Paro nacional del 12 de noviembre de 2019. Movilización en Santiago de Chile, convocado por la Mesa de Unidad Social. Fotos: Diego Figueroa, Jorge Vargas, Alfonso Díaz y Eric Allende | Migrar Photo.

Las demandas, la represión, los testimonios,  en una crónica del estallido en el país trasandino, narrada desde el lugar de los hechos y reflejando la crisis del neoliberalismo.

Por Agustín Vissio

Miles de cucharas chocan el metal de las ollas y el ruido agudo de los cacerolazos invade el ambiente, de pronto todo se detiene ante un fuerte estruendo, centenares de chilenos corren por las calles de Santiago y explosiones de escopetas de balas de goma resuenan por los aires. El fuego que hacen los manifestantes sobre el asfalto impone su presencia y enardece aún más al gobierno de Sebastián Piñera. El gas lacrimógeno y el gas pimienta lanzados por los carabineros fumigan, junto con los camiones hidrantes, las masas que piden la reforma de la Constitución chilena. Detrás de bandanas y máscaras antigases se esconden rostros enrojecidos y ardidos por los químicos arrojados. Las sirenas de ambulancias y bomberos se entremezclan con los gritos de desesperación e insultos de los ciudadanos contra las fuerzas policiales que reprimen y ya se han cobrado vidas.

“¡Ohhh, Chile despertó!”, cantan los manifestantes que saltaron a la calle luego de que el boleto del subte aumentara 30 pesos chilenos el 18 de octubre, medida que finalmente el gobierno retrotrajo tras el fuerte rechazo que mostró el sector estudiantil. “No fueron 30 pesos, son 30 años”, rezan los muros de Santiago. “El alza en el metro fue el detonante de todas las injusticias que se presentan en Chile, ya sea la salud, la educación. Tenemos que pagar casi un ojo de la cara para poder estudiar en una universidad”, asegura un estudiante de arquitectura entre la muchedumbre. Los jóvenes son quienes encendieron la mecha de esta explosión social que parece imparable. La calle tiene vida.

La Avenida Alameda es protagonista principal de un momento histórico, sobre sus cuadras, como en las del resto del país, manos y brazos cansados sostienen con convicción carteles que gritan “Hasta qué vivir valga la pena”. Las banderas chilenas y mapuches se multiplican por miles y ondean al compás del viento, la alegría y algarabía florece en el aire cordillerano de Santiago de Chile como un álamo que crece en las áridas tierras trasandinas. Son los sentimientos guardados durante décadas de una sociedad agobiada que decidió salir a marchar por la opresión neoliberal.

Rodolfo Walsh decía que “las paredes son las imprentas de los pueblos”. Hoy los muros de todo Santiago hablan, están empapelados y repletos de escritos con aerosoles, pinturas y dibujos con mensajes que salen desde la memoria más profunda y de la fibra más sensible e íntima del pueblo chileno. Desde poemas a cómics, desde insultos banos a frases de canciones y escritores, cada una con su particularidad y originalidad, pero todas unidas por los reclamos hacia el Estado y el rechazo a los medios de comunicación.

”Pa’ les amigues abrazos, para el gobierno cacerolazo”, dice una hoja tamaño A4 pegada en una de las paredes de la avenida principal de la capital, sucia por el hollín que vuela desde la boca de un subte quemado durante alguna noche del Estado de Sitio. El pueblo de Chile parece que tomó una decisión, quiere quebrar el rumbo de su historia y salió decidido a marchar por ello. “Lo esencial es invisible al Estado”, describe un cartel que tiene el dibujo de El Principito hecho a mano y coloreado con fibrones, sostenido por una joven que lo levanta tanto que parece intentar querer rascar las nubes.

Paro nacional del 12 de noviembre de 2019. Movilización en Santiago de Chile, convocado por la Mesa de Unidad Social. Fotos: Diego Figueroa, Jorge Vargas, Alfonso Díaz y Eric Allende | Migrar Photo.

La llama del fuego que reposa sobre el asfalto, algo que se replica por toda la ciudad, se mueve al son de los cantos populares de las masas “¡El pueblo unido, jamás será vencido!”, entonan los manifestantes que levantan su puño apuntando al cielo en forma de protesta. Desde los balcones de los edificios o los parlantes de los manifestantes que llevan a las movilizaciones suenan canciones que se han convertido un himno del levantamiento social, como “El derecho a vivir en paz” de Víctor Jara, “Yo pisaré las calles nuevamente” de Pablo Milanés y “El Pueblo Unido” de Inti Illimani.

No más silencio

Un cartel de cartón pintado a pinceladas con algún tipo de acrílico rojo afirma “Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio” e intenta sobresalir sobre la muchedumbre. Las marchas, algunas masivas y organizadas y otras improvisadas y espontáneas, imponen su mensaje de descontento con la situación social, política y económica.

