Las finales de la Libertadores son otra muestra de las asimetrías entre el centro y el resto.

A muchos de los que nacimos en Santa Fe, Boca y River nos generan desprecio, bronca y todo tipo de sentimientos vinculados a la antipatía. En ellos vemos el poder desmedido, la ventaja como valor, el centralismo porteño, la desigualdad sin filtro, la prensa servicial, los “barras” vip con acceso a todo, los dirigentes más corruptos y los jugadores que son capaces de traicionar a quien sea por ponerse cualquiera de las dos camisetas.

Desde nuestra mirada santafesina –con Colón y Unión como símbolos del fútbol–, nos resultan repulsivos esos tipos que lo pueden todo con el poder de la billetera o simplemente por disparar la excusa de que uno es la mayoría (la mitad más uno) y el otro la primera minoría. Palabras más, palabras menos, no hace falta hacer una encuesta en el 15 de Abril o el Brigadier López para saber qué piensan los tatengues y los sabaleros de las gallinas y los bosteros.

Sí, todo esto suena feo, hasta parece tener un pincelazo de resentimiento y complejo de inferioridad por lo que no hemos sabido conseguir, con rastros similares a la historia de nuestro país. River y Boca son como esos unitarios a los que tanto se combatía en estas tierras. Son los representantes de dos nacidos en el puerto del Río de La Plata y, como lo sigue siendo la Ciudad de Buenos Aires, a lo largo de la historia se encadenaron a la gran caja registradora del país.

Llegamos al nuevo siglo y las diferencias entre los de allá y los de acá se agrandaron, la Superliga quiere asemejarnos a ese torneo aburrido que juegan en España Barcelona y Real Madrid. Y tal como es nuestro fútbol, desde los gobiernos provinciales andan pidiendo migajas al poder central que atendió, atiende y atenderá en Buenos Aires.

“No me quite el Fondo Sojero, señor Mauricio”. “No me quite el subsidio al transporte, señor Mauricio”. “Ya le firmo el Pacto Fiscal, señor Mauricio, pero dígame cuándo va a pagar lo que nos debe, señor Mauricio”. Así andamos, pidiendo como tantas familias que fueron bajadas por un plan miserable del sistema. Bajar la cabeza y conformarse con lo que tiran Boca y River, de eso se trata.

Poder

Durante la existencia del profesionalismo (1931) las diferencias de los dos gigantes con respecto al resto se fueron acrecentando. Los gobiernos fueron generosos con ambos clubes y en la actualidad ya no tienen vergüenza de mostrarse como “los superpoderosos”. En 2016 el presidente de Boca, Daniel Angelici, amenazó con crear un torneo similar junto a River y otros clubes si no aceptaban el criterio que pretenden imponer: “Si no clasificamos a la Sudamericana, no me parece mal armar un torneo paralelo”.

El “Tano” Angelici, quizás uno de los más oscuros presidentes en la historia de Boca, cuenta con el aval de su guía, Mauricio Macri. Esa relación pintada de azul y oro es uno de los principales motivos para explicar el momento más desigual de la historia en el fútbol argentino. Tal como lo ejecuta la Alianza Cambiemos, la brecha socioeconómica se estira en la Argentina y lo mismo sucede en el fútbol.

La mayoría de los clubes viven de ajuste en ajuste, besan la lona de la pobreza, mendigan las sobras de Boca y River y ellos, a imagen y semejanza del actual gobierno, tiran las migas para que el resto se mate en el intento de no descender a la indigencia.

Y el tipo se metió
El país centralista de River y Boca por estos días nos llena de fuego a todos y, por si alguien tenía alguna duda de que esto podía pasar, el presidente Macri tiró bidones de nafta para que arda un poco más. El viernes 2 de noviembre, vía Twitter, lanzó: “Lo que vamos a vivir los argentinos en unas semanas es una final histórica. También una oportunidad de demostrar madurez y que estamos cambiando, que se puede jugar en paz. Le pedí a la ministra de Seguridad que trabaje con la Ciudad para que el público visitante pueda ir”. Y a fines de octubre, antes de conocerse los finalistas de la Libertadores, el ex mandatario xeneize declaraba: “Prefiero que gane un brasileño y no tener esa final. Van a ser tres semanas de no dormir”.

