Arte Gráfico: Manuel Manso.

Con la experiencia de 2015 a cuestas, la compulsa promete dar un resultado ya en octubre.

Sentado en el departamento de la diputada, el narcotraficante habrá respirado cansado. En el living color almíbar quizá haya tomado un café bueno, con masas secas, antes de ponerle al candidato a gobernador del oficialismo en la principal provincia del país un mote que nunca más iba a poder limpiarse. “La Morsa es Aníbal”, dijo José Luis Salerno ante Jorge Lanata, el operador estrella del Grupo Clarín. Después del servicio se lo llevaron de vuelta al penal de General Alvear, donde todavía paga una perpetua por el triple crimen de General Rodríguez.

Antes de ponderar cualquier encuesta y de exponer la lógica de cualquier tablero electoral posible, hay que detenerse en esa escena. En 2015, Cambiemos sacó de una cárcel de máxima de seguridad de Buenos Aires a un asesino convicto, lo llevó a la casa de Elisa Carrió –y a través de Canal 13 a la mesa de millones de argentinos– y luego lo devolvió a su celda, con el único fin de que diga una mentira absoluta, según consta ya en más de una sentencia judicial, en función de la campaña para lo que era una débil candidata que nunca siquiera alcanzó el 40% de los votos de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.

Nunca nadie se hizo responsable de ese conjunto de delitos, que fueron cometidos sin que se contara con el manejo de ninguno de los hilos del Estado.

Ahora Cambiemos sí maneja el Estado nacional y el de los dos principales distritos electorales del país, junto con sus servicios represivos y de inteligencia y la mayor parte del Poder Judicial, que actúan de forma coordinada y unificada. Los candidatos del gobierno evocan, en sus discursos, que están cumpliendo una misión histórica de salvación nacional. El presidente dice “Yo estoy acá” en sus propagandas, como si estuviera haciendo un favor y un sacrificio.

Por primera vez desde que existe el voto secreto y obligatorio, el partido oligárquico se hizo del poder. Cambiemos –o su corazón, el PRO– es como un animal que probó por primera vez sangre humana. Están más cebados que nunca porque nunca tuvieron tanto, nunca perdieron –en el 2003 no ganaron la elección municipal, pero no tenían el poder en las manos– y nunca siquiera estuvieron ante la posibilidad concreta de perder.

Esa voracidad, esa arrogancia, ese desprecio y esa desesperación es lo primero que se debe considerar si se quiere hacer alguna figuración de las próximas elecciones y su correcto funcionamiento.

Todo a la primera

Dejar de lado las encuestas: las que se publican forman parte de la campaña, las que no, se desconocen. El punto de comparación es el tablero de 2015 y sus modificaciones históricas.

Tras la elección perdida, la oposición tuvo un aprendizaje que Cambiemos ya tenía por su experiencia capitalina: en el ballotage gana el rechazo, en la elección general, la adhesión. Aprendió además otra cosa: entre las primarias y la general no se puede dormir la siesta, entre las primarias y la general puede no haber demasiada diferencia de votos (como le sucediera en 2015).

En un marco de polarización desatada, las primarias oficiarán como si fueran las elecciones generales y las elecciones generales serán el ballotage. Con el antecedente de Daniel Scioli, la oposición apuntará en esa dirección, el ballotage es demasiado riesgo. En 2015, con el voto antimacrista más decidido se hubiera podido ganar en la primera y no perder en la segunda. El camino a recorrer para la oposición comienza, entonces, con una apuesta fuerte en estas primarias.

Mientras tanto, el oficialismo continúa con su postura discursiva de siempre: ser la oposición de la oposición. El kirchnerismo es el enemigo elegido, se lo construye directamente como fuerza fuera de la democracia y la legalidad. Esa virulencia no sólo le dará el color a estas elecciones. Gane o pierda, lo que cada vez más se constituye como una representación política colonial de Estados Unidos seguirá actuado del mismo modo en agosto, octubre y también después de diciembre.