En el medio de una multitud agrupada en Plaza Italia, epicentro de las movilizaciones, se pueden observar miles de pancartas y carteles de todo tipo y colores. Algunos simples y otros que parecen obras de arte, el pedido de reformar la Constitución, los reclamos de renuncia a Piñera y los insultos a los medios chilenos lideran el ranking. “Que no nos roben la vida, estamos hartos”, decía un escrito sobre una cartulina bordó con letras azules, mientras que a algunos metros de distancia otro cartel amarrado con cinta a un palo de escoba rezaba: “Apaga la tele y sale a marchar”. La diversidad de mensajes es tan grande como la fuerza de los manifestantes que llevan marchando semanas.

Cada esquina aglutina, desde un puñado de trasandinos a miles de ciudadanos, que se manifiestan en paz, alegría y con ilusión. Los rostros con sonrisas son un denominador común, cada uno de ellos esbozan y transmiten distintos mensajes, algunos de esperanza otros de felicidad, algarabía, enojo, demandas y reclamos, pero todos ellos se muestran unidos por una necesidad que emerge de lo más profundo, la de poder manifestarse y expresarse en el lugar que sea, poder gritar a los cuatro vientos lo que les pasa. Matías lleva puesto un ambo celeste, tiene 21 años y es estudiante de psicología, y mientras suenan bombos y estruendos de gases lacrimógenos de fondo, asegura que a diferencia de sus padres y abuelos, su generación le ha “perdido el miedo a los Carabineros y el ejército de salir a reclamar. Estamos cansado de este modelo de exclusión”.

Las manifestaciones

Mientras sale humo negro por una puerta totalmente destruida de un negocio que la noche anterior fue saqueado y quemado, a pocos metros, un grupo de personas baila y se mueven con sonrisas al ritmo de una salsa que proviene de un parlante inalámbrico reposado sobre una plazoleta de Avenida Alameda. 

En las calles no solo respira lucha, sino alegría, y es esa felicidad que lleva a que los chilenos bailen y salten al compás de distintos artistas que se acercan y se llevan una lluvia de aplausos y ovaciones. Músicos individuales, murgas, hasta coros y bandas sinfónicas llenan de arte el aire trasandino.

La gran mayoría de los manifestantes se arrima a los espacios públicos para expresarse con sus banderas, gorros, máscaras, trompetas, cacerolas, instrumentos musicales, entre otras cosas, Pero hay otros que ven la oportunidad de ganarse algunos pesos y se acercan para vender distintos tipos de cosas. 

Cientos de vendedores ambulantes circulan y entonan sus gritos melódicos por las calles, “A luca la chela”, se puede oír continuamente en cualquier marcha, se trata de las latas de cervezas que se venden a mil pesos. También hay banderas, silbatos, trompetas, pañuelos, cigarrillos, tabaco y hasta un “kit cacerolazo”, que consiste en una olla con una cuchara para “cacerolear”. “Mantenemos los precios del pueblo”, rezaba una heladerita repleta de botellas de agua que transpiraban al calor del pueblo. Hay comida de todo tipo, sándwiches, carne asada, empanadas, pochoclo, helados y ensaladas de fruta. 

Las balas y las manos

Parlantes con rueditas se mueven por todas las marchas e intentan sonar más fuerte que los estruendos de los gases y perdigones de Carabineros. Como en un presagio, Pablo Milanés cantaba en 1976 “Yo pisaré las calles nuevamente; de lo que fue Santiago ensangrentada; y en una hermosa plaza liberada; me detendré a llorar por los ausentes”. 

Lo que era paz y alegría de un momento a otro comienza a volverse gris, oscuro. La tensión es tal que estalla con un solo movimiento. El clima se vuelve espeso y el aire tóxico. Comenzó la represión. Carabineros entra en acción y los gases lacrimógenos vuelan por los aires al igual que los perdigones y balas de goma. El ambiente aturde, satura los oídos. Miles de realidades paralelas se agrupan en pocos kilómetros cuadrados. Un cartón pintado precariamente con fibrón negro que dice “No + represión, nos están matando”, se encuentra pisoteado en el asfalto. Los camiones hidrantes reciben piedrazos de un grupo ínfimo de manifestantes, otros los abuchean y el fuego que reposa sobre el asfalto arde y hace subir la temperatura de la situación. Un niño llora del miedo mientras las camionetas carabineras que arrojan gas pimienta avanzan a gran velocidad. Las corridas por escapar a los químicos emulan las corridas de toros españolas donde algunos quedan en el camino. Todo es difuso.

Paro nacional del 12 de noviembre de 2019. Movilización en Santiago de Chile, convocado por la Mesa de Unidad Social. Fotos: Diego Figueroa, Jorge Vargas, Alfonso Díaz y Eric Allende | Migrar Photo.

