían ser banda sonora de alguna edición de Castlevania. El rocanrol dijo “hola” en el segundo turno, con el show de Fantasma. A esta altura, había mucha más gente que el día previo, se notaba en el ritmo con el que se movía el personal en la barra y en que, si te sentabas, seguramente te iban a tapar la vista.

Aunque cuesta definir qué es, hay algo en común entre todas estas bandas editadas por sellos independientes. Sí se podría decir que se siente como un ánimo de bancar a lo que hacen les demás tanto como a lo propio. La cuota amateur (del latín ‘amator’, “el que ama”) que hace falta para que, uno que mira, se crea lo que le están mostrando.

Perturbadores y fascinantes son los The Capuchons, lo que hacen no se limita al escenario desde el que parecieran estar invocando a alguna bestia del inframundo.  Alrededor de la 1 de la mañana del domingo, empezaron a probar sonido los marplatenses que iban a tocar en último lugar: El PCC (Partido Conservador Corporativista) es un trío que se las arregla con percusión, teclados y samplers. El perfume lo definieron con un sahumerio y su eje es el foco rojo que se ubica entre ellos, que se miran entre sí formando una ronda o un triángulo.

Pelucas, peluche, capuchas y bandas para explotarse el corazón, la cabeza y los pies. Imagen: Gerónimo Bayúgar.

Un rato antes, ññññ había detonado la danza. Justo después, una sailor moon y uno con capucha de espantapájaros, que también llegaron de Rosario y se llaman La metamorfosis del Vampiro, habían tocado algunas canciones bastante viajeras, onda opening de animé para metaleros, cantadas a través de un micrófono con una larga cola blanca y peluda: “Soy darky de barrio, vuelvo re trasheada en el colectivo”, decía en unos mini fanzines que dejaron para que nos sirvamos, casi que presagiando nuestro futuro inmediato.

 

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