Huele a pobreza

Macri perdió su olor a producto nuevo, a estrenar. En 2015, buena parte de los votantes de Cambiemos realmente creyó que Macri no venía a hacer lo que la historia argentina y su trayectoria personal anunciaban a los alaridos que iba a hacer. Quien siga creyendo en las promesas de Macri en realidad está buscando un fundamento para una decisión que ya tiene tomada de antemano. Cambiemos es esto que pasó en estos cuatro años, todos los votantes ya lo saben. No tiene nuevas esperanzas para dar, apenas puede sacudir un puñado de terrores. El artilugio de CFK, al correrse de la presidencia, es el de haber generado una nueva esperanza y el de haber amortiguando al menos un poco los temores que para cierto electorado produce su presencia.

No cierra la grieta, abre una esperanza y disuelve un miedo

Las divisiones

En 2015 el voto peronista fue partido en dos, con Daniel Scioli y Sergio Massa como candidatos. Lo mismo pasó en la provincia de Buenos Aires, donde además se superpuso la interna del kirchnerismo con los intendentes del Conurbano: Martín Sabbatella no podía ser digerido por ningún viejo jefe territorial peronista. Por último, la construcción de una propuesta nueva, pero de continuidad –llámese sciolismo– se topaba inmediatamente con la dificultad de ubicar a CFK y sus huestes propias en algún lugar.

Cuatro años después, el peronismo fue unido en casi todas las provincias, pegó el batacazo en Santa Fe y marcha completamente abroquelado a las nacionales. Los artífices de esa unidad son justamente quienes integran la fórmula presidencial. Al ceder su lugar, CFK invitó a repetir el gesto en los votantes peronistas.

A la inversa, al oficialismo le rascan votos por derecha. ¿Cuántos puntos serán? No importa. Todos, todos esos votantes son de Cambiemos. Por más mínima que sea, la suma de lo que pierda en manos de José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión (si supera las primarias) puede producir un daño irreparable en las generales. Terraplanistas de la economía, celeste católicos duros y parte de la "familia" de la seguridad tienen dos buenas opciones de voto en esas direcciones.

Por último, está Consenso Federal 2030. Aquí corre una consideración ya hecha. Votar a Roberto Lavagna sabiendo que Cambiemos puede gobernar cuatro años más es, prácticamente, votar por Macri. Eso no quiere decir que no haya votantes de Lavagna que opten por Fernández en un eventual ballotage. Sólo significa que son la minoría.

Como tendencia general, quien no vota la fórmula de les Fernández de una (y ya en las primarias) votará a Macri o en blanco en el ballotage. Tampoco el peronismo pierde votos por izquierda. Los votos del FIT son los mismos (o menos) que en 2015. Nunca los tuvo el peronismo ni el macrismo. No obstante, también allí hay una minoría que es plenamente consciente de las diferencias entre las políticas represivas de ambos modelos. Serán todos lo mismo, pero ya no tanto.

Anormaaalidad

La provincia de Córdoba fue decisiva en todo el proceso electoral de 2015. Allí Cambiemos obtuvo un 53% de los votos en las elecciones generales y un fenomenal 71% en el ballotage. Ambos resultados son excepcionales en la historia electoral, sobre todo en distritos grandes. El resultado en Córdoba fue el que volcó la elección. El macrismo sacó una luz de distancia próxima al millón de votos. Es una parva, considerando que el ballotage se decidió por poco más de 600 mil votos de diferencia.

Sustentada en un complejo tejido de pequeñas y grandes empresas privadas, Córdoba recibió un fuertísimo impacto por las políticas económicas oficiales. Es muy poco probable que Macri pueda renovar los porcentajes obtenidos hace cuatro años en esa provincia.

El distrito decisivo

CFK perdió por muy, muy poco en 2017, cuando Cambiemos estaba en su pico de popularidad. En dos años, el gobierno desbarrancó y la provincia de Buenos Aires sufrió duramente los efectos de la crisis. El Conurbano –que tiene el mayor peso electoral propio a nivel nacional– tiene astronómicas cifras de desempleo y cierre de empresas. Y CFK sigue siendo candidata.

