Por Santino Bravi, presidente del Centro de Estudiantes de la Escuela Secundaria UNL
Fotos: Mauricio Centurión

Otra vez me quedé dormido, miro el reloj y son las siete menos cuarto, creo que llego a desayunar. Me despabilo de a poco mientras me voy cambiando e intentando acordarme de todos los apuntes de las materias que tengo hoy y de ponerme la remera de la agrupación. Guardo los apuntes, intento no olvidarme de nada. El café está caliente pero no tengo muchas posibilidades de esperar hasta que se enfríe, sin embargo, el hecho de que pueda desayunar es un privilegio. Saludo a mi vieja, a la luna y al Leo mientras abro la puerta con la ilusión de encontrarme a tiempo con el colectivo en la esquina de Castellanos y Güemes. Siete y diez, el 2 pasa enseguida. 

Mientras me agarro para no caerme, después del brusco arranque del colectivo, paso la SUBE, en simultáneo leo en la pequeña pantalla del dispositivo azul “-20”; nota mental: cargar la SUBE. Hace bastante tiempo que no me tomaba un colectivo, creo que desde la última vez que aumentó el boleto y costaba alrededor de $15 pesos, ahora $22. Durante todo ese tiempo camine a modo de ahorro, con el nuevo precio llegue a gastarme $220 en la semana tomándome únicamente dos colectivos al día durante los cincos días de clases. Llegado el momento tuve que elegir, eran los apuntes, la comida en la escuela o el colectivo, considere más sano caminar, aunque eso me obligue a tener que salir más temprano a todos lados y no poder ir a otros por la lejanía. Para mi suerte conseguí un asiento en el fondo, con el cansancio y el sueño a cuestas de una semana de estudios y trabajo necesitaba descansar durante trayecto hasta la escuela. 

Intentando desenredar el cable de los auriculares me di cuenta de que me sentía extraño, había menos gente de lo que recordaba; no era el cole de la línea 2 lleno de estudiantes parados y apretados en busca de llegar temprano, o de llegar, a sus escuelas. En mi cabeza no paraba de resonar esta realidad. 

Frena de golpe y se me hace inevitable mirar hacia adelante, un pibe estaba corriendo, pidiendo al colectivero que frene para subir. Como de amabilidad frenó y le cedió el acceso, poco común. Mientras veía como subía me vi reflejado en él, casi siempre tenía que encontrarme en la misma situación pero rara vez tenía la suerte de que frenaran y me abrieran la puerta. 

Enseguida lo reconocí y lo saludé a lo lejos. Francisco me devolvió el saludo mientras me llamaba para que me acercara a él, en simultáneo se sacaba la gorra negra que llevaba puesta con la iniciativa de brindar herramientas para que lo reconociera, me levanto, y voy. A Fran lo conocí militando. Nuestras iniciativas por una escuela más participativa e igualitaria para todes nos llevaron en segundo año de la secundaria a formar el Centro de Estudiantes y la agrupación con la que finalmente lo conducimos, ganando las primeras elecciones. Vivíamos pensando en generar un espacio político activo que sea de les estudiantes y para les estudiantes, hasta que en el tercer año que él se mudó a Rosario por el trabajo de su viejo. Dos años después nos reencontramos. No había cambiado mucho más que un pequeño tatuaje que tenía detrás de la oreja y una barra, por el color rojizo pude suponer que las perforaciones eran recientes. 

A medida que me acercaba agarrándome de los barandales la mirada de Fran cambiaba lentamente, desde una sonrisa de reencuentro a ojos cabizbajos, como si de pronto lo hubiera invadido una preocupación enorme. “Che ¿me podes pagar?, yo despues te doy” me dice, y sin pensarlo le pasó la tarjeta. Nos vamos para el fondo para sentamos juntos. Al segundo que nos acomodamos me mira, más preocupado y triste que antes. De a poco y con una voz entrecortada logra decirme “Disculpá vieja, estamos complicados con mi familia”, lo tranquilizo y le digo que no se preocupe. Resopla y comienza a contarme que dejó la escuela, no pudo llegar cursar el quinto y último año debido a que hace unos meses su familia se vino para Santa Fe y todes estaban buscando laburo. Entre su pelo negro que caía sobre su frente pude ver que sus ojos asomaban pequeñas lágrimas acompañadas de una respiración profunda y prolongada, estaba flaco y deduje que posiblemente no estuviera desayunando.

