En un ambiente muy precario, sin ropa de trabajo y por un jornal insultante, los recicladores de Santa Fe cumplen una de las tareas ambientales más imprescindibles en condiciones de explotación máximas.

Una semana sin dinero para la casa, calcula Maricel Ortega y no puede más de la indignación. Ante ella, quien fuera el secretario de Ambiente y Espacios Públicos de la Municipalidad, Mariano Cejas, baja la cabeza, busca justificaciones. Fue a dar la cara y está parado cerca de unos pallets que arden impidiendo el ingreso de los camiones de basura.

Hay tres ruidos en el relleno sanitario de Santa Fe: los motores de camiones y niveladoras que llevan la basura a la monumental montaña que crece a la vera del Salado; el estruendo de la planta de reciclaje, con los residuos cayendo y acopiándose dentro de un galpón de chapa; el chillido de los pájaros que comen nuestra basura.

Maricel y sus compañeros son recicladores urbanos de la Asociación Civil Dignidad y Vida Sana, que lleva 22 años dedicada a ese trabajo. Maricel es la tesorera de la Asociación. A mediados de octubre estuvieron más de una semana con la planta parada por la rotura de un tramo de la cinta elevadora que transporta la basura, imprescindible para poder reciclar. Sin reciclado, los trabajadores no llevan dinero a la casa. La Municipalidad demoró cerca de 10 días en solucionar el desperfecto. Bajo el sol del mediodía, Maricel y sus compañeros reclaman por la cinta, por la promesa incumplida de un ingreso extra por el Día de la Madre, por la promesa incumplida de un refuerzo alimentario, por la promesa incumplida de un nuevo carro de traslado de basura. Bajo el sol, Cejas recibe los reclamos, no hay camiones ingresando, la planta está parada y los pájaros gritan sin parar.

Hoy la planta está operativa de nuevo. Todo ha vuelto a la normalidad.

La normalidad

Ricardo Ruiz Díaz tiene 43 años y siempre trabajó de la basura. Comenzó en Los Caniles, el viejo volcadero municipal, atrás del Mercado de Abasto. “Me crié ahí con mi viejo. Yo aprendí a trabajar ahí, de chiquito. Aprendí a juntar cartón, a rebuscarme, pagarme mis vicios”, dice quien hoy es el presidente de Dignidad y Vida Sana.

Ricardo Ruiz Díaz. Foto: Mauricio Centurión.

La Asociación Civil existe por el empuje de sus integrantes. Hace 22 años, cuando supieron que la Municipalidad iba a cerrar el volcadero y a abrir un relleno sanitario en Altos de Nogueras, sobre callejón El Sable, se unieron como si fueran un sindicato. El sindicato de cirujas, se los llamaba. Lograron que se los reconociera y que se les otorgara un predio para su primera planta de reciclado.

En la nueva planta, el proceso de trabajo es más o menos el mismo. La basura llega y es volcada afuera del predio, una cinta la eleva hasta una planta alta donde va recorriendo una cinta sinfín. En los costados, los recicladores van extrayendo los residuos que se pueden reciclar y los tiran por agujeros hacia contenedores en la planta baja. El proceso de extracción es entonces al mismo tiempo una forma de clasificar. Finalmente, la basura sin valor cae de nuevo fuera del lugar, lista para ir al relleno. En la planta baja, los residuos valiosos se comprimen y se enfardan para la comercialización.

La basura es un producto de la riqueza humana. A mayor riqueza se acumula, más basura se produce. Pero quienes más basura producen son quienes más herramientas tienen para alejarse de lo que excretan. Por eso las zonas más pobres están llenas de la basura que no generan, sino que reciben. Así se ordena tanto el movimiento de basura de Estados Unidos a Argentina como del centro de una ciudad a su periferia.

El reciclado es una de las tres acciones ambientales imprescindibles que se deben realizar sobre la basura. Son menos conocidas y más fastidiosas las dos previas: generar menos basura o darle un nuevo uso, reducir y reusar. Las dos primeras implican esfuerzo de los más ricos, la última puede dejarse en manos de pobres.

La existencia de una planta de reciclado con dos décadas de trayectoria en nuestra ciudad supone un orgullo. Ese orgullo se sustenta en las 61 familias que todos los días, en el turno de 7.00 a 13.00 y en otro turno de 13.00 a 19.00, reciclan sin parar. No son trabajadores municipales. Su trabajo rinde muy poco, 10 mil pesos por mes. De eso, la Municipalidad otorga 2800 pesos por familia y paga el seguro de riesgo de trabajo. Esa suma da un total de 182 mil pesos que pone el Ejecutivo local. Equivale al salario de dos funcionarios políticos de medio rango, repartidos entre 61 familias pobres.

