La unidad y la fragmentación, procesos paralelos que comenzaron en 2015. El contexto nacional y su impacto en el electorado. La comparación de las campañas. La seguridad y el cambio de manos de Rosario. Una evocación de la última contienda presidencial.

“Fueron 40 mil votos nomás”, pensó Omar Perotti. Esa frase la repitió muchas veces después del 14 de junio de 2015 delante de aquellos compañeros que –sabía– habían apelado al voto útil en favor de Miguel Lifschitz y en contra de Cambiemos. Fueron 40 mil votos nomás, con un peronismo partido. Solito el Frente Renovador levantó más de 70 mil votos en esa elección. Hace cuatro años, la construcción de la unidad peronista dejó de ser un horizonte para las declaraciones y pasó a ser destino práctico y concreto. Los oficios fueron, sobre todo, del presidente del partido, Ricardo Olivera.

Al toque el peronismo supo que ese era el camino: en octubre, para las elecciones nacionales para el Senado, Perotti ganó con 616 mil votos. El Frente Progresista se había llevado pocos meses antes la Casa Gris con 584 mil votos. El derrotado para el Senado fue Carlos Reutemann. Ese también fue el sello final del cambio de jugadores en el justicialismo.

Antonio Bonfatti acompañó a Miguel Lifschitz casi a la mayoría de los actos de la campaña 2015. Fuera de Rosario, el ingeniero era un desconocido. Días antes de ese 14 de junio, en el Frente Progresista existía un temor seguro de que Miguel Torres del Sel iba a ganar. Con el triunfo puesto, poco a poco comenzaron a borbotear los signos de una interna feroz. El espacio se desmoronó y hoy tiene un futuro y unas figuras completamente distintas a las de hace pocos días. Cuatro años después, ni siquiera hay una foto conjunta de los principales dirigentes en la derrota, casi que ni se mencionaron en las declaraciones.

Primero fue la partida de José Corral hacia Cambiemos, después fue la falta de una estrategia alineada: o se arma un candidato nuevo o se va a la Reforma Constitucional. El Frente Progresista estuvo pujando de forma pareja en ambas direcciones opuestas durante poco más de tres años. Las fisuras se veían desde hace mucho. El resultado de las primarias en el bastión fue el cimbronazo que terminó de desacomodar a la fuerza: ni siquiera en Rosario quedan referentes fuertes de la vieja guardia.

Tras las Paso del 28 de abril, la única pregunta relevante era ¿cuántos votos de María Eugenia Bielsa quedarán en Juntos? Quedaron todos. El 18 de mayo CFK publicó su video, nominado como candidato a presidente a Alberto Fernández. La principal dirigente del peronismo cedió su lugar histórico en razón de la victoria contra el macrismo. En ese gesto se bordó la última puntada de la unidad provincial del peronismo. Todos los votantes y líderes kirchneristas que defenestraban públicamente a Perotti muy (muy) poco tiempo atrás no votaron el domingo 16 motivados por la obediencia –en la óptica brutal del antiperonismo– sino por la imitación. La jugada de CFK devolvió la esperanza de un nuevo gobierno nacional. Cada imprescindible voto kirchnerista fue una repetición de ese renunciamiento. Por eso no importa qué postura personal tenga el futuro gobernador de cara octubre, es su electorado decisivo el que se la indica en las urnas y, también, en la calle.

El peronismo construyó una unidad y una voluntad más fuerte y eligió un adversario que aglutina mejor y da más sentido, al ubicar el capítulo local en la serie que lleva hacia octubre. Asumió lo que tenía y lo explotó al máximo. El socialismo perdió a su principal socio político, después se devoró en su interna y luego volvió a elegir como adversario al pasado. El Frente Progresista gobernó 12 años: el pasado está muy atrás, tanto como el 2001 lo estaba para Daniel Scioli.

Andar despreocupado

El ciclo de 12 años del Frente Progresista transformó la provincia. La infraestructura construida es impresionante: acueductos, desagües, hospitales, escuelas, centros de salud y de cultura. Los avances en derechos laborales y sociales eran quimeras en el comienzo del siglo. Los docentes cobran muy bien y tienen estabilidad, el laboratorio público produce misoprostol, los talleres culturales y de oficios en los barrios son una constante. No hay represión en las marchas masivas. Nada de eso existía antes del Frente Progresista.

Lo que no ponderó el Frente Progresista fue el humor de las personas. Sus preocupaciones. Hasta el 10 de diciembre de 2015, el gobierno provincial tuvo el gran beneficio y empuje de una población bien comida y con ansias de crecer. Para empezar, no tenía la angustia de quedarse sin trabajo.