Nuestros años de militancia volvieron a mi mente. Los agitazos en defensa de la educación pública, las asambleas, los debates, las marchas, todos esos proyectos presentados y armados como una extensión más de nosotres mismes. La lucha interminable por una educación para todes se veía reflejada en Fran, pero ahora estaba desesperanzado. Había sido víctima, al igual que todes, de un Estado desalentador, neoliberal y enemigo de la educación pública, generador de pobreza y amigo de las fuerzas represivas. Le convidé unas masitas que tenía en la mochila y seguimos hablando. Él solo no tenía las fuerzas necesarias para cambiar la realidad que lo golpea.

Mi cabeza no dejaba de pensar en qué estado nos encontramos les estudiantes como colectivo y cómo se desenvuelve la gratuidad de la educación por fuera de la teoría que nos enseñaban en las clases de historia. El hecho de que Fran no hubiera podido pagar el colectivo y que no desayunara, me ayudó a entender por qué se vio obligado a abandonar la escuela. Con hambre no se puede estudiar y mucho menos cuando no se tiene recursos para poder ir de la casa a la escuela o comprar los apuntes. La situación y sus experiencias me interpelaron, como amigo, estudiante y militante, ayudándome a tomar consciencia de lo mucho que falta por construir entre todes, recuperando en la memoria a aquellos jóvenes de La Plata que el 16 de Septiembre de 1976 reclamaban por la igualdad de condiciones a través del Boleto Estudiantil Gratuito y fueron detenidos, torturados y desaparecidos por los grupos de tareas. 

El movimiento estudiantil se encuentra en las calles, se abraza y grita “Presente” por cada uno de los detenidos, torturados y desaparecidos durante La Noche de los Lápices, pero por sobre todo se reorganiza generando nuevos vínculos y fortaleciendo los ya establecidos, construyendo de manera colectiva propuestas para hacerle frente a un contexto adverso para la educación pública, laica, de calidad, la cual se encuentra muy lejos de ser para todes debido a las desigualdades que vivimos todos los días los argentinos. Les estudiantes secundarios nos encontramos reclamando a los legisladores que garanticen los derechos y disminuyan las desigualdades, que se apruebe el proyecto de ley provincial del boleto educativo gratuito y universal, saliendo a la calle a proteger y reclamar nuestros derechos, con una militancia estudiantil libre de cualquier tipo de censura y de opresión. Nos encontramos juntes y organizades, recorriendo escuelas, charlando con compañeres y concientizando entre todes que los grandes cambios sociales debemos hacerlo juntes. Pensándonos a través de las problemáticas comunes, rompiendo con la idea de que les jovenes somos el futuro, sino que también somos el presente y luchamos por nuestros derechos. Juntes no dejamos de escribir nuestra política, entre todes los lápices jamás dejarán de escribir y de levantar la voz en alto mientras marchamos. 

Levanto la cabeza después de abrazar fuerte a Fran, le dejo mi paquete de masitas y le digo que en estos días lo iba a estar llamando para tomar una birra, pero que si tenía ganas esta tarde nos podíamos ver en la marcha del 16S. Toco el timbre para bajarme mientras veo la hora, las ocho. Entro lo más rápido que puedo pero me tranquilizo cuando veo por la ventana del aula que la profesora no había llegado. Segundos después que me siento entra. Comienza a pasar la asistencia: Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María Clara Ciocchini. Presentes, ahora y siempre. 

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