Con todas las cartas de su ciclo económico ya jugadas, un balance del modelo Cambiemos en sus rasgos más duros muestra el retorno de la fiesta financiera junto al cierre de cientos de industrias.

El saldo del gobierno de Cambiemos, ahora que todas las cartas están jugadas, tendrá como resultado global dentro de un año una caída del producto bruto interno superior a los dos puntos –punta de 2015 a punta de 2019– y un aumento de la deuda externa nunca visto en toda la historia argentina. No sólo que el país no creció sino que fue para atrás e hipotecó su futuro ya no lejano, sino inmediato: gane quien gane, en 2020 o va al default o mendiga una reestructuración de la deuda. Todo fue para garantizar la victoria de la renta más parasitaria y la derrota del trabajo, el desarrollo y cualquier posibilidad de autonomía relativa en las decisiones económicas.

Cambiemos volvió comunes –otra vez– las conversaciones sobre estallidos sociales, largamente dejadas en el pasado. La demolición de las condiciones sociales de la gobernabilidad, la generalización de la incertidumbre cotidiana y, con ella, de las creencias más brutales nacidas del miedo –el odio matanegro, transmutado en la legalización de la doctrina Chocobar–, no son consecuencia de los errores de la gestión; son la resultante de un modelo económico que generalizó la vida sin certidumbre alguna, la angustia como pan cotidiano.

De movida el gobierno liberó la entrada y salida de dólares, sin ningún tipo de freno, mientras que a comienzos de 2016 vetó la ley que duplicaba las indemnizaciones a los despedidos. Liberación de importaciones y quita de retenciones a la renta minera y agropecuaria, desguace total de las áreas de ciencia y técnica y tasas de interés que siempre estuvieron por las nubes (y ahora están en la estratósfera) fueron firmes decisiones de la gestión, tanto como el endeudamiento externo impulsado con el único fin de contener la liberación del precio del dólar.

Que trabaje la plata

Una mina a cielo abierto o miles de hectáreas de soja al menos necesitan un poco de mano de obra. La renta financiera se multiplica sin generar prácticamente ningún empleo, extrayendo riqueza sin producir absolutamente nada para nadie, excepto para los timberos de ocasión.

Ellos fueron y serán los grandes ganadores de la era Cambiemos. El país casino, el culto a la tilinguería de los mesadineristas copó los horarios centrales de los noticieros, las revistas sobre la gente bien. A un tarambana de cabotaje como Luis Caputo se lo llamó Messi, de golpe comenzaron a desfilar estos rancios personajes como salidos de una estudiantina de country, morfándose la moneda de a grandes bocados.

Este año ya llegó en octubre a ser el de mayor fuga de capitales de la historia: casi 26 mil millones de dólares. En el camino, el Banco Central lleva vendidos la friolera de 54.109 millones de dólares sólo en 2018. Suben las reservas de golpe cuando llegan las cuotas del FMI pero la fiebre verde continúa y las reservas caen. Sin los préstamos del Fondo, ahora el Central tendría menos de nueve mil millones de dólares. El cálculo es impertinente, pero sirve para notar una realidad crucial: el Central está quebrado y en una condición real mucho más precaria que la recibida en 2015. El Fondo no restauró la confianza en nada y, lo que es peor, para nada: la deuda no tiene ningún sentido, no se traduce en ninguna obra, apenas es un pasamanos para pagar la deuda que Cambiemos contrajo desde 2016 y para sostener la fuga.

De hecho, el Central no domina ninguna de las dos variables para las cuales existe: fijar la tasa de interés de referencia y sostener el valor de la moneda. En este año, Cambiemos logró que los que jugaron a la bicicleta financiera pudieran lograr salvajes ganancias en dólares. Cambiemos devaluó en 36 meses mucho más que lo devaluado por el kirchnerismo en 12 años. Esa es otra medida de comparación bien clara.

Respecto de la tasa de interés, el punto más bajo se alcanzó a fines de 2016 y principios de 2017: 24,75%. Esa cifra ya es delirante y nociva para cualquier aspecto de la economía real, el crédito para comenzar. Sin embargo, queda benigna al lado del 73% que se clavó en octubre de este año. Con ese porcentaje el impacto para el crédito personal y chiquito, el que sostiene al grueso del comercio, se volvió masivo.