Las políticas públicas de Cambiemos crearon un electorado hastiado en una provincia que tiene la menor cantidad de empleados públicos por habitante, un dato que utilizaba el Frente en campaña y que sirve para advertir la fragilidad en la que se encuentran los santafesinos ante las tempestades del macrismo. Quince obras públicas no sacan el hambre.

Hasta la elección del 16, todos los oficialismos provinciales triunfaron en sus pagos. Tal es la resonancia de la victoria de Perotti. El gobierno provincial no fue visto como reaseguro contra la malaria de Cambiemos más por sus declaraciones y actitudes que por sus acciones. Abarajaron como propias muchas de las políticas que el macrismo rasuró del Estado kirchnerista. Pero el único dirigente que tuvo un perfil alto de crítica a Macri fue el actual diputado nacional Luis Contigiani, cuando era ministro de la Producción. Después, hubo alabanzas y fotos bastante repartidas. Patricia Bullrich recibió la mayor cantidad y variedad de halagos.

Pese a la cabal conciencia que desde el principio Bonfatti y su equipo tenían respecto de los desastres económicos que iba a traer Cambiemos, los cañonazos no se hicieron sentir. Mucho más antiperonista, Lifschitz a veces hasta parecía cómodo al lado de Macri. Contra toda una biblioteca que lo explica y una experiencia histórica que lo ratifica, acaso hayan creído que esta vez el neoliberalismo iba a funcionar de otro modo. La engañosa foto de 2015 y 2017. En todo caso, y para sintetizar: mientras Macri reventaba el cordón fabril y sacaba el asado de las parrillas villeras, el gobierno socialista seguía machacando sobre la corrupción y defenestrando al kirchnerismo. Le debía el andar despreocupado del electorado que lo acompañó en 2007, 2011 y 2015, pero, aún mientras en los barrios CFK es estampita, no se guardaron de llamar a votar en blanco en octubre.

Sobre esa situación material pura y dura Omar Perotti ganó en Rosario y San Lorenzo, dos departamentos decisivos para su victoria. Concentró mejor el miedo a la crisis macrista y la esperanza de terminarla en una construcción nacional.

Los Monos

¿Habrá conjeturado Andrés Larroque el peso del neologismo “narcosocialismo”, lanzado en una sesión de Diputados a fines de 2012? Fue una mancha venenosa que el Frente Progresista jamás pudo disolver. La violencia organizada de Rosario es la base real por la que ese término encontró raíces para perdurar y crecer. En la ciudad más grande de la provincia no es anormal que se revienten a balazos en el centro. Los negocios turbios llegan a asombrar a los nativos de esa tierra de mercaderes, que tiene una de las historias delictivas más largas y profundas del país.

Antonio Bonfatti fue el gobernador de la ola de homicidios en Santa Fe y de la semana de paro policial. José Corral también planteó como eje de su campaña a la seguridad, Bonfatti recibió en ambas costillas los golpes. Y Perotti fue totalmente claro en ese punto, con una de las mejores piezas de propaganda de toda la campaña. “Ahora la paz y el orden” es una consigna inquietante, pero coherente con el candidato y directa para un problema de la época que el gobierno provincial nunca pudo desanudar. Además, Alejandra Rodenas le aportó ese plus de ser “la jueza que puso presos a Los Monos”.

Perotti se hizo fuerte en el punto más complicado, la seguridad, prometiendo cosas asequibles: que todo volverá a ser como antes, que habrá jefes de policía fuertes y que los policías se saludarán con los vecinos.

Bonfatti era la continuidad, pecó de no poder despegarse de eso. La expresión más reiterada en su discurso fue “vamos a seguir”: ahí no hay nada nuevo en el futuro. Perotti le respondió “Vamos a continuar lo que está bien”. Esos fueron lances del debate televisado, que condensaron una campaña que pareció casi calcada respecto de las presidenciales de 2015, otra elección de cambios. El aspirante sólido, con mejor campaña y con el olor a nuevo de quien no ha pasado por un Ejecutivo; el defensor muy fragmentado, con una campaña ni siquiera ordenada en su imagen, con los errores de 12 años a cuestas y los aciertos pasados puestos por delante, sin mayores novedades para tentar.

¿Qué puede llegar a hacer Perotti con el gobierno? Así como ahora todos los datos que muestran su camino a la victoria se pueden leer ordenados, como si siempre hubieran estado a la vista, también los rasgos de la futura gestión están en la superficie del pasado y el presente. Pero eso es tema de otra nota.

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