Foto: Mauricio Centurión

Mujeres de las comunidades qom denuncian abandono del Estado: las echan del hospital, no mandan insumos ni les garantizan el aislamiento.

“El indio no conoce la falta de respeto”. Las palabras se clavan en la mente del “hombre blanco” como un balazo, mientras cuentan lo que están viviendo muchas personas de la comunidad Qom cuando se atreven a querer comprar comida en la avenida o atender sus embarazos en los hospitales.

Graciela es representante de Qom Alphy, proyecto de artesanas que funciona en barrio Santo Domingo desde 2019. Trabajan mayormente cociendo la hoja de palma que les compran a sus familiares en Chaco. Días atrás, su hija Belén empezó a tener contracciones, así que salieron para el Cullen: “El 31 de marzo a eso de las 10 y media de la mañana fui al hospital y me sacaron a la fuerza, con mi hija embarazada. Ellos no nos quisieron atender porque decían que estamos contaminados, que tenemos el virus y nosotros no tenemos eso, estamos limpios.”

La Comunidad Indígena Las Lomas y Qomlashe, la comunidad qom de Santo Domingo, vienen sufriendo parejo la discriminación de comerciantes de la zona, de vecinos y hasta del propio sistema de salud, cuyos niveles superiores desestimaron los síntomas de una paciente que terminó dando positivo por coronavirus: una mujer chaqueña que estaba parando ocasionalmente en Santo Domingo. El viernes 20, primer día de la cuarentena obligatoria, ella empezó a manifestar síntomas correspondientes al Covid 19, por lo que se hizo ver en el Centro de Salud de calle Boneo. Al constituirse la sospecha, se llamó al 0800 provincial, que descartó la aplicación del protocolo de aislamiento. “El viernes Chaco no era un lugar de riesgo por eso no se activó el protocolo”, fue lo que explicó a Pausa el director de la Región Santa Fe del Ministerio de Salud de la provincia, Rodolfo Roselli. El hisopado tuvo que esperar hasta el sábado 21 y el diagnóstico hasta el martes 24. La ambulancia la fue a buscar recién el miércoles 25,  a las siete de la tarde.

Foto: Mauricio Centurión

Desde entonces todo fue peor para ellos. Los kioscos no les quieren vender, la gente los rebaja en la fila del cajero: “Esto que está pasando es muy feo, porque creo que les está faltando respeto para la comunidad, por parte de los criollos. Lo que nos esperamos es que cuando pase todo esto nada va a cambiar, no sé yo. No tenemos la culpa de lo que está pasando”, dice Graciela, todavía con el dolor en la voz de lo que pasó con su hija Belén.

Ana María y Elsa también son artesanas que fueron entrevistadas por Pausa en Las Lomas, mientras corren por las veredas unos pollitos negros que se asustan cada vez que pasa una moto. Es viernes a la tarde y se escucha a los chicos casi encima nuestro, pateando la pelota en la calle. Elsa resume el sentir de cada qomlashe, de cada mujer qom:

—¿Qué es lo que más necesitan en este momento?

—Que nos compren nuestras artesanías, así tenemos para comprar pan a la mañana y a la tarde. Que no tengan miedo de la gente que estamos vendiendo las cosas, que no tenemos nada.

Gladys es docente bilingüe y estudiante secundaria, tiene cuatro nenes. Hace un tiempo, elevó a la Comisión de Asuntos Indígenas de la municipalidad pedidos para acompañar la situación de algunos vecinos, sin obtener respuesta. Junto con Sandra son las traductoras de la comunidad. Arman folletería (con las notificaciones del gobierno, por ejemplo) en lengua qom,  pasan avisos por los grupos de WhatsApp, buscan una por una a las compañeras para ir a reuniones o a misa.

A su suerte

Sin insumos médicos básicos, sin poder salir a trabajar, sin protocolo ante la sospecha de contagio. Así y todo, los familiares siguieron llegando desde Chaco hasta que las fronteras se cerraron, porque allá  todo es peor. Es lo que cuenta Marianela, tiene 23 años y vive en Santo Domingo, es estudiante secundaria. A la pregunta de Pausa, también respondió yendo al hueso.