Son porcentajes de un Central que no tiene con qué pagar y que necesita absorber dinero a toda costa, primero con las Lebacs y ahora con las Leliqs. Solamente a un fundido se le puede sacar semejante cantidad de dinero por nada. Porque ese porcentaje deviene sólo de darle plata al Central. Y aún así la fiebre verde no se detiene, las compras de dólares continúan sin freno y las reservas vuelven a caer de forma vertical.

Se trata de un espiral de ganancias embolsadas por una pequeña banda de rentistas. El costo fue la devaluación, el endeudamiento y el encarecimiento del crédito. El fondo político sustancial es la reconstrucción de los lazos de dependencia dura con Estados Unidos: la deuda es un mecanismo de control transnacional.

Cero autonomía

Hay menos trabajo en la construcción, en el comercio, en todos los rubros de la economía pero, sobre todo, hay muchísimo menos trabajo en la industria. El ataque del modelo Cambiemos a la industria fue frontal y directo, el empresariado respondió como en la dictadura y el menemismo: suicidándose. Los industriales argentinos adhieren a todas las verduras emitidas desde los centros financieros concentrados con una perseverancia que da lástima o pavor. Por tercera vez en 40 años –no es un lapso tan grande en la historia– se los comieron crudos los mismos actores económicos de siempre, por tercera vez en 40 años apoyaron a sus verdugos y ahora ponen cara de “no entiendo, no sé, yo no fui”.

El desarrollo industrial encadena y organiza socialmente. Una economía desarrollada y estructurada produce otra base social y política, abre a mejores condiciones para decidir cómo se inserta un país en el escenario internacional. Atacar la industria y el desarrollo es al mismo tiempo someter cualquier independencia posible.

Cambiemos destruyó la incipiente recuperación industrial posterior al 2001. No fue algo puntual, no fue discontinuar los proyectos de punta en materia satelital –y todos los sectores relacionados a esos avances– o abrir de golpe las importaciones y reventar a los fabricantes textiles o de calzado. No fue la reducción a cero de la Secretaría de Comercio o del Ministerio de la Producción. Tampoco fue el reciente retorno a las retenciones a las manufacturas que pretendan ser exportadas. El encarecimiento del crédito fue un mazazo, pero tampoco es el factor determinante.

Desde que comenzó la era Cambiemos, según los datos oficiales del Indec, el salario real de los trabajadores privados en blanco cayó 17,4%, el de los trabajadores en públicos registrados perdió 21,5% y el de los trabajadores en negro mermó 20,3%. Es como si en 2015 no te hubieran pagado dos sueldos enteros. Y eso corre para los que tienen sueldo: la desocupación trepó al 9,6%, según el último dato, casi se duplicó respecto del 2015 y nada indica que en 2019 esa cifra mejore.

En resumen, no hay un mango en la calle. El mercado interno está completamente deprimido. Y la industria argentina, su enorme red de pequeñas empresas y todo el trabajo que allí se demanda y explota, está orientada completamente al mercado interno. Fabricamos lo que consumimos y, recién después, empezamos a fabricar las máquinas que necesitamos para poder producir. Si no hay consumo interno como motor, no hay industria posible. No es la condición suficiente, sí es la necesaria. Y no hay consumo interno.

En consecuencia, el trabajo industrial registrado cayó a niveles previos a la crisis de 2009. Es un salto atrás de 10 años, es una merma superior a la que dejó la peor crisis del capitalismo desde los años 30. Macri destruyó el 143% del trabajo registrado industrial que se creó entre enero de 2009 y el momento en que tomó el mando. Antes de que él llegase, se sumaban 899 trabajadores registrados al sector industrial cada mes. Después, perdieron su trabajo en blanco 3158 obreros industriales en blanco, por mes. En total, 107.377 trabajadores industriales registrados quedaron en la calle.

Cara y ceca

Chetos rentistas financieros y precarizados obreros industriales son los dos lados del modelo Cambiemos. Eso no va a cambiar nunca mientras el macrismo mande en la economía, al contrario: el cierre de industrias será cada vez mayor, al igual que el endeudamiento y la timba. Para eso llegó este gobierno al Estado, para restituir nuestra triste jerarquía de colonia financiera. La presencia del FMI, con su oficina dentro del Banco Central mismo, es mayor evidencia que cualquier cifra económica. Argentina repite otra vez un ciclo económico suicida cuyos rasgos son, en verdad, prácticamente idénticos una y otra vez –sea por Martínez de Hoz, Cavallo o Dujovne–, salvo por el hecho de que a medida que pasan los años los funebreros hunden cada vez más hondo al desvencijado cadáver.

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