Una investigación de la UNL pone un ojo sociológico en los relatos de distintas víctimas.

El sociólogo Ernesto Meccia es profesor de la Universidad Nacional del Litoral y de Universidad de Buenos Aires. Actualmente dirige una investigación denominada “Sufrir. Un estudio comparativo de narrativas sobre vulnerabilidad social en contextos de subjetividades líquidas”. Junto a un numeroso grupo de estudiantes y docentes, estudia los testimonios de personas de Santa Fe que atraviesan situaciones de sufrimiento a causa de privaciones, humillaciones, violencias o perturbaciones.

En diálogo con Pausa, Meccia presenta algunos de los resultados y hallazgos que obtuvo en los últimos dos años ¿Qué dice la sociología sobre el sufrimiento de las personas? ¿Cómo se manifiesta el sufrimiento personal? ¿Cómo funcionan las instituciones que las tratan?

La construcción del dolor

—Uno supone que el sufrimiento personal es un área de estudio de la psicología, ¿qué mirada tiene la sociología sobre este tema?
—Nosotros hacemos un estudio sociológico del sufrimiento. Pensamos que el hecho de sufrir tiene una doble valencia. Por un lado, es cierto que refiere a una cuestión individual (solamente quien sufre sabe por lo que pasa). Pero, por otro lado, cuando sufrimos sentimos la necesidad de comunicarlo. Muchas veces queremos contar ese dolor, describirlo. Y esa comunicación tiene muchos recorridos, no es automática, y puede ser colectiva o individual.

—Pero antes de contar un dolor es necesario reconocerlo…
—Claro, muchas veces no sufrimos por ciertos dolores porque no tenemos los elementos cognitivos para verlos como tales. Por ejemplo, miles de mujeres han padecido lo que hoy llamamos violencia de género. Sin embargo esa violencia no encontraba un esquema narrativo que permitiera comunicar esos hechos como dolorosos. Esto de alguna manera nos tiene que llevar a pensar que no hay una relación necesaria entre una damnificación que pueda tener una persona y la percepción que ésta tenga sobre ese daño. O sea, se puede ser víctima sin sentirse víctima. Lo que tiene que haber en el medio es un trabajo de construcción que permita repensarse. En nuestro proyecto estamos muy atentos a ver cómo es la construcción de ese sufrimiento.

—¿Esa construcción es individual y también social?
—La cultura funciona como una caja de herramientas. Entonces te puede dar elementos para pensar que lo que te pasó está mal, es doloroso, y tratar de cambiarlo. O bien, puede no darte ninguna herramienta para eso. Es decir, a veces hay pactos culturales de denegación: sucede que hay daños objetivos que las personas padecen y sin embargo la cultura hace silencio sobre a eso. Esto nos lleva a pensar que hay buenas y malas víctimas. Las que son buenas tendrían muchas herramientas para contarse como víctimas creíbles, y las otras no tendrían la caja de herramientas para hacerlo. Fíjate que en la televisión está lleno de víctimas. Sin embargo, algunos se presentan de ese modo y otras no. Evidentemente nosotros percibimos el sufrimiento a través de filtros cognoscitivos que sin duda son sociales.

Una sociedad de víctimas

—¿Qué personas sufrientes estudian?
—Tratamos de ver el sufrimiento a partir del relato de diferentes grupos: mujeres que padecieron violencia de género, personas trans que atravesaron una reconversión, jóvenes que estuvieron en institutos de menores y luego presos, afectados por la inundación del 2003, víctimas de abuso sexual y personas con trastornos psiquiátricos o con diagnóstico de depresión crónica.

—En las personas con depresión crónica, o las abusadas sexualmente, es clara la situación de sufrimiento. ¿Pero qué sucede con los otros casos?
—Bueno, por ejemplo los jóvenes que estuvieron detenidos no tienen ese concepto de victima para interpretar las cosas que les pasaron. Los presos no se sienten víctimas. Ellos resisten esa figura, y eso es interesante. Quizás esto sucede porque en esas narrativas de anti-víctimas se juega una construcción de la masculinidad: ellos creen que en realidad han tenido que enfrentarse al mundo y que el mundo no los pudo doblegar. O también puede ser porque, y lo planteo como hipótesis, tal vez haya una coincidencia entre la forma en que la sociedad los concibe y el modo en que ellos se piensan. Es decir, la televisión muestra un hecho delictivo y no presenta a estos jóvenes como “víctimas del sistema” sino como victimarios. Parece que la negación del carácter de víctima es otorgada por los demás pero también aplicada por ellos mismos.