Llegaron las críticas (lógicas) de la oposición a ese deseo de Macri, le recordaron que prometió –entre tantas cosas que no cumplió– el regreso de los visitantes al fútbol argentino y le mostraron algunas postales de la realidad, de esas plagadas de miseria que no deberían dejar dormir a ningún presidente del mundo.

Prendé el televisor

Volviendo a nuestra mirada santafesina, al igual que este país tan porteño y unitario, es imposible esquivar la ola que vemos venir de River y Boca. Aunque seamos tan santafesinos como el liso y vivamos en una de las capitales provinciales con menos hinchas de los dos grandes de Argentina, la final de la Copa Libertadores nos atraviesa, no la podemos ningunear y hasta llegamos a preguntarnos internamente por cuál de los dos nos vamos a inclinar.

Nosotros, que le cuestionamos esa pertenencia inexplicable a cualquier hincha de Boca o River que habite la ciudad, vamos a caer en las garras de ese centralismo. Nosotros, que nada tenemos que ver con el olor nauseabundo del Riachuelo ni con el poder económico que rodea al Monumental, vamos a sentarnos a ver la película más taquillera de la historia del fútbol argentino.

Nos guste o no, el fútbol argentino es Boca y River y después el resto, aunque a nosotros no nos deje dormir esa frustración de no conseguir un campeonato con Unión y Colón. La historia se escribió así, como el país, desde el centro hacia la periferia.

Esta vez las luces están más encendidas que nunca, los carteles que indican el próximo y sensacional estreno están en todas las cuadras, la tele sólo habla de “eso”, las redes sociales discuten “eso” y vos, aspirador de “eses” serial, te vas a sentar a esa butaca para ver la gran película del fútbol argentino. Y con un porrón en la mesa vas a decir: “Que se maten a goles y sufran un poco, como estamos acostumbrados con Unión y Colón”.

Historial internacional

River y Boca se enfrentaron 28 veces por torneos internacionales, de las cuales 24 fueron por Copa Libertadores, dos por la Sudamericana (2014) y dos por la Supercopa 1994. Boca lidera el mano a mano con dos encuentros de ventaja. Todos los triunfos del Xeneize fueron por la Libertadores, mientras que el Millonario suma siete en ese certamen y uno en la Sudamericana. Por la Supercopa igualaron en ambas oportunidades (y se clasificó el conjunto de la Ribera por penales).

Dos finales

Boca-River solamente definieron mano a mano en dos oportunidades. El antecedente más cercano es bien recordado. El 14 de marzo, en Mendoza, el Superclásico enfrentó al Boca ganador del Campeonato 2016/17 y al River campeón de la Copa Argentina 2017. Esa final de la Supercopa que se jugó en Mendoza se impuso River por 2 a 0. Los goles fueron de Gonzalo Martínez (penal) y de Ignacio Scocco.

La otra final tiene algunos condimentos que la vuelven bien especial. El 22 de diciembre de 1976, el Millonario y el Xeneize definían el Nacional en la cancha de Racing, un escenario neutral. Las crónicas cuentan que el conjunto de la Ribera se coronó campeón tras imponerse 1-0 con un golazo de tiro libre de Rubén Suñé que tomó por sorpresa a Ubaldo Matildo Fillol.

Ese gol quedó en la historia como el “gol fantasma”. La ejecución del tiro libre de Suñé fue al mismo tiempo que Fillol armaba la barrera y así no pudo impedir que la pelota se metiese en el arco. Pero no fue al único que sorprendió: ni la transmisión de televisión ni los fotógrafos pudieron captar el momento.

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