Una vez, no hace mucho, cuando mi gorilismo (odio irracional al peronismo que yo ya empezaría a llamar "peronifobia") no me dejaba pensar libremente y me llevaba a quejarme de que la gente pudiera comprarse televisores en cuotas para poder ver el Mundial de 2010, una amiga kirchnerista me dijo: "Al final, lo que te molesta es que el otro pueda tener derecho a disfrutar de lo mismo que vos".

Esa respuesta, aunque mi amiga no lo sepa, caló hondo. A mí lo que me jodía era que el otro tuviera lo mismo que yo. Y para peor: yo lo seguía teniendo, y cada vez tenía más. O sea, que el otro tuviera un porcentaje de lo que yo tenía casi por "derecho natural" a mí no me perjudicaba en nada. Sin embargo, estaba mal. ¿Por qué? Solo la meritocracia podría explicarlo. Y no cualquier meritocracia, si no la de un pequeño burgués que heredó un techo. Es decir, de un tipo con derechos heredados y no conquistados.

Hoy, que me toca estar más o menos del otro lado, observo con más atención publicaciones y reacciones de personas que, sin querer que siga Macri en el gobierno, lamentan que ganara el peronismo. ¿Por qué? Básicamente, creo que por peronifobia: en la esencia de todos los males que aquejan al país, está Perón. ¿Cómo? No lo sé, Rick. Pero lo está. Incluso, Juan Bautista Alberdi fue convocado para fundamentar que ya en el siglo XIX el problema de la Argentina eran los garralapalas, representado en la célebre pintura gauchesca del Martín Fierro, un desertor choriplanero hecho y derecho, que de casualidad no fue Gauchito Gil.

Al peronchismo se lo acusa de todo lo malo. Es un movimiento omnipotente que, para todo lo malo, siempre está listo. Qué endiosamiento tan selectivo, ¿no? Y como prueba irrefutable de ello siempre se menciona a Carlos Saúl de Anillaco, que vendría a ser como el Tren Urbano de Santa Fe: el chivo expiatorio perfecto para recibir palazos. Sin dudas, el riojano está en mi top 3 de peores presidentes democráticos de la historia, junto a Fernando De la Rúa (22 asesinados en un estado de sitio, aumento de la pobreza y la desocupación a escala ridícula, corralito para salvar al capital financiero quitándole ahorros a la clase media y sanción de una ley de flexibilización laboral mediante el pago de coimas vía cajero automático) y Mauricio Macri. Los tres son peronistas, claro.

Pero y entonces, si es tan malo, ¿por qué la gente lo sigue votando? La respuesta es, siempre, la ignorancia del pueblo al que se le dio de comer sin enseñarle cómo ganarse la comida. Alfredo Casero denominará a estos votantes “Pueblo de opas”. Sí, resulta que ahora la gente que prefiere no tener problemas de dinero en un mundo capitalista de consumo donde quien más tiene mejor la pasa es ignorante por votar a quienes le pueden llegar a garantizar al menos un pequeño acceso a ese mundo. Siempre que el peronismo gana una elección es culpa de la ignorancia. El pueblo, cuando vota al peronismo, no sabe votar. Que un empleado de comercio, clase media que alquila y viaja en bondi a laburar todos los días, vote a Macri sin ser sojero o inversionista financiero no es un mal voto. No, el empleado votando a la patronal es "votar bien" porque no vota al peronismo. Tiene la integridad moral de, a pesar de ser un esclavo de un patrón, no votar por el choriplan. No me nieguen que no hay todo un mantra de superioridad moral en aquellos que, autoproclamados progresistas, no votan al “populismo” peronista porque, porque… bueno, porque chorros son solo los peronistas, está claro.

Yo no creo en la dicotomía “votó bien / votó mal”. Si eso existe, no es algo de lo que me vaya a preocupar. Lo que yo creo es que, al final de cuentas, votamos a lo que más conveniente creamos para nosotros y el mundo. El voto, en definitiva, apunta a hacernos sentir cómodos y felices: votamos lo que queremos votar para un fin determinado. Porque de lo que se trata es de ser felices, viviendo entre gente que es feliz también. Y cuando más seamos las personas felices, mejor va a ser el mundo.

¿Qué tiene de malo que la gente que más jodida la tiene tenga nuevas oportunidades sin quitarnos las nuestras? Porque, digámoslo, esas personas a nosotros no nos quitan derechos, trabajo, educación, salud, ni nada. Es algo que yo ya tengo y seguiré teniendo y que, gracias a determinadas políticas públicas, voy a compartir con más personas. ¿Eso no debería hacerme sentir feliz? Si no quiero vivir rodeado de gente feliz, ¿dónde quiero vivir?

Y bueno, en un mundo real, material, de posibilidades reducidas, de política partidaria casi dicotómica (peronismo / antiperonismo), son los peronistas los que me ofrecen un mundo mejor al que es posible acceder. Yo ya no voto más pensando en un mundo ideal, platónico y plenamente racional como el kantiano. Son mundos que no existen ni existirán jamás. Solo sirven como entes regulativos. ¿Y saben qué? Hasta en esos ideales, el mejor mundo es el mundo con más personas felices.

Y si el peronismo, ante un panorama desolador, me ofrece la posibilidad de no seguir padeciendo y de poder ser feliz de manera más fácil, ¿por qué le voy a decir que no? ¿Por qué no querer hacer sacrificios es de ignorante? ¿Por qué tengo que sufrir para gozar? ¿Cuánto sufren los que decimos que los otros tienen que sufrir más para tener lo que yo tengo? Como dice el rapero Wos: “No hace falta gente que labure más, hace falta que con menos se pueda vivir en paz”.

Tal vez, cuando el odio se disperse y nos permita sentir empáticamente el bienestar de los demás, podamos pensar que cuando hay políticas públicas que garantizan educación, salud y un sistema previsional inclusivo de lo que se trata, al final, es de poder ver a Messi en Full HD, tomarse una caipirinha en alguna playa de Brasil o tener el celular deseado o comerse un buen choripán. Y sentirse feliz de poder hacerlo. Y de que muchos o todos lo puedan hacer. Y si eso es ser peronista… bueno, sucumbiré ante sus encantos terrenales.

Un solo comentario

  1. Intetesante visión.... da para el debate...
    Bueno sería que firmes la nota con nombre y apellido...
    costo mucho la democracia... para ocultarse detrás de un seudónimo....
    Viviana Agusti

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