El círculo del contagio viral

La Ronde, 1950, de Max Ophüls. El actor Anton Walbrook en una escena de la película, eliminando lo que tendría que ser una escena sexual.

En 1897 el dramaturgo Arthur Schnitzler incluyó la transmisión de una enfermedad como argumento de la primera obra de teatro sobre el tema.

El coronavirus es hoy trending topic en todos los medios de comunicación y en todas las naciones del mundo. Servicios de stremig, entre ellos el popular Netflix, han incorporado películas y series sobre virus, gripes, epidemias, pandemias y otros temas apocalípticos para pasar la cuarentena. Un granito de arena más para la psicosis social.

Pero todas estas historias, a pesar de sus diferencias estéticas, tienen una estructura en común, un esqueleto de base que el dramaturgo y médico vienés, Arthur Schnitzler, supo plasmar en La Ronda, primera obra de teatro que tocó el tema del contagio de una enfermedad entre personas, allá por 1897.

Lo que tuvo de especial La Ronda (título en alemán: Reigen) es la forma original de cómo se da la cadena de contagio. La pieza consiste en una secuencia de diez diálogos de diferentes parejas que llegan a la intimidad sexual, donde cada secuencia de los personajes forma una cadena, en la que el amante de la primera tiene, en el siguiente diálogo, una relación con una segunda mujer, que tendrá relaciones con otro hombre en el siguiente cuadro, y así sucesivamente hasta volver al primer personaje, cerrando un círculo.

Además del escándalo por el contenido sexual, la obra de Schnitzler fue muy polémica por cuestionar la hipocresía burguesa de la Viena del 1900, ya que los personajes pertenecían a diferentes estratos sociales, dejando en evidencia cómo el sexo transgrede las normas sociales de clase. Esto le valió que la obra no se presentara en público sino hasta veinte años después, en la ciudad de Berlín.

El título de la obra se debe a que para Schnitzler la vida siempre gira continuamente y todo está conectado entre sí. De este modo, el personaje de la prostituta Leocadia inaugura la primera escena con un soldado y cerrará la obra con el Conde, no sin que antes se produzca el encuentro entre el soldado y la criada; la criada y el señorito; el señorito y la joven esposa; la joven esposa y el marido; el marido y la jovencita ingenua; la jovencita ingenua y el poeta; el poeta y la actriz; la actriz y el conde hasta cerrar la rueda con la prostituta.

Pausa dialogó con el crítico e historiador teatral Jorge Dubatti sobre la estructura de esta pieza y su vigencia “Lo que plantea la estructura, originalisíma, es la cadena de contagio. Se van pasando de a uno. A se junta con B; luego B se junta con C; luego C se junta con D, etc. Es la misma estructura del gráfico que muestran en los medios de cómo se va contagiando el corona virus. Lo maravilloso, lo que se está contando, es justamente el contagio de sífilis y nunca se la nombra porque es esta idea del enemigo invisible, la idea del virus que se trasmite de modo silencioso”.

Para Dubatti la verdadera protagonista de la obra es la enfermedad que va pasando de uno en otro a partir de los distintos contactos: “Hay una idea circular donde algunos sectores creen que están aislados, que están más protegidos y sin embargo todos los agentes sociales están conectados entre sí. Que es lo que está pasando ahora, las clases altas están más contagiadas por los viajes, el contacto con los aeropuertos y luego todas las clases se mezclan”.

La obra de Schnitzler está escrita bajo la influencia del naturalismo. Esta corriente artística presenta al ser humano sin albedrío, determinado por la herencia genética y el medio en que vive. En él influyen el positivismo, el evolucionismo de Darwin y el materialismo histórico. Se encuentra también bajo el influjo de las ciencias naturales y, sobre todo, de la medicina y la ciencia de la genética.

“Los naturalistas estaban muy preocupados por la transmisión de enfermedades. Ellos hablaban de ciertas leyes científicas sobre transmisión, por ejemplo, de una degeneración genética en los hijos si el padre o la madre tenían sífilis. Aparece toda una preocupación por la transmisión de las enfermedades que se pasan por contacto viral pero también por la sangre. En ese sentido ellos hablaban de la influencia del medio, de la herencia, y eso aparece en La Ronda”, explica el historiador.

Para Dubatti lo que la obra pide “a gritos”, al omitir nombrar la enfermedad, es justamente que alguien hable del tema: “El silencio habilita la elocuencia del espectador. Es como el silencio que está haciendo el presidente de los EE.UU., Donald Trump, al no declarar la cuarentena en ese país, a diferencia de lo que está pasando en Argentina, donde se habla todo el tiempo de la enfermedad”.

Made in Argentina

Si bien existen casi treinta versiones cinematográficas de la obra, y otras tantas teatrales, una de las primeras será la obra maestra del cineasta francés Max Ophüls en 1950, “Le Ronde”.

En nuestro país se hicieron algunas versiones contemporáneas, como el caso de “El cuarto azul” con texto de David Hare, basada en La Ronda original, con Soledad Silveyra y Osvaldo Laport, estrenada en 2002. Si bien no tuvo buenas críticas en su momento, estaba inspirada en el virus del SIDA y supo rescatar esta idea de lo circular y el contacto entre los distintos personajes que se mezclan y pueden transmitirse el virus de manera silenciosa.

En el caso del cine, el film La Ronda (Argentina, 2008), ópera prima de la directora Inés Braun, también toma la estructura circular de relaciones de la obra teatral homónima. Retoma el tema de los vínculos entre personajes de distintos estratos sociales que comienzan y terminan en el mismo lugar: un bar de San Telmo llamado “La Ronda”, proponiendo así el cierre del círculo amoroso. Los actores en rol protagónico son Mercedes Morán, Fernán Mirás, Sofía Gala Castiglione, Leonora Balcarce, Rafael Spregelburg y Walter Jackob.

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