—No, ropa de trabajo no tenemos –cuenta con naturalidad Ruiz Díaz–. La Purina nos junta los zapatos, los borceguíes, y nos dona. Los que dejan los mismos empleados, cuando los cambian todos los años.

—¿Meten las manos directo en la basura?

—Y sí. Hay chicas que sacan los guantes de la basura.

—¿No se cortan?

—Sí, hay peligro, hay peligro de cortarse. Los guantes que usan las chicas son los guantes de hospital, que usan las enfermeras. Los hombres usan trapos que se sacan de la basura. Se arma con lo que se encuentra en la basura.

La ciudad mantiene limpia su conciencia verde por no más de 350 pesos diarios por cada persona que mete su mano en la basura todos días, fuera de la más mínima obligación de la ley laboral, como es la de otorgar ropa de trabajo apta y condiciones humanas de higiene y seguridad.

A quién multar

A la planta procesadora llegan doce camiones de basura para reciclado los lunes y los jueves, que son los días en que supuestamente se debe tirar la basura separada. Pero los vecinos de Santa Fe no tienen demasiado apego a la separación de residuos. La basura que llega para ser reciclada es de pésima calidad, los recicladores hacen lo posible.

“A esta planta la hicieron más moderna. Moderna para trabajar con basura seca. Pero basura seca no llega. No funciona la separación de residuos, eso es lo que mata a las máquinas. Se llenan de barro que viene en los camiones” explica Ruiz Díaz. Son los mismos recicladores los que ponen la mano de obra y el dinero para los arreglos menores y no tanto. Más de una vez solucionan problemas de motor y continuamente van emparchando las cintas, que no resisten la pasta de residuos que se va acumulando.  

Ruiz Díaz lo repite continuamente. “Acá se puede ganar más si las máquinas andan bien, si tenés una basura buena, seca. Nosotros estamos perdiendo. Si me traes bolsitas limpitas y clasificadas, hacemos mucho más que doce camiones”.  Y se ofrece: “Nosotros vamos, hacemos charlas en las escuelas, hablamos con los chicos, les contamos la situación de nosotros. Yo te digo la verdad, yo soy hombre, yo tengo que trabajar, este es un trabajo como cualquiera. Si yo no tengo esto, tengo que ir a mi casa a sentarme. Y qué voy a hacer sentado”.

Ruiz Díaz llega todos los días a la planta viajando en moto desde Santo Tomé. La mayor parte de las familias recicladoras son de los barrios del noroeste, también de Coronel Dorrego. No tienen transporte para llegar y la Circunvalación no ofrece accesos adecuados en todas las direcciones. En 2015, una trabajadora de la planta perdió su vida cruzando la carretera.  

“Tienen que hacer más campañas con la gente”, le pide Maricel Ortega a Cejas. “Concientizar a la gente que separen. Si la gente no toma conciencia de separar y sacar los días que corresponde no sirve”, repite y, luego, grafica cuál es el lugar del Estado en la lucha de clases: “Así como ponen multa a las motos, que es plata asegurada, así también multen a la gente que tira la basura, para que separe”.

De exhibición

El 5 de junio pasado, Día Mundial del Medio Ambiente, se entregaron los premios de Ecolegio, un concurso que recompensaba a las escuelas que más botellas y tapitas plásticas recolectasen. Participaron 46 escuelas, se juntaron 1800 kilos de plástico y el diputado nacional y candidato a intendente Albor Cantard estuvo en el acto. Ganaron la escuela Nuestra Señora de Lourdes, la escuela Domingo Silva y la escuela Nuestra Señora de Fátima. Llevaron a los recicladores a entregar los premios. Había una computadora de escritorio, tablets, impresoras y equipos de audio.

“Capaz que si nos hubiesen traído esos premios que le dieron a las escuelas hubiésemos ganado más nosotros. Todo para hacer política”, le reclama Ortega a Cejas. “Nos llevaron a ese concurso para traer cosas acá. ¿Saben cuánto sacamos de eso? Tres botellitas locas. A ellos le dieron tablets, computadoras. Si esas cosas nos la daban a nosotros salíamos ganando”.

“Tuvimos que ir a darle tablets a esas conchetitas”, masculla una de las recicladoras, una vez que Cejas ya se retiró del lugar, prometiendo la llegada de la nueva cinta de elevación. Dignidad y Vida Sana se formó durante la intendencia de Horacio Rosatti. Luego sobrevivieron a Marcelo Álvarez, Martín Balbarrey, Mario Barletta y José Corral. “Gracias a Dios ustedes se van el 10 de diciembre”, le había dicho unos minutos antes Ortega a Cejas. “Después vamos a tener que lidiar con los otros”.

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