Memorias de la elección de Cámpora y los festejos por la libertad de los presos políticos.

La única vez que canté la marcha peronista fue el 25 de mayo del 73. Allí estábamos, en un bar de enfrente de nuestra casa de Obispo (entre Francia y Saavedra, donde vivíamos varias amigas estudiantes), emborrachándonos con los peronchos, los de izquierda, los vecinos, por la llegada de la democracia. Después de ser esperada durante tanto tiempo, se hacía concreta de la manera más hermosa y más inesperada. La liberación de los presos de la dictadura no era sólo una buena noticia para mí, pues implicaba que mi querida hermana Graciela estaba ya afuera de Devoto, en la calle, respirando el aire libre por fin.

¿Habría salido también, de Rawson, mi cuñado? Apenas nos enteramos, me fui corriendo a El Litoral con un amigo, para leer los nombres de los liberados. Y no encontraba el nombre de Tito, y dale que pasábamos la larga lista (eran más de 500) que generaba la teletipo, y nada, hasta que lo encontré justo partido en dos y respiré aliviada. Estaban todos.

Después vendrían los relatos de ese día glorioso, y la entrevista del Paco Urondo a los sobrevivientes de Trelew, y las fotos de Alicia Sanguinetti que casi por casualidad tenía una cámara donde se veía la febril actividad de los presos casi arrancándose a ellos mismos de la prisión, mientras afuera miles y miles los alentaban. Porque, si bien se había hablado de una amnistía, no se había dicho concretamente cómo se llevaría a cabo. Pero la memoria de la masacre de Trelew estaba muy cerca y el hastío después de tantos años de dictadura animó al pueblo a partir rumbo a lo que se llamó el Devotazo.

Dos de mis hermanos, apenas se supo la noticia, partieron a Buenos Aires, y yo, desconectada de mi familia, quedé en Santa Fe, festejando a pura risa y vino esa tremenda alegría.

Un par de meses duró la primavera camporista. Por todos lados la euforia hacía estallar conflictos largamente contenidos, hasta que Perón volvió.

Yo no lo había votado a Cámpora. Ese día, acompañado por los presidentes de Cuba, Dorticós y de Chile, Allende, el nuevo presidente había saludado al “sufrido y valiente pueblo vietnamita;” y había expresado la solidaridad del nuevo gobierno con las luchas antiimperialistas del mundo.

Yo había votado en blanco. Una cosa era cantar la marcha, y otra, muy distinta, era entender de qué se trataba ese momento histórico. Que no era cualquiera; era la democracia camporista.

Estuve, en estos días, revisando la historia argentina y las propuestas de voto en blanco de aquella época. Cómo Santucho, desde el 71, en una carta a su compañera, le dice que “Rechazar en principio la elección y adoptar el boicot antes de que estén definidas las situaciones concretas es un punto de vista anarquista, ultraizquierdista, típicamente pequeño burgués, que nuestro partido en este momento está expuesto a sufrir”. Obviamente, la palabra “ultraizquierdista” señala que el Robi había leído muy bien el texto de Lenin “Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”- Ganó el militarismo, por decirlo rápido, y votaron en blanco, pero fue un proceso de discusión y de lucha internas muy complejo.

Uno de los pocos grupos de izquierda que no votó en blanco fue la FAL 22 de agosto, que dijeron “votamos el 11 de marzo al FREJULI entendiendo que su triunfo crearía mejores condiciones para profundizar la lucha y organización populares”.

Luego me acuerdo de la primera vez que fui a votar en el 83, con la hija de pocos meses, y tanta pero tanta felicidad de ser consciente de mi protagonismo como ciudadana argentina en el acto de votar, después de otra dictadura sangrienta. Y me da un poco de pena la piba que había votado en blanco 10 años atrás, tan arrogante en su ignorancia, festejando algo que no había propiciado.

Pero, claro, ¿cómo comparar? Nadie diría que lo de Macri es una dictadura.

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