A Vicky…

Tal vez pienso demasiado en la muerte. En pocos años vi como desmanteló a mi familia, y el pensamiento constante en ese acontecimiento afectó mi forma de entender hasta las cosas más banales. Aunque no quiero sonar dramático ni solemne, porque no pienso en la muerte como algo grave; al contrario, creo que con los años logré quitarle ese peso que en algún momento tuvo para mí. Tal vez no soy yo,  es el efecto de la supuesta madurez que alcancé. Claro que la idea de mi propia muerte me espanta un poco, como a todos. Pero también es cierto que, cada vez más, la muerte aparece como un horizonte tranquilizador. Creo que lo que más asusta no es la muerte en sí, sino la suspensión de la vida, la transición entre una cosa y otra, el paso entre estar sentado en un restorán o en un parque, entre hablar por teléfono o acostarse en una cama, y la desaparición.

Si me olvido de pensar en la muerte, las señoras de mi barrio me lo recuerdan. Esas mujeres mayores que avanzan lentas por las veredas, que salen sobre todo de mañana porque nunca cruzan la puerta cuando ya oscureció; esas señoras que hacen de las compras diarias un evento social, la oportunidad perfecta para encontrarse con otras vecinas y volver al búnker de sus casas con noticias frescas que les permiten sobrevivir. Hoy abrí los ojos y lo primero que escuché fue: “falleció mi hermana”. La voz venía de la vereda, dos mujeres charlaban pegadas a mi ventana. Me levanté en calzoncillos, corrí medio dormido y las espié a través de las rendijas del postigo. Una tenía anteojos oscuros y llevaba uno de esos carritos de compras. La otra lucía una especie de rodete hecho con una mata de pelo teñido de rubio. Hablaban de la muerte sin ninguna gravedad, como un trámite, algo más que debe planearse, como una fiesta o unas vacaciones. Grabé la conversación con mi celular. Señora 1 (S1): “Tenés que averiguar en Panteón San Jerónimo… en esos nichos entran seis. Están mi mamá, mi papá y la señora de mi hermano. Yo lo compré cuando murió mi mamá. Son carísimos esos nichos”. Señora 2 (S2): “Son caros, sí”. S1: “Lo compré hace treinta y dos años y me salió seiscientos y pico de pesos”. S2: “Si no está Guadalupe”. S1: “Yo tenía una compañera de tejido que al esposo lo puso ahí en Guadalupe [Ruido de un colectivo, inaudible] Pero no, es una urnita chiquita, la guardás arriba del ropero y ya está, la tenés a tu hermana, y tu hermana te va a acompañar”. Lo que más me gusta de las conversaciones sobre la muerte es que siempre terminan de forma abrupta, porque los vivos tienen algo mucho más urgente que hacer: vivir. S1: “Te dejo porque me está esperando mi hermano”. S2: ¿Cómo está tu hermano? S1: “Y… está medio perdidito”. S2: “Ay, mi amor, tan joven”. S1: “Y, cumple 79 años”. S2: “Mirá, parece menos”. S1: “Bueno, vienen los chicos y vamos a ir a comer afuera”. S2: “Lo bien que hacen”. S1: “Para sacarlo un poco”. S2: “Me alegro, mandale un besito”. S1: “Chau, querida, chau, chau”.

 

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