—¿Y son diferentes todas las formas de sufrir que analizan?
—En este momento la sociedad no está dispuesta a pensar qué tienen en común los diferentes padecimientos. Sino que se pone énfasis en lo que tienen de particular. Hasta hace poco tiempo, desde una perspectiva sociológica, se decía que la posición de clase social imperaba sobre los tipos de sufrimientos. O sea, afirmaba que había un atributo común entre una persona trans, una mujer golpeada y un paciente psiquiátrico crónico. Como si los padecimientos fuesen similares por pertenecer a una misma clase social. Y no es así. Yo creo que los colectivos de víctimas que se fueron formando han logrado visibilizar la particularidad de cada padecimiento por fuera de su condición social. Por ejemplo, cuando yo era chico se hablaba del colectivo gay, casi no se mencionaba a las lesbianas ni mucho menos a las trans.

—Bueno, eso es un avance…
—Sin dudas. Hemos progresado moralmente. Generamos dispositivos de escucha hacia la variedad de padecimientos sociales que hay. La sociedad actualmente visibiliza cada vez más lo específico de cada padecimiento. Es más, yo creo que hoy habitamos un mundo de víctimas. Y ser víctima es una categoría muy cómoda.

—¿Cómo sería eso?
—Cuando yo era chico las víctimas eran las del Holocausto o los nenes desnutridos de África. En cambio hoy tenemos miles: pensemos en la tragedia de Cromañon, los abusados sexualmente, los inundados, los homosexuales. Incluso se ha ampliado a los seres no humanos: hoy se considera a los caballos de los cartoneros como víctimas.

Encapsular el sufrimiento

—¿Qué respuesta tiene la sociedad para esas víctimas?
—Lo que hay que ver es que al mismo tiempo que existe esta proliferación de víctimas, también aparecen muchos mercaderes que quieren tratarlas. Y allí recordamos la famosa pregunta que nos hacía la antropóloga Gayatri Spivak: ¿puede hablar el subalterno? O sea, ¿la víctima tiene voz propia o queda presa de discursos expertos que supuestamente la representan?

—¿Cómo es eso? ¿Esas víctimas son habladas por otros?
—No casualmente tienen tanto éxito la literatura de autoayuda o los pastores brasileros de la TV. Ahí aparecen los recetarios para el dolor. Esas son usinas de pensamiento que trabajan con el sufrimiento. ¿Cuánto de estas usinas oscurecen en vez de aclarar los padecimientos? Cada uno de esos discursos tiene distintas visiones sobre lo que está pasando en el mundo. Pero nosotros encontramos que las víctimas resisten. Por ejemplo, no está claro que las mujeres que sufren violencia de género se identifiquen con el lenguaje terapéutico que las atiende. Creo que hay un combate: por un lado, las víctimas buscan el espacio público para expresarse; por otro lado, hay muchos discursos que tratan de encapsular su malestar.

—Desde ese lugar, se encuentran factores comunes entre sufrimientos diferentes…
—Bueno, la cultura nos da herramientas para pensarnos, pero a veces sucede que no tenemos las suficientes para expresar el sufrimiento. O sea, si ves en la televisión los testimonios de las víctimas, o incluso los de sus abogados, vas a encontrar un cierto libreto que se repite. Entonces, yo no creo que todos los sufrimientos sean iguales, pero sí hay un mismo discurso para narrarlos. Existen ciertas formas discursivas que encapsulan los sufrimientos. Si bien estamos más predispuestos a ver padecimientos diferentes, también creo que su comunicación está acechada por ciertos moldes discursivos. Cuando el dolor sale de vos, tenés que pagar un precio. Es decir, describir un dolor implica una transformación, porque no está claro cómo lo va a recibir el otro. Esa es la clave de la comunicación. Lo interesante es ver si esta transformación deviene en una deformación del dolor propio.

Presentación

El sociólogo Ernesto Meccia y su equipo presentarán los resultados de la investigación el próximo 22 de agosto. Será en el Coloquio Ante el dolor de los demás que se desarrollará de 10 a 18 en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL.

“La frase ‘Ante el dolor de los demás’ rememora un libro de la ensayista Susan Sontag. Ella pensaba que es muy difícil ver colectivamente el dolor ajeno. ¿Quién puede ver el dolor ajeno? En nuestro caso, queremos aportar conocimiento sobre los procesos sociales de victimización para contribuyan a generar dispositivos de escucha de los padecimientos sociales”, explica Meccia. Los interesados pueden inscribirse a través de www.fhuc.unl.edu.ar/inscripciones.

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