Noviembre de 2012. Manifestantes y consignas contra el gobierno en todo el país, también en la Plaza de Mayo de nuestra ciudad.

Como oposición sin estructura pero organizada, el macrismo buscará un avatar y seguirá en las calles.

En frenética repetición, la frase retumbaba en las redes sociales. “No vuelven más” era el saludo de los macristas triunfantes. Mauricio Macri ganaba las elecciones intermedias de 2017, un pelele balbuceante derrotaba a CFK y Cambiemos tenía por delante la década neoliberal, con casi la totalidad de los medios, el poder judicial y los gobernadores en línea.

“Nunca menos, Ni un paso atrás” se coreaba en los estudios de la TV Pública en 2011. El 2001 parecía estar lejísimos, los 90 y el menemismo también. Todavía faltaba para el 54% de CFK en las elecciones, pero el triunfo estaba cantado. El nuevo gobierno arrancó con la estatización de YPF y un enfant terrible en Economía.

“Todo pasa” era el grabado de un célebre anillo. Todo pasa, es cierto, pero que nadie crea que el macrismo ha terminado o está en vías de extinción.

Gimnasia callejera

Por fuera de la UCR, los macristas son reacios a la construcción de herramientas políticas tradicionales, lo cual no quiere decir que carezcan de sus modos propios de organización, sus estructuras y sus estrategias de movilización. Sindicatos, movimientos sociales y estudiantiles tienen hasta manuales respecto de cómo ordenar una marcha, armar un cerco de seguridad, cuidar los trapos, copar una posición cerca de un escenario. Todas esas técnicas son ajenas, deploradas por quienes son capaces de movilizarse de a millones siguiendo la convocatoria una decena de cuentas célebres de Twitter y unos miles de robots digitales.

Pero mucho antes de las redes sociales, esa masa estaba allí con muy similares características. No todos los que poblaron las plazas detrás la imagen de Axel Blumberg son macristas. No todos los que marcharon junto a las patronales agrarias en 2008 son macristas. No todos los que llenaron las calles casi una decena de veces con carteles sobre la diktadura, la corrupción, el cepo y el impuesto a las ganancias son macristas. No todos los cordobeses y santafesinos que salieron al linchamiento durante los paros policiales son macristas. No toda la masa celeste, cada vez más radicalizada y religiosa, es macrista. En todas esas marchas hubo peronistas, radicales, independientes y progresistas, en algunas también estuvo la izquierda. Pero con el macrismo cuajó una síntesis de todos esos reclamos posteriores al 2001.

El macrismo es apenas un avatar de un sector social muy amplio que con las marchas por seguridad descubrió un modo específico de manifestarse. Todavía hoy, en una de las tres peores crisis de la historia democrática, son capaces de poner varios miles de personas para festejar en la mala a sus dos principales referentes políticos. Que Mauricio Macri sea un fiambre político no implica que esa masa se disuelva.

El jefe de Gabinete Marcos Peña dijo que la elección de este año era una “batalla por el alma de Argentina”. Desde la década pasada, el kirchnerismo viene reiterando su consigna sobre la “batalla cultural”. La consistencia de los sujetos sociales es algo mucho más complejo y consistente que la mera espuma del griterío en los medios de comunicación o que el debate más razonado y argumentado que se busque. De un lado y del otro, lo poco que resulta de esta concepción compartida por ambas grandes corrientes de la política argentina es la irritación mutua y continua.

Pero hay una diferencia crucial, un punto que no es recíproco. Dentro de los mitos del macrismo está el del peronismo golpista. Se trata de una explicación falaz de las renuncias de Raúl Alfonsín, con una inflación de cuatro dígitos y una devaluación imparable, y de Fernando De la Rúa, con el corralito y una pobreza próxima al 40%, cuyo segundo término es arrogarse la propiedad intransferible de la institucionalidad, la democracia y la república. En consecuencia, para su defensa se vuelve lícito un lock out con piquetes de más de 100 días o salir a matar pobres que luzcan amenazantes, por indicar dos puntos cumbres de la defensa de las instituciones que ejercen los republicanos.

Si en 1989 y 2001 hubo un golpe peronista, hoy se habla de fraude, voto narco y hackers rusos. También de que Macri enfrentó una máquina de impedir, pese a que obtuvo todas las leyes que quiso y a que recibió la misma cantidad de paros generales que en el último mandato de CFK. Por último, ahora se supone que todo venía perfecto, en franca remontada, hasta que la población se equivocó y por “bronca” votó contra el presidente. Irracionales y resentidos plebeyos. Para el macrista, el peronismo es un fantasma constante y total. 

