Corré el palito: el siglo XXI es el XIX

El acuerdo con Europa que firmaron los líderes del Mercosur sólo beneficia a las potencias. Un detalle de lo que ya se conoce (gracias a lo que publicó la Unión Europea)

Demoraron más de 20 años en poder establecer sus términos, hasta que se dio una combinación: Jair Bolsonaro y Mauricio Macri. Obtuvieron lo buscado: proteger todo lo posible su sector agrícola, levantar toda defensa del sector industrial sudamericano.

Basta leer qué se dice en los comunicados oficiales de la Unión Europea, que no dejan de advertir cómo este primer entendimiento tiene que pasar por el cedazo de los parlamentos nacionales, para dimensionar la gravedad del horizonte que se abre. No se trata de negar los potenciales beneficios de un acuerdo comercial, se trata de observar que si se demoró tanto fue porque la Unión Europea no cedía en ciertos puntos que reclamaba el Mercosur y que, sencillamente, ahora dejó de reclamar. Las declaraciones de los principales jefes del entente europeo expresan algarabía, sobre todo aclarando que las importaciones agropecuarias serán miradas con lupa:

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker: “Es el acuerdo de libre comercio más grande que haya hecho la Unión Europea”.

La Comisionada de Comercio, Cecilia Malmström: “Este acuerdo le permitirá a las compañías europeas ahorrar cuatro mil millones de euros en la frontera –cuatro veces más que lo logrado en nuestro acuerdo con Japón–, lo que les dará un punto de partida superior ante cualquier competidor del resto del mundo”.

El Comisionado para la Agricultura y el Desarrollo Rural, Phil Hogan: “Nuestros distintivos productos agroalimentarios ahora tendrán la protección que merecen en el Mercosur, con el sostenimiento de nuestra posición de mercado y el crecimiento de nuestras oportunidades de exportación”. “Solamente nos abriremos a productos agropecuarios de Mercosur con cuotas muy cuidadosamente establecidas, para cuidar que no haya riesgo de que ningún producto inunde el mercado europeo y ponga en riesgo la forma de vida de los campesinos europeos”.

Hasta aquí, se puede desconfiar de los dichos de las autoridades. Los pocos puntos duros publicados del acuerdo dejan en claro que, de implementarse, volveremos al tiempo en el que exportábamos cuero al Reino Unido para luego importar las boleadoras confeccionadas, el siglo XIX.

La web de la Unión Europea señala que se removerán las barreras arancelarias de diferentes productos industriales. Para Argentina, significan casi la lisa y llana demolición del sector. Ya de por sí no se produce demasiado localmente –nos salen bien algunas autopartes, caramelos, tubos de acero–, con este acuerdo directamente se le puede decir adiós a sectores que están agonizando, como el calzado o los textiles. Pero además, nuestro principal comprador de manufacturas, Brasil, también estará abierto al aluvión europeo. Perdemos por lo que ingresa a Argentina y también por lo que ingresa a Brasil.

En concreto, se le quitarán aranceles a los autos (35%), autopartes (14 al 18%), maquinas y herramientas (14 al 20%), químicos (18%), ropa (35%), farmacéutica (14%), zapatos de cuero (35%), textiles (35%).

No contentos con todos esos beneficios, también ofrecemos desde el Mercosur la quita de los aranceles que resguardan la agroindustria local. Dejaremos de cobrar impuestos por el ingreso de vino (27%), chocolate (20%), whisky y espirituosas (20 al 35%), harináceas (16 al 18%), duraznos en lata (55%), refrescos (20-35%). De particular sensibilidad para nuestra región: los lácteos, que pagaban un 28% de arancel, cruzarán libres desde el Viejo Mundo.

Que quede claro: es el Mercosur el que levanta esas barreras arancelarias que protegían a nuestro entramado de industrias locales. Ahora Manaos competirá con la Manaos polaca y el Audi que nunca vas a tener saldrá un 35% más barato. En total, se quitarán aranceles al 91% de las exportaciones que hace la Unión Europea al Mercosur. Es una avalancha que, además, afecta al erario público de la región, tal como bien estima la autoridad europea.

En total, unos 357 productos de la agroindustria europea estarán protegidos. Son aquellos que se conocen como productos con denominación de origen (Champagne, Roquefort, Whisky Irlandés, Jamón de Jabugo). Las reglas de seguridad alimentaria de la Unión Europea no serán removidas ni cambiadas. Cabe destacar que esas reglas siempre fueron usadas para detener las exportaciones locales, a veces sin mayor sentido, otras veces con razón. Ciertos hormonados que se usan para aves de corral, antibióticos para las vacas y agrotóxicos para cereales ya están prohibidos en varios países de las Unión Europea. No es algo menor si se considera que la “ganancia” en el acuerdo radicaría en incrementar las exportaciones de soja, maíz, trigo, aves de corral, carne vacuna o azúcar, productos que ya pusieron en guardia a los agricultores del Viejo Mundo, pese a que las autoridades les prometieron “cuotas”. Como es de esperarse, los campiranos europeos tienen más consciencia de su lugar en el esquema productivo de los industriales sudamericanos, sobre todo los argentinos, cada vez más maltrechos tras sobrevivir milagrosamente a sus tres intentos de suicidio en masa (1976, 1989 y 2015 a la fecha).

Las empresas contratistas del Estado de Europa podrán competir con las locales. Esto estaba prohibido. Ahora, estarán en exacta igualdad de condiciones para incorporarse a las licitaciones de obra pública. El acuerdo también prevé el fortalecimiento del derecho de patentes, lo cual afecta directamente a la agricultura y la producción de medicamentos genéricos. Otro punto más: la flota europea podrá circular libremente en mares y ríos internos del Mercosur.

Los derechos a participar en licitaciones públicas, reclamar patentes, presentar productos con denominación de origen o mover la flota de aquí para allá también corren para las firmas argentinas. El tema, claro, como en todo el resto del acuerdo, es cuántas empresas argentinas y cuántas europeas están a la misma altura.

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