¿Tiene Axel Kicillof las mismas dificultades que tuvo Sabbatella? Cuando Miguel Pichetto –el vice que no suma ni estructura, ni votos, ni fiscales– lo tilda de "comunista" está buscando que las tenga. El candidato a gobernador tiene otra historia, actúa distinto y, además, lleva como vice a una dirigente salida de la entraña más profunda del peronismo bonaerense.

¿Esperanzas fuertes de qué cosa, señor presidente?

En 2015, la pésima gestión de Daniel Scioli se reveló en los resultados de las elecciones provinciales y, también, de las nacionales. Su provincia le dio la espalda. En su tiempo, la gobernación de Scioli no tuvo el mismo blindaje comunicacional que tiene la de María Eugenia Vidal, pero tampoco estuvo taaan lejos. No hay mohínes que alcancen si faltan los remedios y las escuelas estallan.

Sirva ese dato para analizar los resultados por venir en lo que parece la contienda más ajustada. Una luz significativa en las primarias en favor de Kicillof le daría mucho gas a la fórmula de les Fernández hacia las generales. Su triunfo en las generales sería decisivo en el caso de un ballotage.

Plata y fierros

A diferencia de 2015, el oficialismo cuenta con el apoyo cerrado de casi la totalidad de los medios de comunicación, que hace cuatro años también hacía periodismo de guerra, pero desde el otro lado de la trinchera. La prensa argentina está dejando los fenómenos de censura y propaganda de los tiempos de Malvinas y la dictadura como hechos menores de la historia del periodismo nacional. Lambiscones sin freno, bufones sin destreza, fascistas sin gracia, brutos sin inocencia, periodistas y conductores, más atildados o más grotescos, integran una nueva forma de empresa simbólica, el medio gubernamental, que desde el sector privado hace más y mejor oficialismo que un medio estatal y público. Van ya 12 años corridos de degradación del oficio.

Sobre esta inundación de apapachos y silencios sobre el gobierno, el apoyo irrestricto de la metrópoli a sus lacayos virreinales. El FMI financia la campaña electoral de Juntos por el Cambio, el propio presidente lo reconoció de ese modo durante la visita del secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo.

Con semejante respaldo, poco importa la capacidad superior que efectivamente tienen a la hora de armar campañas en las redes sociales (con cuyas empresas transnacionales trabaron acuerdos, ayer y hoy).

Encinchados

El estallido económico está contenido por pura falopa financiera. Al primer grito de ahura vuela la tapa de la olla a presión. Ese grito puede cuantificarse rápido. Si la oposición gana en agosto en la provincia de Buenos Aires y si les Fernandez sacan 42% o quedan a una diferencia superior a ocho puntos respecto de Mauricio Macri, agarrate Catalina porque el dólar tiene aguantar encorsetado durante los más de dos meses largos que hay hasta las generales de octubre.

Para que eso no suceda, Macri tiene que repetir el 11 de agosto su elección en Córdoba, tiene que ganar bien en Buenos Aires y, además, tiene que generar un atractivo electoral que supere el odio que rezuma constantemente y la realidad de un ajuste fabuloso. Si lo hace podrá encaminarse, luego, al ballotage.

Si se desata la crisis, obviamente cambian todas las reglas de este escenario. Pero si no se desata, el gobierno puede mostrar rasgos de solidez, recuperar aire, tener un nuevo brío hasta octubre. En la semana del lunes 12 de agosto ya tendremos indicios de cómo se baraja la nueva mano.

Un solo comentario

  1. excelente análisis. pero lamentablemente la columna arranca con un error fáctico: el entrevistado en el living de Carrió no era Martín Lanatta sino José Luis Salerno. A Lanatta lo entrevistó Lanata en la cárcel en la que cumplía su condena (autorizado por quién? esa es otra historia).

    sería genial si lo pueden corregir, para poder compartir el análisis que, repito, es excelente!!!

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