Macri se cierra en su núcleo duro

Arrancó el año con pata ancha y terminó todo cascoteado. El gobierno y su coalición están en su peor momento, pero todavía tienen cartas de peso para el año electoral que se viene.

Patricia Bullrich y Carolina Stanley puntean en los rumores para la vicepresidencia de uno de los espacios políticos más cerrados en su estilo de gobierno desde que se tenga memoria. La crisis de 2018 demostró que poco –nada– hay en el Poder Ejecutivo de Cambiemos que no sea del PRO. Elisa Carrió y el radicalismo fungen como fuerza de legitimación o bajada territorial, o ni siquiera. El radicalismo verá en todas las provincias repetirse el cuadro santafesino: al candidato cantado de boina blanca se le interpone una boina amarilla en la interna, mientras la Casa Rosada deja hacer o coquetea satisfactoriamente con el PJ PRO. Así es mientras, por caso, el territorio no sea del interés de un dirigente nacional: ¿quién le va a discutir la candidatura a Rogelio Frigerio en Entre Ríos?

Los aliados del PRO fueron vapuleados. La defensa de los tarifazos corrió por cuenta de la UCR, con Mario Negri a la intemperie en la puerta de la Rosada; la contención patética de la corrida cambiaria fueron las desencajadas predicciones de Carrió. Tras el estallido del mejor equipo de los últimos dos años, el gabinete se disolvió. Hay que recordarlo, la malaria alarga la sensación del tiempo: este fue el año en el que desaparecieron, entre otros, los ministerios de Trabajo y Salud. Y al nuevo staff no se sumó a nadie extraño al partido oligárquico. Suena destemplado, es una descripción. Un gobierno de pocos CEOs pertenecientes a históricas familias dominantes de la Argentina rentista es un partido oligárquico. No es la primera vez que el país es gobernado por un partido de estas características, lo resonante es que pasen cerca de cien años entre una experiencia y la otra y los apellidos sean los mismos.

El plazo que se le dio al gobierno con el triunfo de 2017 cesó a piedrazos, gases y balas de goma a fines del año pasado durante la reforma previsional, la esperanza depositada en “darle un tiempo” a Macri se convirtió en decepción y rechazo. Se critican los resultados de su acción de gobierno por doble partida, como si fueran objetivos buscados por la cruza de un Maquiavelo moderno y un magnate timbero de Wall Street o como si fueran las torpezas de un cheto ignorante al que le queda muy grande el traje. Comienza el año electoral y no hay nada para exhibir sobre el bienestar de la población, que es el reverso electoralmente concreto del desarrollo económico.

Pero, se ha visto recientemente, un oficialismo puede perder una votación aún en plena bonanza. También se debe recordar que hubo presidenciales con recesiones en curso en las que triunfó el programa del ajuste, que se llamaba Convertibilidad tanto en 1995 como en 1999. Son esas ocasiones en las que los votantes niegan rápidamente la adhesión al oficialismo. “Yo no lo voté”. Voto vergüenza se le dice, y a eso va a apuntar Mauricio Macri el año que viene, mientras reparte con una mano los palos y con la otra los planes.

Bullrich y Stanley para la reelección; moral matanegro, caridad organizada y todas las poleas del republicanismo mediático y judicial operando a todo vapor y en todas direcciones. No está para nada muerto este gobierno, sobre todo si logra el espanto que el ministro Nicolás Dujovne muestra como cucarda: ser la gestión más ajustadora y mantener operativa la gobernabilidad. No caer es también una demostración de fortaleza.

Macri condensa una base del 35% del electorado, el antiperonismo que no cede y nunca cederá. Ese electorado aparentaba ilustración y racionalidad cuando se dejaba representar por el radicalismo, ahora puede ser alegremente racista y clasista; así es más potente en sus vociferaciones. Macri les dio identidad, la campaña digital del jefe de Gabinete Marcos Peña los azuza como hierro ardiente. Entre otros aportes a la paz social, este año el presidente trató de loca a su principal opositora. Sus seguidores son tildados de golpistas como si nada.

Son muchos condicionales, pero si la crisis no empeora –lo hará–, si no hay nuevas corridas cambiarias –inevitables– y si no hay imprevistos mayores –que tampoco se pueden evitar–, Macri tendrá para jugar sólo las cartas de la seguridad, la caridad social y el disfraz anticorrupción. Es poquísimo, pero puede ser demasiado.

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