Macrismo es el último nombre del sujeto que vocifera estos mitos, el primero que obtiene por derecho propio durante la democracia. Se cocinó en la calle de las grandes ciudades, en las franjas de la riqueza urbana y rural, a pura protesta. Y no se va a resignar así como así después de diciembre.

Foto: Mauricio Centurión.

El contexto

A vuelo de águila imperial, recapitulemos. En 2002, hubo intento de golpe de Estado en Venezuela contra Hugo Chávez. La movida fue militar, un político y empresario se autoproclamó presidente. La movilización popular y los militares aliados rescataron a Chávez y recompusieron el orden público. Estados Unidos reconoció pocos años después su apoyo al golpe. En 2004, el presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide, fue secuestrado por militares estadounidenses y franceses. Desde entonces, Haití está ocupada por fuerzas internacionales. Aristide estaba transitando su tercera presidencia (en período no consecutivo) y estaba apoyándose cada vez más en Venezuela y Cuba. En 2008, el oeste boliviano se sublevó contra el presidente Evo Morales, llegando a plantear la separación. Un enfrentamiento entre gringos con petróleo y pueblos originarios andinos, con oleoductos estallados y masacres de indígenas. El respaldo de la Unasur fue vital para sostener la continuidad del líder aymara. En 2009, en Honduras, “Mel” Zelaya cae derrotado frente a sus propias fuerzas militares, acompañadas de soldados norteamericanos. El golpe de Estado recibe el abierto aval de Estados Unidos. En 2010 y en 2015, Rafael Correa soportó presiones de sus fuerzas de seguridad –puntualmente, de la policía– que apuntaron a derrocar su gobierno. De hecho, en 2010 Correa fue secuestrado por los oficiales y, luego, rescatado tras un tiroteo.

En 2012 cambian los métodos, con éxito mayor. El presidente de Paraguay, Fernando Lugo, es destituido por la Cámara de Diputados a través de un juicio político. En el camino hubo una investigación fraudulenta sobre una masacre entre policías y campesinos, que sirvió como justificación para una medida desmesurada. Paraguay es suspendida del Mercosur y la Unasur por estos hechos, reconocidos como un golpe internacionalmente. No muy distinto fue el proceso iniciado en 2016 en Brasil contra Dilma Rousseff, destituida por una acción presupuestaria corriente, que casi inmediatamente fue avalada en la Justicia. El resto de la historia próxima: Lula Da Silva encarcelado por un juez que hoy es ministro de Jair Bolsonaro, el fascista delirante que gobierna la principal potencia del continente.

La enumeración abruma, cuenta como indicador. En todo el cono sur todavía es válida una serie de discusiones en términos muy antiguos. Democracia o golpismo, desarrollo o dependencia, nación o colonialismo.

¿Atrasa el debate? El próximo gobierno de Alberto Fernández no puede pensarse por fuera de ese marco. En el país que lega Mauricio Macri al hiperendeudamiento externo se suma el fortalecimiento de los grandes grupos económicos extranjeros, el precio de ganga de las empresas argentinas y, por encima de todo, los condicionamientos resultantes del retorno al FMI.

Sí, cada vez que se abre camino un régimen que desprecia la ley, demuele la industria y se entrega livianamente a la Embajada, el debate se atrasa.

Soportar, sostener, seguir

Esteban Bullrich encarna su linaje. Su nombre designa al primer shopping del país, plena Avenida del Libertador, emplazado en un edificio donde se traficaban esclavos. ¿Se puede hacer una genealogía del macrismo hasta el siglo XIX? El incompleto senador lo hizo por nosotros, al ponderar su gestión como ministro: “Esta es la nueva Campaña del Desierto, no con la espada, sino con la educación”, dijo en 2016, cuando inauguraba una escuela en Río Negro. 

El macrismo puede perder una elección, pero va a seguir estando allí donde estuvo durante mucho, mucho tiempo más, por más explicaciones sobre el neoliberalismo que se hagan, por más que por tercera vez en 40 años se hayan llevado puesto al país. Habrá nuevas demandas, surgirá un nuevo avatar. Los veremos en las calles.

(¿Notaron que en poco tiempo la mayor parte del electorado ya no habrá tenido ninguna experiencia directa de la dictadura?).

En el futuro próximo, es necesario entender que la intervención en la subjetividad política demanda mucho más que otra reedición de la “batalla cultural”. Esa es una gran discusión de la hora, en el contexto histórico latinoamericano actual, ante el incendio que debe afrontar el próximo presidente.

 

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