El aire se tiñe de un gris claro, el gas pimienta y las lacrimógenas son potentes aunque soportables, pero las fuerzas policiales, en determinados momentos arrojan una sustancia que sofoca a todo aquel que tenga contacto con ella. Comienza ardiendo la cara, pero el ardor va por dentro, por debajo de la piel, como si habría miles de alfileres que no paran de moverse y que penetran sin cesar provocando un dolor agobiante. Los oídos solo reciben zumbidos y en el exterior parece todo retumbar. La tos irrita, el químico Ingresa sin permisos por las vías respiratorias ahogando abruptamente el pecho. La boca, la garganta y la nariz son el reposo de una picazón tan intensa y desesperante como el hartazgo de los chilenos ante las políticas neoliberales. Los ojos se secan y en mecanismo de defensa lloran, no solo por los al menos siete detenidos desaparecidos que registra el Instituo Nacional de Derechos Humanos (INDH), sino porque la potencia es tan grande que te cega, literalmente no te deja ver, el panorama es totalmente negro. Las lágrimas recorren el rostro y otras salen disparadas con tanta fuerza que se puede sentir su impacto en las prendas con las que se viste. El dolor de cabeza es tan penetrante que se siente pesadez en cada movimiento corporal. Cuando el agua de la ducha cae para limpiar y hacer olvidar por un rato el castigo, la piel pasa factura y una quemazón renace por algunas partes del cuerpo.

Entre tanta represión y violencia aflora la solidaridad. Hay grupos organizados de estudiantes de medicina y enfermería que recorren las manifestaciones para brindar ayuda. Identificados con sus ambos azules o verdes llevan consigo botellas con rociadores de agua con bicarbonato y leche para lanzar a los rostros afectados y limones para paliar el efecto de los químicos. “Si vemos una persona herida o afectada, hay que ayudarla como sea”, asegura Joaquín, que cursa el tercer año de medicina y explica que el bicarbonato mezclado con agua “refresca las zonas afectadas y despeja las vías respiratorias. Sirve para neutralizar las bombas lacrimógenas nos tiran”. También hay distintos profesionales como los psicólogos que colaboran en primeros auxilios,como por ejemplo, en ataques de pánico. Pero más allá de las especialidades, son la gran mayoría de los manifestantes que se ponen al servicio del otro en caso de ser necesario y siempre están dispuestos a brindar ayuda y colaboración.

Cae la noche. El panorama luego de cada represión es desolador. Las grandes avenidas se encuentran deshabitadas, aunque copadas por las barricadas que alumbran el oscuro contexto con su fuego. En cada esquina se escucha alguna cacerola seguir reclamando. Desde bloques de hormigón hasta basura y cualquier elemento que se encuentre en la vía pública es utilizado para obstruir la circulación de vehículos. Basta con mirar alrededor y no ver nada más que destrucción, los comercios y edificios en su gran mayoría se encuentran cerrados por barrotes cruzados que fueron soldados para evitar saqueos y otros tapados por maderas, sobre una de ellas alguien tomó un aerosol verde y escribió: “Por todos nuestros muertos ¡Arriba los que luchamos!”. La basura, vidrios rotos y montones negros que fueron fuego horas atrás, acompañan la soledad de las calles. Los estruendos de bombas y disparos siguen resonando y los insultos contra los “pacos” (Carabineros) llegan desde algún rincón de Santiago. Las sirenas anuncian que desde no muy lejos la ambulancia va a asistir a alguien herido o que los bomberos se dirigen a apagar un incendio.

Carabineros

La marea de chilenos apostados sobre Plaza Italia comienza a moverse y se empieza a escuchar: “El que no salta es paco”. Entre toda esa muchedumbre una pancarta reposa de fondo y dice: ”No estamos en guerra”, como respuesta a los dichos del presidente Piñera quien había asegurado: ”Estamos en guerra contra un poderoso enemigo”. Lejos de calmar los ánimos los exacerbó.

El enfrentamiento social que existe entre los manifestantes y los carabineros se ve y se escucha rápidamente. ”Chile en dictadura 2019”, relata una bandera que alguien flamea por los aires sobre Plaza Baquedano. A pesar de ello, un joven que se encontraba socorriendo a un herido por gas pimienta asegura que “los Carabineros son de nosotros, son del pueblo. Tampoco hay que meter a todas las fuerzas policiales dentro del mismo saco porque no todos son así”, luego continúa analizando e indica: “Creo que quizás algunos tienen un pensamiento de lo que fue Chile en el 73 (año en que comenzó la última dictadura) y que están llevando a cabo por la libertad que les dio el presidente. Están defendiendo a los poderosos de Chile”.

