1.- Cuando tenía 12 años, quería tener 15. Luego, quería tener 18. Recién a los 20 me fui de mi casa. Me fui, libre y con miles de problemas. Pero libre. Pero con miles de problemas.

Mucha literatura te hace creer que sos capaz de todo.

2.- Estuve presa. Los primeros quince días eran inciertos: no estaba claro si zafaríamos. Cuando me trasladaron al penal, ahí caí en la cuenta de qué era.  Las chicas me dijeron: no pensés más en la libertad. Una vez que pasó el impacto de estar allí, me sentaba en el piso, en la galería, miraba los paredones y me decía, todo el tiempo, quiero salir de acá. No importa cuánto lo desee, no podré irme.

3.- Este virus nos tiene atrapades. Es mejor estar atrapada que presa. Mi casa es grande, confortable; está mi hermano. Hay comida, puchos, televisión, libros, vidrios y cosas que hacer. En cambio la cárcel era horrible. Ni me detendré en quienes, cuando piensan en encierro, se acuerdan de Ana Frank. Eso es canallesco.

La imposibilidad de salir no es una gran molestia para mí. Haber pasado la vida leyendo te entrena para que la soledad no sea ominosa. En realidad, estoy un poco mejor en algunos estúpidos sentidos: como menos, hago un rato de gimnasia.

Leo que llevaron a las personas que viven en las calles a hoteles en Chapadmalal, creo que desde Mar del Plata, y trato de imaginarme que están cuidando de todos. Luego leo que la violencia de siempre sigue en los barrios, y me digo cómo no.

Me ocupé un poco de seguir las diatribas de la izquierda que supimos conseguir, contra el gobierno y me divierto con: el aislamiento no permite reuniones de los trabajadores, dicen primero. Y luego, el aislamiento está bien pero no hay pruebas o test suficientes. Siempre hay un pero. Cansan, mirá, cansan. El 90% apoya al gobierno.

Quiero dejarme fluir en el silencio de la ciudad, que normalmente me gusta. Antes de dormir, abro la ventana del dormitorio y percibo la quietud  y es tenebrosa. Miro las ventanas oscuras de enfrente. Siento, por contraste, la frescura agradable del otoño de Santa Fe. Después de un rato, cierro: pienso que es el oxímoron de la vida. El gato ya duerme.

Laura se preocupa por mí, nos mandamos fotos, palabritas. Mañana me traerá una compra de super. Ella está bien.

Sin embargo, hay algo vago, que me recorre el cuerpo y el alma.  Es un sentimiento que no he experimentado antes. Una desazón, diría, una incomodidad. Hay un amor que es más importante que la vida, dice River. Entonces, Laura me escribe que querría abrazarme. Y ahora entiendo esa sensación que me atraviesa. Es la única persona a la que amo con todo mi ser. A veces ella, que es más alta que yo, se acurruca en mi hombro y su pelo queda a la altura de mi nariz y tiene el mismo olor que tenía desde que era niña.

(*) Escribo tu nombre, del poema “Libertad”, de Paul Eluard

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