—¿Qué necesitan?

—Y… alimento.

Donde falta el Estado, aparece la organización de las mujeres: “Tratamos de colaborar entre nosotras, porque con lo que ayuda el Estado no alcanza. En mi casa somos seis familias y por vivienda nos dejan una caja de leche, un kilo de fideos y uno de arroz. No nos sirve, porque tampoco podemos salir a trabajar. A las personas que tienen un trabajo estable y cobran en blanco les es fácil aislarse, pero para los que vivimos día a día, no. Queremos cumplir la cuarentena, pero no podemos. Las personas indígenas siempre tratamos de cumplir lo que nos mandan y no solamente nosotras, también la gente del Movimiento de Trabajadores Excluidos. Son carreros, están cumpliendo y están sufriendo mucho en esta  cuarentena”.

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En la charla en su lengua se cuelan palabras en castellano que en qom cayeron en desuso: gobierno, comercializar, comunidad. Asimismo, la lengua ancestral no tiene un equivalente a “familia”, no tienen naturalizada la idea de formar una como la que aprendemos los blancos. Gladys, que tuvo una crianza ancestral y después aprendió también las formas de occidente, lo dice claro: “En cada casa hay más o menos tres o cuatro familias siempre. Eso no va a cambiar, viene en nuestra cultura esta forma de convivir. El aislamiento es imposible en comunidad”.

Después del caso positivo, llegó una caravana de patrulleros y un camión sanitario sin insumos y sin doctora. Esta catarata de intervenciones duró horas. En la siesta del viernes 3 de abril, apenas si hubo un par de policías estacionados con el Corsa de cachas dislocadas al lado del CAPS. Adelante, el camión sanitario en el medio de la calle como un elefantito blanco haciendo fiaca. Los pibes siguen pateando penales, el arco es un alambrado. No hablan castellano, no son “los pibes”, son qom llalaqpi.

“Acá es donde la comunidad toma fuerza” dice Gladys cuando pasamos por el frente azul de la Iglesia Evangélica Unida. Cuenta que ahí sus caciques y sus líderes transmiten saberes y que también es el lugar en el que animan a las mujeres de la comunidad para que hagan uso de la palabra. A su vez, Gladys se acuerda de varias anécdotas en las que su compinche Sandra también la persuadió para que tome la voz en representación de su comunidad ante, por ejemplo, Emilio Jatón, el entonces candidato a intendente. Las Lomas y Santo Domingo suman entre 650 y 700 familias. El 65% no tiene al castellano como lengua materna.

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La mayoría vino desde Chaco, donde cada vez se les hizo más difícil llevar su estilo de vida, sea por el desmonte en beneficio de la soja o por la hostilidad de terratenientes y fuerzas armadas (muchos son descendientes de las víctimas de la Masacre de Napalpí). Entre resistir en sus tierras ancestrales o sobrevivir, como su identidad también se los dicta, eligieron resignar para pacificar, como si fuera responsabilidad suya: “Me contó mi papá que, cuando vinieron a fines de los ’80, les hicieron lugar en la Estación Belgrano pero en un momento que ya no daba para más les dieron alimentos y los mandaron de vuelta para el Chaco. Cuando las 30 familias llegaron allá y contaron que en Santa Fe había comida se volvieron enseguida, pero en vez de 30, vinieron 60 familias”, contó Gladys.

—¿Qué saben de lo que está pasando? ¿Qué es el coronavirus?

—No tengo idea de eso, no sé. Pero hacemos caso y no salimos de nuestras casas. No vendemos nada porque estamos respetando esto. Yo tengo mucha familia y hay días que no comen, pero qué voy a hacer, si no nos dejan salir. Espero que algún día nos respeten de nuevo, porque nosotros siempre los respetamos –Graciela contesta enseguida, con la voz finita de angustia.

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