Los Carabineros mientras no se encuentran enfrentando las manifestaciones se muestran un poco más humanos. “No está nada fácil la situación”, comenta un carabinero joven que se encontraba frente a una valla, con cara de preocupación y hasta con signos de tristeza añadió: “Luego del trabajo y fuera de este traje somos personas comunes que tenemos una vida y sufrimos todo lo que está pasando”. A su derecha, otro agente quien intentaba mostrarse más sólido y frío, mientras sostenía su arma fue tajante: “Yo no lo veo tan complicado”. Una carabinera de 27 años se muestra rígida, tiene los labios pintados y mirando al frente susurra: “No es lindo escuchar que te griten paca o paco asesino. Somos ciudadanos también ¿A quién le gusta reprimir? Yo apoyo los reclamos, pero veo difícil que puedan prosperar”. 

Número sangrientos

Los manifestantes corren no solo por el miedo a engrosar la lista de muertos, sino porque los químicos no te dan otra opción. Pese a ello, vuelven firmes a continuar con sus reclamos. Desde el INDH, aseguran que a pesar de haber hecho múltiples pedidos de información sobre el contenido de los gases, nunca obtuvieron respuesta. Los chilenos hoy no saben qué respiran cuando los reprimen. La Fiscalía Chilena informa que desde que comenzó el estallido social hay al menos 23 muertos y desde el INDH contabilizan 20, al menos cinco a manos de agentes del Estado. “Piñera culpable, tus manos tienen sangre”, entonan los manifestantes. 

Paro nacional del 12 de noviembre de 2019. Movilización en Santiago de Chile, convocado por la Mesa de Unidad Social. Fotos: Diego Figueroa, Jorge Vargas, Alfonso Díaz y Eric Allende | Migrar Photo.

“Ninguna de las medidas que ha tomado el gobierno ha sido para proteger a la población. Solo habla de temas económicos, aquí la vida no tiene valor para ellos. Hemos tenido golpes, torturados y al menos siete desaparecidos. Esto nos habla de una pérdida total de la democracia”, aseguraron desde el INDH. En este contexto la ONU arribó al país para investigar las recientes violaciones a los derechos humanos. ”ONU Piñera nos mandó a matar”, escribió alguien apurado, así lo dejan ver los trazos de las letras, sobre un muro de Avenida Alameda

Desde el 18 de octubre al 8 de noviembre hay 262 acciones judiciales presentadas por el INDH, entre ellas, 171 son querellas por torturas y tratos crueles y 52 por violencia sexual. Se registran 1915 heridos que arribaron a un hospital, entre ellos, 42 por bala, 579 por perdigones, 342 por arma de fuego no identificada, por golpes, gases y otros 912 y hay 182 personas con heridas oculares. ”Somos más que sus balas”.

Desigualdad

Según el informe Panorama Social de América Latina de la Comisión Económica para América Látina y el Caribe (Cepal), publicado este 2019 y con datos del 2017 (última actualización), en Chile hay una brecha muy grande entre ricos y pobres. El 1% de los hogares más ricos concentra el 26,5% de toda la riqueza del país, en tanto que el 50% más pobre apenas alcanza el 2,1%. Para comprender estos datos, imaginen una sala donde hay 100 personas que representan los hogares chilenos y una torta gigante dividida en 100 partes iguales que podría alimentar a todos ellos: una persona (1%) se lleva 26 pedazos y medio (26,5%), mientras que 50 personas (50%) se reparte dos pedazos (2,1%). 

“Tu normalidad apesta”, grafica la situación un mensaje escrito con aerosol en el barrio capitalino de Providencia.

Este nivel de desigualdad atraviesa transversalmente a casi todos los sectores sociales chilenos y eso terminó explotando en las movilizaciones. 

Si bien el grupo más numeroso es el de los estudiantes, también se congregaban los jubilados pidiendo terminar con las AFP (jubilaciones privadas), grupos feministas, mapuches, trabajadores y empleados de distintas ramas que piden mejorar la educación y la salud. Para entender la diversidad de los movimientos, se podía observar a los bomberos que cada vez que se acercaban tocaban su bocina mostrando su apoyo y hasta un grupo de motoqueros chilenos.

“La mayoría de los chilenos está sobre endeudado y el gobierno incita a sobre endeudarse con su campaña de consumismo. Para cubrir las necesidades básicas tenemos que endeudarnos”, describe y lamenta Juan Navarro de la Confederación Nacional de Trabajadores, mientras sostiene un cigarrillo en su mano derecha.

Paro nacional del 12 de noviembre de 2019. Movilización en Santiago de Chile, convocado por la Mesa de Unidad Social. Fotos: Diego Figueroa, Jorge Vargas, Alfonso Díaz y Eric Allende | Migrar Photo.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí